26 de agosto de 2007

Sobre la disciplina revolucionaria y el "centralismo democrático realmente existente"

I.-
Corría el año 1992 y aunque oficialmente había llegado el invierno, el clima era realmente insurreccional. Las calles amanecían todos los días con los rastros del combate del día anterior: vidrios, piedras, cartuchos de perdigones (en el mejor de los casos), bombas lacrimógenas, basura quemada. Los trastes apilados de lo que una vez fue una precaria barricada improvisada. Eran los tiempos en los que podíamos jactarnos de que ya no había pared de la ciudad sin una consigna nuestra ni liceo público indiferente a la lucha que nos encargábamos de atizar.

Había acontecido el 4F y el gobierno de Carlos Andrés Pérez parecía no poder sostenerse un día más. El 4F implicó, para nosotros, una pausa en la lucha callejera que librábamos con fuerza desde 1991. Después del "Por ahora", poco tardamos en retomar la calle como lo que éramos: una banda de muchachos y muchachas, la mayoría de los cuales no habíamos cumplido los 20 años, haciendo peso mientras la "democracia" se estremecía y amenazaba con caer.

Las contradicciones se agudizaban. La conspiración estaba en marcha. Maduraban las "condiciones objetivas" para la nueva insurrección cívico-militar. Fue entonces cuando ocurrió: quienes integrábamos la Dirección de la Juventud nos reunimos con un representante del Partido. El asunto a discutir: nuestra participación en la futura contienda.

En realidad, no discutimos nada. El representante del Partido nos regaló parte de su valiosísimo tiempo para ilustrarnos acerca de la "situación política nacional", la "línea" a seguir en consecuencia, luego de lo cual asignaría tareas específicas mediante la conformación de comisiones.

Pero antes de la conformación de las fulanas comisiones, quien esto escribe aprovechó la rara ocasión para preguntarle al representante del Partido:

- Una pregunta compa: ¿y si esta insurrección cívico-militar también fracasa?

El representante del Partido me dirigió una mirada enfurecida, como de maestro de escuela que está a punto de reprender al estudiantico impertinente. Palabras más, palabras menos, me espetó:

- La insurrección cívico-militar no fracasará, porque el Partido tiene 20 años preparando la insurrección.

Como todo acto tiene sus consecuencias, y como uno tiene que aprender a hacerse responsable de sus actos, el representante del Partido completó su reprimenda excluyéndome de toda responsabilidad, manteniéndome al margen de toda comisión. Imagínense el momento: la revolución estaba a punto de acontecer, y un representante del Partido acababa de disponer que yo no tendría ninguna responsabilidad en los hechos heroicos por venir. Por hacer una pregunta impertinente. Quién me manda.

II.-
Tal vez el lector lego no logre captar el significado y el alcance de esta actitud del representante del Partido. Se trata de acallar la voz disidente, o en todo caso de disipar cualquier margen de duda o sospecha, mediante la práctica de la sanción moral. Cuando la "línea política" ya ha sido decidida, cuando el análisis de la situación ya se ha realizado, pero sobre todo cuando uno se para frente al portavoz de esta línea decidida y este análisis realizado, cualquier pregunta, opinión o análisis que vaya en contravía de lo ya decidido y analizado, por insignificante que sea el gesto, debe ser censurado, sometido, acallado.

Los viejos y no tan viejos militantes revolucionarios tienen una deuda con la generación que está iniciándose en la política en estos tiempos de revolución bolivariana: aún no ha sido escrita la historia de estos innumerables, cotidianos y minúsculos actos de sometimiento de la disidencia, de censura de la sana duda, de represión del libre pensamiento, en nombre de la disciplina y el "centralismo democrático".

Actos que por minúsculos tal vez nos parecieron insignificantes en su momento, constituyen la fuente primaria con la que se podría registrar la historia infame del "centralismo democrático realmente existente". Episodios innumerables y frecuentes, en ningún caso excepcionales, que podrían ayudarnos a entender por qué es imposible hacer la revolución si la práctica política del militante "revolucionario" está fundada en el resentimiento, la impotencia, y eso que Spinoza llamaba "pasiones tristes".

III.-
En un fogoso artículo interpretado por algunos, inexplicablemente, como un gesto de claudicación frente a la posibilidad y necesidad del acontecimiento revolucionario, Michel Foucault explicaba las razones de su "cambio de opinión" con respecto a la Revolución Iraní.

