28 de septiembre de 2011

La Caracas “normal” y “auténtica”

La antena de TV en Alexanderplatz. ¡Guao, un artículo sobre Caracas con una foto de Berlín!

Una tarde de septiembre, en Berlín, poco después de pasar frente a la Universidad Humboldt y la Isla de los Museos, ya en la Avenida Kart Liebknecht y muy cerca de Alexander Platz, a bordo de un 200 (si la memoria no me falla), soy testigo involuntario del diálogo que se desarrolla en el asiento trasero, y que sostienen una mujer de mediana edad, con acento mexicano, y algún hombre que no logro descifrar si es alemán, y en todo caso poco importa.

Dice la mujer, en ese tono entre cuasi-elegíaco y cursi de quien está a punto de soltar una zoquetada, que a ella le encanta esa parte de Berlín porque es "normal", mira-no-sé-cómo-te-explico, "auténtica", mientras que la "comunista" es "fea"; y nadie me quita que debe haber acompañado su confesión de desprecio con un ademán que indicara lejanía.

Brevísima anécdota que, por supuesto, no sería digna de ser contada si no fuera por la proverbial desorientación de la mujer: esa Berlín a la que se refería como "normal" y "auténtica" era la Berlín "comunista" y "fea".

No se trata, por favor (la experiencia enseña que es mejor hacer la aclaratoria ahora, para luego no perder valioso tiempo en discusiones estériles y maniqueas), de dilucidar qué lado era más "bello" durante los tiempos del Muro.

Más que del espacio geográfico, por el que transitamos y en el que habitamos, de sus signos y coordenadas, de la ciudad, sus hitos, monumentos y cicatrices, se trata de las geografías interiores, de las que nos habitan: de esas que nos hacen vivir o padecer, experimentar la ciudad de una forma u otra.

Según la geografía interior que habita a la mujer de la anécdota, hay una Berlín "bella", que encarna el progreso y la civilización, y otra que, para decirlo con Arturo Jauretche (o con el sifrinaje que retratara tan fielmente), es una ciudad de mierda, allá lejos, donde la vista no alcanza.

La tragedia permanente de las elites latinoamericanas (y de muchos que aspiran a tal condición) es que "este país de mierda" es lo que toca padecer todos los días. De allí, entre muchos otros, los fenómenos del respectivo peregrinar a Miami o el celoso encierro en las urbanizaciones. De allí también su desencanto, su pesimismo, su característica mala vibra. Ahora imagínese al país gobernado por un tipo como Chávez, y a muchos chavistas, por todos lados, socavando los pilares del progreso: no es para menos tanta iracundia.

Cosa curiosa, en cierto chavismo es posible identificar signos de colonización de su geografía interior, y lo vemos repitiendo el mismo discurso autodenigratorio. ¿Desea saber si usted forma parte de él? Responda a las preguntas: ¿cuál es la Caracas "normal" y "auténtica", y cuál es la Caracas "fea"?

26 de septiembre de 2011

Hay días en que provoca mandarlo todo al carajo

Hay días en que provoca mandarlo todo al carajo, tirarles un portazo y mandarlos bien lejos; hay días en que ni siquiera tu voz que canta me consuela, ni tu sonrisa insuperable ni tu peinado nuevo; son días para estar solo, o en los que, acompañado, uno se siente más solo que la una; días en los que dos no son compañía, días que para qué decirlo. Hay días en que la piel está cubierta de espinas y la lengua corta; días de respiración caliente, de piernas cansadas, de brazos pesados y pinchazos en la espalda. Hay días es que resulta intolerable tolerar lo intolerable: la mediocridad, la pereza, la trampa, la traición. Hay días en que uno estalla y se come las hojas de los libros como castigo por no saber contar historias. Hay días en que el universo es finito, y la luz viaja a la velocidad del viento y las horas se detienen y la vida pesa. Casi. Hay días en que mejor es no acordarse de las falsas promesas, de las promesas siempre rotas. Hay días en que los peores seres llevan ventaja, y se mofan y se carcajean. Hay días en que provoca abandonar y ser abandonado. Hay días en que no te acuerdas y no soy nadie. Hay días en que fuimos más y somos menos. Hay días en que todo lo que escribo sabe a cartón, a material huero.

Uno los ve venir y qué difícil es evitarlos.

Pero esos días pasan, y entonces nos volvemos a juntar los revueltos y nos revolcamos y nos amamos en un arrebato ligero de ropas y de ideas y en eso consiste nuestra venganza: en tolerar a los intolerables, sólo para que sepan que, aún cuando tengan sus días, este tiempo es de nosotros.

