Todas las caricaturas son de Rayma, y fueron publicadas en El Universal los días 7, 13, 20 y 26 de marzo, de arriba abajo. El mensaje es perfectamente coherente: los chavistas (representados por el militante del PSUV y por los "grupos violentos", en las dos primeras imágenes) encarnamos, pues, la violencia. Simple, claro, directo, sin rodeos. La misma violencia que asesina a los venezolanos de la tercera imagen (nótese la estrella roja en el centro de la diana). Luego, ¿quiénes son los que dicen que "la delincuencia no existe"? Obvio: los chavistas, que son los responsables de la violencia. Esto es incitación al odio por motivos políticos, en nombre del derecho a la libertad de expresión.
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Falta de escrúpulos porque, llegados a cierto punto, juzgaron innecesario ejercitarse en el examen de conciencia, porque se creyeron más allá del bien y del mal, inalcanzables para el escrutinio popular. Desfachatez, por la manera como ostentaban su riqueza mal habida, su catálogo de vicios. Soberbia porque, como lo diría el filósofo Spinoza, se habituaron a estimar a los demás "en menos de lo justo", a considerarse superiores.
Convertida en oposición, esa misma clase política ha hecho muy poco, y en algunos casos simplemente no ha hecho nada, para tratar de comprender las razones de su derrota. Por regla general, en sus análisis predomina el mismo desprecio por el pueblo que hace mucho le perdió, con razón, todo respeto.
Obnubilada, enceguecida por la adversidad, se conforma con atribuirle sus desventuras a la trampa, al engaño, al accidente. Según ella, su adversario, el chavismo, nunca triunfa en buena lid. Porque no es capaz, porque carece de atributos para lograrlo. Sólo la vieja clase política es capaz, aunque la realidad se encargue de desmentir esta premisa todos los días, aunque los hechos nos confirmen, a cada paso, su impotencia.
Este pathos, esta radical imposibilidad para reconocer que su destino ha sido exactamente el que se merece, para admitir sus graves errores, para asumir, en fin, su responsabilidad, ha sido heredada por el grueso de su base social que, si bien evita identificarse abiertamente con una clase política que califica como impresentable, ha hecho suya la práctica de delegar siempre en otro la responsabilidad de todo cuanto acontezca, en particular si se trata de hechos repudiables, condenables.
No importa cuántas veces se atente contra la democracia, ni todo el odio vertido contra el pueblo chavista: para el antichavista promedio el responsable siempre será otro, y casi siempre un señor de apellido Chávez. El principio y el final, eso es Chávez. Sobre todo un final que no llega, pero que se anhela con fervor.
Ya lo decía el mismo Spinoza, sobre el soberbio: que es "necesariamente envidioso", porque así como menosprecia a quienes considera inferiores, experimenta "un odio mayor a quienes más son alabados a causa de sus virtudes… y sólo se deleita con la presencia de los que siguen la corriente a su impotente ánimo".
Esta misma impotencia de ánimo, la misma y característica desfachatez, pero fundamentalmente su falta de escrúpulos, es lo que vuelve a exhibir la oposición cuando, una vez más (y ya son incontables), pretende hacer la peor de las politiquerías usando como pretexto el espinoso y delicado asunto de la criminalidad. Un ejercicio de politiquería que hace mucho superó los límites de lo tolerable.
¿Por qué? Porque en materia de seguridad ciudadana, entre muchas otras, a la clase política antichavista no le calza el mote de "oposición". Porque ella ejerce funciones de gobierno en algunos de los estados más importantes del país y controla centenares de alcaldías; porque la mayoría de esos estados (Miranda, Zulia, Carabobo, Táchira…) puntean en la tabla que registra la incidencia delictiva a escala nacional.
Por tanto, ella es absolutamente corresponsable de la situación. Por si no bastara con lo anterior, está comprometida hasta los tuétanos con la podredumbre y corrupción históricas de los cuerpos policiales. Más grave aún, del campo antichavista no ha surgido una sola propuesta, tan solo una, que ofrezca pistas para enfrentar el problema en el marco del respeto a los derechos humanos; es decir, sin ceder al chantaje de los discursos que criminalizan la pobreza y postulan el "plomo al hampa" como fórmula mágica.
Es muy fácil escurrir el bulto, asumirse como "oposición" y gritar histéricamente que el problema es justamente que Chávez no reconoce siquiera el problema, que lo despacha como una "invención" de los medios. Pero el problema, obviamente, no sólo existe, sino que es grave. Al contrario, lo intolerable consiste en "inventar" un país en el que la clase política antichavista, sobre todo quienes ejercen funciones de gobierno, no son responsables de absolutamente nada.