El artículo en cuestión, publicado en mayo de 1979, lleva cómo título una pregunta: ¿Es inútil sublevarse? De inmediato, y sin dejar margen a la duda, Foucault se responde:

"Si las sociedades se mantienen y viven, es decir, si los poderes no son en ellas «absolutamente absolutos», es porque, tras todas las acepta­ciones y las coerciones, más allá de las amenazas, de las violencias y de las persuasiones, cabe la posibilidad de ese movimiento en el que la vida ya no se canjea, en el que los poderes no pueden ya nada y en el que, ante las horcas y las ametralladoras, los hombres se sublevan".

El problema para Foucault, otrora entusiasta partidario de la rebelión contra el régimen sanguinario del Sha, es el curso de los acontecimientos una vez que el régimen ha sido derrocado:

"Dos años de censura y de persecución, una clase política orilla­da, partidos prohibidos, grupos revolucionarios diezmados... Ciertamente, no da ninguna vergüenza cambiar de opinión, pero no hay ninguna razón para decir que se cambia cuando se está hoy contra la amputación de manos, tras haber estado ayer contra las torturas de la Savak".

Pero si bien es una farsa la idea de una revolución capaz de acabar para siempre jamás con toda forma de dominación, no por eso habremos de ceder al chantaje de que, por tanto, no vale la pena hacer ninguna revolución:

"Ninguno tiene derecho a decir: «rebélese usted por mí, se trata de la liberación final de todo hombre». Pero no puedo estar de acuerdo con quien dijera: «Es inútil sublevarse, siempre será lo mismo»... Hay sublevación, es un hecho; y mediante ella es como la subjetividad (no la de los grandes hombres, sino la de cualquiera) se introduce en la his­toria y le da su soplo".

Al final de su artículo, Foucault deja sentada su posición frente a aquellos que justifican sus crímenes o los nuevos despotismos (y que les igualan a los viejos criminales y déspotas) en nombre de la revolución:

"... si el estratega es el hom­bre que dice: «qué importa tal muerte, tal grito, tal sublevación con relación a la gran necesidad de conjunto y qué me importa además tal principio general en la situación particular en la que estamos», pues, entonces, me es indiferente que el estratega sea un político, un historiador, un revolucionario, un partidario del sha, del ayatolá; mi moral teórica es inversa. Es «antiestratégica»: ser respetuoso cuando una singularidad se subleva, intransigente desde que el poder transgrede lo universal".

IV.-
Estoy persuadido de que a partir de la contundente victoria electoral de diciembre de 2006, hemos entrado en una nueva fase de la revolución bolivariana. Está claro que no estoy diciendo nada nuevo: todos hemos escuchado al presidente Chávez argumentando cómo es que hemos entrado en una fase que se caracteriza porque las fuerzas revolucionarias han creado las condiciones para pasar a la ofensiva. La oposición, bien es cierto, ha puesto su parte, cediendo terreno progresivamente con cada pésimo movimiento táctico.

De igual forma, estoy convencido de que sería ingenuo e irresponsable subestimar la capacidad de reacción de la oposición interna, y sobre todo la amenaza que constituyen los enemigos externos de proceso revolucionario.

No obstante, tal vez nunca como ahora fue posible darle rienda suelta a un profundo y democrático debate a lo interno de las filas revolucionarias, sobre cómo y por qué construir nuestro socialismo del siglo XXI, con todo lo que este debate implica en términos de herramientas teóricas, instrumentos de organización, formas y estilos de gobierno, relaciones económicas y sociales de producción, cultura, etc. Dicho de otra manera, tal vez nunca la correlación de fuerzas nos fue tan favorable.

Este debate, efectivamente, está iniciando (apenas iniciando), y es demostración fehaciente de esto una suerte de "rumor" o "malestar" que va tomando cuerpo, y que adquiere la forma de una denuncia necesaria e impostergable contra eso que llamamos "derecha endógena" o identificamos como "burocracia". La crítica contra la vieja cultura política "marxista-leninista" también forma parte de este repertorio crítico con el que nos hemos venido armando. Sin embargo, la ausencia (o digamos mejor, la no consolidación, el carácter incipiente) de una cultura política democrática de debate ha hecho resurgir viejos fantasmas. Se trata de lo que Boaventura de Sousa Santos, refiriéndose al caso venezolano, llama "la figura siniestra de los 'enemigos del pueblo'".