15 de septiembre de 2011

Para triunfar el 7 de octubre de 2012

Para triunfar el 7 de octubre de 2012, tanto como evitar el triunfalismo a toda costa, es preciso tener certeza sobre la magnitud de la propia fuerza, porque de esta forma conocemos también nuestros flancos débiles. Esto pasa, por cierto, por un mínimo de rigurosidad en el análisis, y por la intransigencia frente a "saberes" ampliamente cuestionados, y que no por casualidad ocupan bastante centimetraje en la prensa y privilegiado espacio en la televisión. Así, por ejemplo, la encuestología ha tenido relativo éxito imponiendo como "verdad científica" lo que no es más que su versión interesada sobre el electorado venezolano. No hacen falta mucha pericia ni mucha imaginación para dibujar una torta partida en tres: de un lado, dos tercios simétricos, equivalentes, correspondientes al electorado con filiación ideológica (chavistas y antichavistas); del otro lado, un tercio mayoritario de indecisos.

Para el antichavista que milita en política, una versión tal implica la ventaja de saberse una fuerza cuando menos equiparable a su acérrimo enemigo: bastaría con hacer los ajustes necesarios para ganar el apoyo de la mayor cantidad de indecisos, y el trabajo está hecho. Del lado chavista, aceptar este cuadro de fuerzas como un retrato fiel del paisaje, implica una disposición previa para la derrota. No será la primera vez que militantes de una fuerza mayoritaria actúen como minoría, sustituyendo la política revolucionaria por la baja política, dándole la espalda al pueblo, repitiendo las viejas formas y las peores mañas de una vieja clase política que no termina de morir, simplemente porque la mayoría (buena parte de la clase gobernante que la encarna) la desea con vida, aún a riesgo de ver pasar su oportunidad histórica, porque no es capaz de entenderse con más nadie.

En otras palabras, una versión tal pretende disimular la verdad incontrovertible, hasta nuevo aviso, de que el chavismo sigue siendo, por lejos, la principal fuerza política; y más allá, que este predominio en lo político tiene efectos perdurables en lo cultural. El chavismo sigue siendo una fuerza tal porque logró imponer una cultura política, y contra este pivote clave de la construcción hegemónica (una hegemonía popular y democrática) va dirigido el grueso de las baterías antichavistas.

Parto de la premisa de que buena parte de eso que la encuestología enuncia como "indecisos" está hecho de puro chavismo descontento, hastiado, incluso indiferente, que ha redescubierto la política con Chávez; que ha sido testigo a veces, otras protagonista de excepción de unos años intensos, extraordinarios, exuberantes, durante los cuales todo se puso en discusión, y no fue poco lo que cambió; un pueblo que le dio la espalda y saldó cuentas con la vieja clase política; que entrompó, enfureció, aguantó, lloró y festejó como nunca, y que no desea ser seducido por sus viejos sepultureros. En fin, un chavismo que, enfrentado al dilema de expresar su legítimo descontento por la vía electoral, optará por la abstención en lugar de votar contra Chávez.

Para plantearlo en líneas gruesas, este chavismo descontento fue lo que apareció cuando el antichavismo abandonó la calle como escenario de lucha política, allá por 2007. Es cierto que aparecieron algunos estudiantes por aquí y otros gremios por allá, pero de aquellas marchas multitudinarias exigiendo la renuncia de Chávez no quedaba sino el recuerdo. Pero desmovilizándose, es decir, reconociendo de hecho su derrota, retirándose de la calle, el antichavismo precipitó (sin que fuera su intención) una crisis en las filas del chavismo: eso que he llamado en otra parte una crisis de polarización.

De manera inesperada, en lugar de revitalización del espacio público, vía la multiplicación de las iniciativas de participación, encuentro, organización y articulación popular, tuvo lugar un proceso de disciplinamiento y normalización del chavismo popular, y en general de progresiva burocratización de la política. Más temprano que tarde, terminó imponiéndose la lógica del partido/maquinaria, que lejos de movilizar, según hemos visto, privilegia la concentración, etc.

Esto, unido a los efectos de la estrategia de desgaste opositora (que persigue, justamente, desmovilizar y desmoralizar a la base social de apoyo a la revolución), a la gestionalización de los medios públicos (cero chavismo crítico en pantalla, cero interpelación, cero control popular de la gestión), en fin, a todos los factores de distinto signo que confluyen en la despopularización del chavismo, no podía producir sino descontento, para decirlo elegantemente. Un descontento, insisto, que es una muy buena señal de la madurez política alcanzada por el pueblo venezolano durante estos años (porque no está dispuesto a tolerar un simulacro de revolución, capitaneado por una clase gobernante demasiado similar a su predecesora).