Así, se emprende la crítica contra el conservadurismo de boina roja, y el que critica es un vendepatria-lacayo-del-imperialismo-yanki. Se cuestiona la burocracia ineficiente y castradora de la potencia revolucionaria, y el que cuestiona es un infiltrado-de-la-CIA-cuyo-propósito-es-ocultar-los-innegables-logros-del-gobierno-bolivariano. Se critica a la derecha endógena, se denuncian sus corruptelas, su enriquecimiento criminal al amparo y a la sombra de un proceso que es esperanza de los que jamás han tenido nada, y el que critica es, igualmente, un vendepatria-lacayo o un infiltrado o alguien que no tiene corazón o que tiene malas, muy malas intenciones. Se critica a la izquierda conservadora y tradicional, y el que critica le está haciendo un flaco servicio a la revolución y le está haciendo el juego a la derecha endógena y también a la exógena. O bien se cuestionan los excesos implícitos en las denuncias de algunos cámaras, y el resultado es lo que José Roberto Duque ha llamado El efecto Golinger.

Abundan, pues, muchas expresiones de esta "figura siniestra del enemigo del pueblo". Y lamentablemente, las formas que asume esta figura, al contrario de lo que algunos pudieran pensar o afirmar, no son patológicas, sino normales. Una y otra vez las vemos expresadas en los voceros de la burocracia, de la derecha endógena o de la rancia izquierda. Saber identificar, por tanto, estas formas, es una condición indispensable para la conformación de una cultura política democrática y genuinamente revolucionaria.

Como consecuencia de esta ausencia de cultura política para el debate democrático, que ciertamente guarda estrecha relación con el hecho de que durante años nos vimos obligados a asumir una posición de férrea defensa del proceso revolucionario, frente al ataque inclemente, criminal y continuado de la oposición, ésta última, a través de sus voceros por excelencia, los medios privados, se han adueñado de la iniciativa en lo que a denuncias se refiere. El problema, por supuesto, es que la denuncia proveniente de los medios privados es con demasiada frecuencia muy poco veraz, y en la inmensa mayoría de los casos simplemente responde al propósito que les ha sido asignado: funcionar como la artillería en la guerra de baja intensidad que se libra todos los días contra las filas revolucionarias, intentando desmoralizarlas y desmovilizarlas.

El descrédito, la impudicia y la desfachatez de los medios privados es tal, que en las filas revolucionarias, por lo general, ya no se les toma en serio, y esto es una buena señal del grado de conciencia adquirida en el fragor de la lucha. Sin embargo, el bombardero incesante de mentiras y medias verdades produce un efecto de poder que muchas veces pasa desapercibido: la inhibición de la crítica desde las filas revolucionarias.

Así, por ejemplo, en la medida en que Globovisión intenta desesperadamente minimizar u ocultar el liderazgo del presidente Chávez a escala continental, renunciamos a nuestro legítimo derecho de conocer por qué funcionarios de Pdvsa viajaban junto con el tipo del maletín cargado de dólares; hacemos como si no nos importara saber por qué, si es que realmente no estaba de ninguna manera implicado, uno de estos funcionarios se vio forzado a renunciar. Un ejemplo menos reciente es el del Padre Palmar: Globovisión convierte en un espectáculo lamentable y patético el asunto de la carretilla cargada de denuncias (y el Padre ciertamente no ayuda), y hacemos como si ninguna de estas denuncias procediera. Es decir, ni siquiera el beneficio de la duda.

Tengo por regla que todo aquel que, llamándose revolucionario, utilice las cámaras de Globovisión para realizar una crítica al gobierno revolucionario, pierde su condición de interlocutor legítimo de esa misma crítica. Así de sencillo. Pero lo que es muy difícil de tolerar es que Venezolana de Televisión se haya convertido en un espacio eminentemente propagandístico, donde la ausencia de periodismo crítico y de investigación contrasta dramáticamente con la presencia de algunos pocos espacios desde los cuales se hace buen periodismo. Vanessa Davies, en mi criterio muy personal, es quizá la excepción más honrosa.

No basta, por tanto, que el presidente Chávez afirme constantemente que él mismo es el principal crítico del gobierno que preside. Su actitud nada complaciente es, sin duda, una mínima garantía de que los corruptos, los burócratas, los infiltrados y en general las fuerzas conservadoras no pueden actuar a sus anchas. Pero la idea, cámaras, digo yo, es reducirles progresivamente el radio de acción, a riesgo de que esta revolución se nos diluya entre los dedos, después de que tanto y a tantos nos ha costado construirla con estas manos. Y esto sólo será posible a condición, insisto, de que creemos las condiciones para un debate amplio y profundamente democrático a lo interno de las filas revolucionarias, que no ceda al chantaje de los "enemigos del pueblo".