Para triunfar el 7 de octubre de 2012, necesario es interpretar este descontento legítimo como un dato que hay que tomar en cuenta y en serio, a riesgo de no entender el cuadro de fuerzas a lo interno del chavismo, la principal fuerza política de este país. Porque se lo toma muy en serio, Chávez ha planteado, entre otras iniciativas de envergadura (y en un contexto de reflexión constante sobre temas como el liderazgo, el socialismo bolivariano, el pueblo como sujeto activo de la revolución, el papel del movimiento popular, etc.) desde unas Líneas Estratégicas del partido hasta la creación de un Gran Polo Patriótico (la política más allá del partido).

No es juego: la lógica del partido/maquinaria debe ser sustituida por la lógica del partido/movimiento. Es decir, no basta con hablar de "maquinaria en movimiento", como está de moda ahora, y cambiar una palabra aquí y allá para que nada cambie. Para esto, es indispensable comenzar a entender la importancia estratégica de una iniciativa como el Polo Patriótico Popular, que ya ha cogido calle. Lo contrario sería disponerse a afrontar un examen decisivo, en octubre del año próximo, sin haber aprendido absolutamente nada.

14 de septiembre de 2011

Penúltimas palabras sobre Ávila TV


Aquí les dejo mi intervención, este miércoles 14 de septiembre de 2011, en el programa Oye como va, que conduce Oswaldo Rivero y transmite Alba Ciudad, a propósito de las furias desatadas por mi artículo Ha muerto Ávila TV.

Pinchar aquí.

Son las penúltimas palabras sobre el asunto.

La última palabra la tienen trabajadores y obreros del canal, estudiantes de la EMPA.

Se les quiere y se les respeta siempre.

Salud.

7 de septiembre de 2011

Ha muerto Ávila TV

De cuando Ávila TV todavía la partía...

Ha muerto Ávila TV. Su muerte ha sido lenta, la agonía larga. El acta de defunción la firmaron antes de tiempo, cuando más se veía su pantalla en los barrios de Caracas (y la sintonía en aumento), cuando más la partía, cuando más la revolucionaba, y cuando sus trabajadores peleaban con más fuerzas para defenderla.

Hubo un tiempo en que todos hablaban de Ávila TV, así fuera nada más que para afirmar que les resultaba difícil entender lo que sucedía adentro. La revolución bolivariana tiene una deuda con sus trabajadores organizados y movilizados en asamblea permanente, que optaron siempre por no ventilar públicamente tenaces conflictos internos, así como las sucesivas injusticias que debieron padecer. Sin embargo, esta demostración de carácter, firmeza y madurez política, este ejemplo claro de disciplina a toda prueba, fueron respondidos con una feroz e implacable campaña de infamias que hoy perdura. La discusión central, sustantiva, sobre el tipo de televisión que es preciso hacer en tiempos de revolución, sobre cómo hacer una televisión juvenil, popular y revolucionaria, fue sustituida sistemáticamente, del lado de los enemigos de Ávila, por un coro de insultos e invectivas: malandros, desviados, pequeñoburgueses, anarcoides.

Ya nadie habla del Manifiesto de Ávila TV.

Reafirmo algo que sostuve entonces: lo que estaba en juego con la batalla de Ávila TV, mucho más allá de cargos y cuotas de poder, de la fama, la mala conducta o el trampolín para aterrizar en otros canales, era la posibilidad de continuar insurgiendo contra los cánones de la comunicación burguesa y contra los dinosaurios que ven en la pantalla un instrumento para bombardear a la gente de propaganda, que es otra forma de la alienación. La importancia estratégica de Ávila radicaba en que había demostrado cómo insurgir, además con el protagonismo de esos jóvenes que la izquierda conservadora, sectaria y exógena ha despachado históricamente por pertenecer – según le gusta estigmatizar – al lumpen.

Hoy día, en cambio, nadie habla de Ávila, y se le equipara a un cuerpo inerte, aunque respire. La ya vieja leyenda negra de la televisora malandra y malhablada, fue sustituida por la leyenda de la Ávila ingobernable. Así, ha terminado de morir de mengua, aislada como leproso, estrangulada la poca organización que quedaba, sus últimos arrestos de vitalidad. Nadie quiere saber de ella, mucho menos, tal parece, los que aún conservan cuotas y cargos burocráticos.

Lo más grave es que nadie da la cara, nadie ofrece una explicación a los cientos de miles de jóvenes de los barrios que cuando todavía se animan a sintonizar la pantalla que alguna vez los sedujo, se encuentran con la misma programación de hace dos años. Porque, no se engañen: el problema está en la pantalla.

Ha muerto Ávila TV y su muerte es la victoria de los pusilánimes, los sectarios y los mediocres. Muerta, nada más que para engrosar las filas de unos medios públicos incapaces de acumular dos dígitos de audiencia.