V.-
Tal vez la crítica a lo interno de las filas revolucionarias nos pudiera llegar a parecer "antiestratégica" (en el sentido en que lo planteaba Foucault), en tanto que supuestamente pondría en peligro lo "estratégico": la construcción de la vía venezolana al socialismo. Muy por el contrario, sospecho que la crítica, como la he venido planteando acá, es en sí misma "estratégica", porque no hay forma de construir nada parecido a una sociedad democrática y revolucionaria, si las fuerzas sociales que en ella hacen vida están incapacitadas o imposibilitadas de realizar la crítica de aquello que nos impide avanzar en la construcción de esa misma sociedad.

Es por eso que me cuesta entender y asimilar la decisión del presidente Chávez de crear un Comité Disciplinario transitorio para un partido que, como el Psuv, está en pleno proceso de conformación; un partido que no tiene estatutos, ni siquiera militantes (sino aspirantes), cuya experiencia (extraordinaria, por demás) se limita a la realización de tres o cuatro asambleas de batallones, pero que desde ya carga a cuestas el peso de este Comité Disciplinario presidido por Diosdado Cabello.

¿Por qué un Comité Disciplinario transitorio? Sobre el asunto, sólo disponemos del testimonio del presidente Chávez del pasado 25 de agosto, cuando justificó su creación en razón de luchas intestinas y de fracciones que estarían aconteciendo entre ¿dirigentes? o funcionarios del alto gobierno. ¿De quién se trata? ¿Cómo, cuándo y por qué incurrió en cuáles faltas disciplinarias? Obviamente, si uno escuchó el discurso de Chávez, es capaz de intuir por dónde viene el problema. Pero lo que realmente preocupa no es lo poco que esclarece la explicación del Presidente, sino todo lo que permanece oculto a los ojos de los aspirantes a militantes comunes y silvestres. Aún albergo eso que llaman la "vana esperanza" de obtener respuestas a estas interrogantes a través de medios "amigos", y no vía El Nacional o Globovisión.

Supongamos que el dirigente o funcionario anónimo, cuyas faltas disciplinarias desconocemos en detalle, haya incurrido, efectivamente, en acciones u omisiones que atentan gravemente contra la "disciplina" del partido en formación. Aún en ese caso, ¿no habría sido infinitamente más edificante y provechoso debatir públicamente sobre el asunto? Y no vale apelar acá al recurso de que la intención no podía ser en ningún caso someter al camarada al escarnio público. Porque, con intención o sin ella, es lo que ha sucedido. El camarada sin rostro, pero cuya identidad ya sabremos muy pronto, en las próximas horas, ha sido escarmentado públicamente.

Incluso el mismo Lenin, cuyo excesivo "centralismo" y la idea de disciplina que le es propia fueron objeto de férreas críticas por parte de Rosa Luxemburgo, escribió sobre los "grupúsculos" desobedientes e indisciplinados:

"A nuestro parecer es necesario hacer todo lo posible -aun si implica alejarse de los principios del centralismo y de la obediencia absoluta a la disciplina- para que estos grupúsculos hablen claro y den al Partido en su totalidad la oportunidad de pesar la importancia o falta de ella de estas diferencias; de esta manera puede llegarse a determinar dónde, cómo, y de parte de quién existe una inconsistencia".

De Rosa Luxemburgo es preciso revisar su análisis sobre los Problemas de organización de la socialdemocracia rusa. Muy sugerente resulta la distinción entre el "centralismo conspirativo" propio de los blanquistas, y la actividad revolucionaria de la "socialdemocracia" (tal y como ésta era entendida hace 100 años y en cuyas filas militaba Lenin). El blanquismo, habituado al golpe de mano y ajeno a la lucha de clases, no requiere de organización de masas. Al contrario, dado el carácter secreto de sus acciones, mantiene prudente distancia de éstas. Aún más: la planificación de las acciones corre por cuenta de un restringido e inaccesible comité central:

"Por consiguiente, los miembros activos de la organización se transformaban en simples órganos de ejecución de una voluntad previamente determinada y exterior a su propio campo de actividad, en instrumentos de un comité central. De aquí se derivaba también la segunda característica del centralismo conspirativo: la subordinación absoluta y ciega de los órganos singulares del partido a sus autoridades centrales y la ampliación de las atribuciones de poder decisorio de estas últimas hasta la más extrema periferia de la organización del partido".

Las condiciones de la lucha "socialdemócrata", en cambio, son radicalmente distintas. En primer lugar, la socialdemocracia surge de la lucha de clases. Su ejército de militantes...

"... sólo se recluta en la lucha misma y sólo en la lucha se hace consciente de los objetivos de la misma. Organización, esclarecimiento y lucha no son momentos separados, mecánica y también temporalmente escindidos, como en un movimiento blanquista, sino... aspectos diferentes de un mismo proceso... No hay -a excepción de los principios generales de la lucha- ninguna táctica de lucha acabada y fijada con detalles por adelantado que les pueda ser inculcada a los militantes socialdemócratas por un comité central... De esto se deriva que la centralización socialdemócrata no puede basarse en la obediencia ciega, no puede basarse en la subordinación mecánica de los luchadores del partido a un poder central y que, por otra parte, entre el núcleo de proletariado consciente ya organizado... y el sector que le rodea... no puede jamás levantarse un muro de absoluta separación".

Pues bien, el problema estriba en que el "centralismo democrático realmente existente" en nuestros partidos de izquierda, se parece mucho más al "centralismo conspirativo" de los blanquistas, que al "centralismo" deseable de los socialdemócratas de Rosa Luxemburgo. La cultura política que hemos heredado de la vieja izquierda se funda en estas prácticas de obediencia ciega y subordinación, que no tienen nada de democráticas ni mucho menos de revolucionarias. Es, como les relataba arriba, una política que se sostiene en el resentimiento, y que acalla toda voz disidente mediante la sanción moral.

El proceso de construcción de un partido genuinamente revolucionario supone crear las condiciones para un profundo y democrático debate entre revolucionarios, y esto último supone, a la vez, revisar el concepto mismo de "disciplina". Caso contrario, nos puede ocurrir a muchos lo que alguna vez sucedió conmigo, que venga un representante del Partido y declare:

- Usted, compañerito, no participará en la revolución.

Lo que soy yo, cámaras, hace muchos años que dejé de creer en estos "representantes". Que nuestro Psuv no sea el de ellos.

1 de agosto de 2007

El origen del marxismo-leninismo, la izquierda descafeinada y el hombre (I)

I.- El marxismo-leninismo.
Chávez no ha sido el primero en plantear el problema, pero sin duda lo ha hecho con conocimiento de causa. Puesto en el trance de liderizar un proceso revolucionario aquí y ahora, antes que introducir un orden preciso en el plano conceptual, le ha apostado al desorden. Un "desorden creador", diría Prigogine. Un "desorden" que no es eclecticismo ni pensamiento débil (frente al pensamiento fuerte de los marxistas-leninistas), sino una apertura a otras corrientes de pensamiento (incluso dentro del mismo marxismo) y a otras tradiciones de lucha.

No ha sido Chávez el primero en cuestionar la lógica política marxista-leninista. Pero además, es necesario recordarlo, no es la primera vez que lo hace. Por eso extraña la polémica que se ha desatado luego de sus declaraciones durante el Aló Presidente del 22 de julio. Para citar un caso reciente, el 24 de marzo pasado, durante el Primer Encuentro con Propulsores del Psuv, el presidente Chávez afirmó:

"Nosotros no estamos planteando aquí el esquema dogmático que en la Rusia soviética... terminó conformándose. No es éste un proyecto estalinista. Ni es un proyecto marxista-leninista... Si Carlos Marx y Vladimir Ilich Lenin resucitaran e hicieran un estudio sobre las circunstancias europeas y mundiales de hoy, estoy seguro de que harían unas tesis no radicalmente distintas, pero sí con bastantes diferencias a las tesis que... desarrollaron hace casi siglo y medio. Pero aquí hay personas que agarran un librito y dicen: «... esto es un catecismo, de aquí yo no me salgo». Date cuenta, chico, que eso fue escrito... por allá por 1800 y tanto, por 1900. Date cuenta de que el mundo ha cambiado".

Algo muy similar fue lo que dijo durante el referido Aló Presidente:

"El partido socialista no va a tomar las banderas del marxismo-leninismo porque eso es un dogma, que ya pasó. Tenemos que crear nuestra doctrina. El que no esté de acuerdo con eso tiene toda libertad. Si no quiere estar aquí, que se vaya para el Partido Comunista, donde tienen unos libros y unos dogmas: marxismo-leninismo. El mismo papel de la clase obrera, hoy en día es otro. Ya aquello de la clase obrera como motor de la historia, ya el trabajo hoy es otra cosa, es distinto. Miren, Fidel Castro, que es comunista, pero Fidel Castro es un ejemplo de un hombre que a sus 81 años piensa en el siglo XXI, piensa adelantado. Y él me dice: «Chávez, mira... el mundo de hoy es distinto, el mundo de la informática, de la telemática». Carlos Marx ni podía soñar en la telemática, era otro mundo".

Por eso, insisto, me cuesta entender por qué tanta polvareda después de esta recta de 90 millas. Tal vez porque la primera iba tan rápido que no la vieron. Tal vez precisamente porque es difícil batearla. O tal vez porque, simplemente, no escucharon el Aló Presidente ese día, y el lunes los sorprendió, en mala hora, con aquella nota de la ABN donde se podía leer: "Chávez reitera que no es marxista". Vuelto a leer, es verdad que la ABN a veces no ayuda. Pero no porque Chávez no haya dicho lo que efectivamente dijo, sino porque una noticia titulada así equivale, para nuestros camaradas, a comenzar la semana con el pie derecho.

Entiéndase: mal.

Sospecho, entonces, que la información circuló entre nuestros camaradas más como un rumor que como una noticia en sentido estricto:

- ¿Leíste lo que dijo el comandante?
- No. ¿Qué dijo?
- Léelo tú mismo. Pero en voz baja y detenidamente.
- Pero... si esto es... ¡alta traición!
- Lo mismo dije.
- Hay que iniciar ya una campaña señalando las desviaciones ideológicas del compañero.
- Lo mismo pensé.
- Manos a la obra.


Ciertamente hizo Chávez una crítica de Marx, del determinismo implícito en algunos de sus análisis. Pero sobre esto volveré un poco más adelante. Lo importante, en primer lugar, es señalar que la crítica de Chávez es contra una forma particular de leer a Marx. Es una crítica a los marxistas dogmáticos, y en el caso concreto del Psuv, una crítica a los marxistas-leninistas. Para ser más precisos: más que una crítica a Marx, es una crítica a los marxistas-leninistas. Punto. Si alguien tiene alguna duda, puede volver sobre las dos citas que he copiado arriba.

Y contra esta crítica, los marxistas-leninistas han respondido como es costumbre: en la gran mayoría de los casos, hacer como si la cosa no es con ellos. Hacer como si la cosa es con el viejo Marx. Se cuestiona una lógica política, una forma concreta de hacer política, y los marxistas-leninistas responden defendiendo a Marx y a Lenin. Pero como bien lo ha dicho Javier Biardeau en uno de sus artículos, una cosa son Marx y Lenin y otras los marxistas. Y no es necesario citar acá de nuevo la carta en la Engels relataba que Marx guardaba cierta prudente distancia de muchos de los que, en su tiempo, se autodenominaban "marxistas".

Los marxistas-leninistas, por regla general, han salido al ruedo esta vez calificando a Chávez como, no por casualidad, suelen hacerlo en el caso de (las que ellos entienden como) las masas carentes de "formación política". Una y otra vez he leído que se le acusa de "iletrado", "ignorante", "confundido". Alguno agregó que tras sus declaraciones se escondían "intenciones inconfesables". Y no podía faltar alguno que escribiera que al Presidente lo tenían engañado sus asesores.

Éste es, justamente, uno de los principales rasgos de la lógica política de los marxistas-leninistas: presuponer que hay algo que podríamos llamar "saber revolucionario", y que son ellos los portadores de ese saber. Así, a grandes rasgos, el mundo se dividiría en: 1) explotadores que nunca darán su brazo a torcer, y es por eso que nos veremos obligados a tomar el cielo por asalto, a través de la violencia si es preciso; 2) los explotados sin conciencia; y 3) los explotados con conciencia de clase, esto es, ellos mismos pues.

Por eso es que cuando acontece un 27 de Febrero de 1989, los camaradas no son capaces de ver otra cosa sino una "explosión" sin orden ni concierto, sin estrategia, sin dirección, sin ideología, y pare usted de contar. Por eso es que cuando las señoras del barrio, los perrocalenteros, los taxistas, los malandros, los liceístas y el lumpen (que tanto asco producen a algunos dirigentes comunistas) rodearon Miraflores el 13 de Abril de 2002, los camaradas no sabían qué pensar. Seguramente algunos recordarían las lecciones de El 18 Brumario de Luis Bonaparte, pero soy capaz de apostar que unos cuantos camaradas habrán concluido que en ninguno de los dos casos se trató de un acontecimiento revolucionario, porque no guardaban similitud alguna con el asalto al Palacio de Invierno.

Y sin embargo, se trata de compañeros de lucha. Me refiero a los marxistas-leninistas y lo digo con toda sinceridad. Estoy completamente seguro de que nos cruzamos muchas veces aquel día inolvidable de abril, y seguramente nos cruzamos antes y seguimos haciéndolo después. No tengo dudas de que los cámaras se dejaron pintar en la cara aquellas señas de rojo con las que nos reconocimos, y que recordarán quienes estuvieron defendiendo Miraflores el 11 de Abril de 2002.

Pero aún así, cámaras, uno tiene que empezar a asumir que esos libros que uno atesora en la biblioteca no son un catecismo. Y hay que asumirlo ya, porque para mañana es tarde. Nadie pone en duda que El Capital es un libro portentoso, de lectura obligatoria para el que realmente desee entender qué es la explotación y cómo funciona esta máquina depredadora que es el capitalismo. Voy más allá: nadie que se reconozca como revolucionario anticapitalista puede desconocer el invalorable aporte que nos legó Marx.

No obstante, el capitalismo no es exclusivamente unas muy concretas relaciones de trabajo, o para ser más exactos, unas determinadas relaciones sociales de producción. Cuando decimos capitalismo, estamos hablando no sólo de un modelo económico, sino de un modelo civilizatorio, cuyas bases las constituyen determinadas relaciones de poder y saber. El poder que se ejerce como dominación, en el capitalismo, no se reduce a la dominación que el capital ejerce sobre el trabajo. Marx y Engels, a pesar de todas sus limitaciones, lo tenían muy claro, o quizá habría que decir: llegaron a tenerlo bastante claro en algún momento. Por eso renegaron oportunamente de los marxistas deterministas, para los cuales todo el trabajo teórico y militante consistía en realizar la crítica de las relaciones económicas capitalistas.

Desde el momento en que asumimos que el poder que se ejerce como dominación, en el capitalismo, no es sólo el poder que ejerce el capital sobre el trabajo, el resultado no puede ser otro sino la multiplicación de los sujetos potencialmente revolucionarios, y por tanto una fuerte tendencia al descentramiento de la clase obrera como sujeto histórico de la revolución. Incluso, allí donde se persista en la defensa de la centralidad de la clase trabajadora, esta defensa debe ir acompañada de un análisis sobre las profundas mutaciones que ha sufrido el mundo del trabajo en el capitalismo contemporáneo, éste que nos ha tocado vivir. Hacer lo contrario equivale a mera declaración de principios.

No exactamente, por supuesto, pero es más o menos en este contexto que Chávez ha declarado: "yo no soy marxista". He aquí lo que dijo, y les advierto que va largo:

"Carlos Marx llegó a aprobar la invasión de Estados Unidos a México. Carlos Marx llegó a aprobar la invasión de Inglaterra a la India, porque él decía que esa era la vía hacia el capitalismo, y que luego de ahí vendría, como producto del desarrollo de las fuerzas productivas y toda esa tesis, el socialismo. Esa es una tesis dogmática. Yo respeto la idea marxista, pero yo no soy marxista. Yo no puedo compartir eso. Porque esa es una visión determinista de la vía al socialismo. Desde ese punto de vista, nosotros, los países atrasados, nunca llegaríamos al socialismo, tendríamos que dejarnos invadir: «come on, gringos, invádannos y desarróllennos». Para luego ir al socialismo. Pero bueno, respeto la tesis de Marx, pero no soy marxista... En todo caso, soy socialista, bolivariano, revolucionario. Y el gran aporte de Marx, así lo creo... ya lo dije hace un rato, es haberle dado fundamentación científica al socialismo... y haber proyectado algunas líneas, que no muy detalladas, pero algunas líneas, que nos corresponde a nosotros hoy detallar, de cómo transitar del capitalismo, pero nuestro capitalismo, no el que se imaginaba Marx, o el que él comenzó a ver en la Europa que ya se industrializaba de la segunda mitad del siglo XIX. No, socialismo indoamericano, nuestro socialismo indio, negro... nuestro socialismo que parte de un capitalismo sumamente imperfecto, sumamente atrasado, de unos Estados sumamente debilitados, de unas sociedades sumamente fragmentadas... de una situación donde muchas veces la ignorancia, el analfabetismo reina en amplios espacios... Con todo eso hay que construir el socialismo. Con toda la miseria, el atraso, el subdesarrollo. No podemos decir que hay que esperar el desarrollo de las fuerzas productivas y de las contradicciones... Esa es un tesis, pero nosotros tenemos que elaborar, como estamos elaborando, nuestra tesis socialista. Original, decía Simón Rodríguez".

En otras palabras, cámaras, si nos sentamos a esperar por el desarrollo de las fuerzas productivas, por la conformación de una sólida clase obrera plenamente consciente de su rol histórico, mejor pedimos un café grande, negro y fuerte, porque la espera va a ser larga. Y el insomnio también.

Hay que decirlo: el mismo Marx emprendió un profundo ejercicio de autocrítica en relación con esto que Chávez denomina "visión determinista de la vía al socialismo". Un par de textos, que no voy a citar acá por razones elementales de espacio, aportan pistas y datos muy interesantes al respecto. Uno de ellos es un libro de Néstor Kohan, Marx en su (Tercer) Mundo. El otro, el último capítulo de un libro del extraordinario Enrique Dussel, La producción teórica de Marx, en particular el aparte sobre La "cuestión popular".

Volviendo a la larga cita de Chávez, resulta por demás evidente que en el momento en que declara: "yo no soy marxista", está sentando posición respecto de un Marx claramente eurocéntrico. Se está distanciando, debo insistir, de un Marx respecto del cual el mismo Marx se distanció en su momento. Pero eso no es todo: aún en el acto de marcar distancia del Marx "determinista" y eurocéntrico, Chávez reivindica el método que Marx exponía en su prólogo a la primera edición de El Capital, escrito en 1867. Ajá, vayan y búsquenlo que tienen chance. Seguro todos tienen el libro en su biblioteca. No se los voy a citar acá.

Marx nos aporta líneas gruesas, afirma Chávez, líneas "que nos corresponde a nosotros hoy detallar". Ahí está la clave, cámaras: ir al detalle. Producir un saber acorde con nuestras circunstancias, desde la tierra que pisamos y el tiempo en el que vivimos. Producir un saber para "nuestro" socialismo, que no permanezca ajeno a su contexto: un capitalismo imperfecto, unos Estados debilitados, unas sociedades fragmentadas.

No les estoy sugiriendo que no hay que discutir con Chávez ni he pretendido demostrarles que siempre tiene la razón. Lo que les sugiero, cámara a cámara, es que hagan un poco como hizo el mismo Marx, que se enfrentó consigo mismo, con su producción teórica y a partir de las enseñanzas que le legó su dilatada militancia revolucionaria, y como consecuencia rectificó aquí y allá, donde consideró pertinente. Y no hablamos de rectificaciones de poca monta.

En la polémica con Chávez las tenían en principio, pudiera pensar uno, todas a su favor: les estaba discutiendo en su propio terreno. Y prácticamente se limitaron a hacer loas del Diamat y del Hismat. Es decir, han venido a demostrar en lo concreto, lo que Chávez denunciaba a un nivel, digamos, más abstracto.

Y lo más grave de todo es que con la gente "iletrada", "ignorante" y "confundida", esa que conforma la mayor parte del chavismo, les sucede algo parecido: porque según la lógica marxista-leninista, de un lado están los militantes con "formación política", y del otro la masa sin "conciencia política". El problema es que la "formación política" asociada a la lógica marxista-leninista, forma parte de ese saber que hay que desaprender para poder avanzar. Y tal vez sea ese uno de los más importantes aprendizajes que ha venido adquiriendo, poco a poco, ese pueblo revolucionario que comienza a acumular conciencia política, o lo que es lo mismo, conciencia de su potencial transformador.

Para cerrar, han aparecido algunos por allí intentando argumentar, a duras penas, que el debate con los marxistas-leninistas no tiene ningún fundamento. Que debatir con los cámaras equivale a un pretexto para no discutir lo fundamental. Ya tendremos oportunidad para responder a esta gente tan "fundamentosa".