27 de mayo de 2011

Con dios y con el diablo

Ahora que el antichavismo partidista y pre-electorero anda en una de parecerse al chavismo, de entenderse con sus anhelos y broncas, lo que supone ponerse un guante cuando el pueblo salta al terreno, y luego, cuando toca, agarrar un bate y andar prevenido; ahora que andan en una de joseadores, queriéndonos convencer de que pueden ser como esos tipos que se echan al equipo encima, cuando es necesario, cuando nadie lo esperaba; ahora que los gringos pretenden venir a imponernos sanciones, a dictarnos a quién le vendemos y a quién no nuestro petróleo, y nos advierten que podríamos sufrir "serias consecuencias"; ahora vienen los Capriles Radonski, los Teodoro Petkoff y la MUD en pleno a defendernos del agresor.

Como si hiciera falta.

Así estarán de desesperados.

Allá van, con sus uniformes pulcros de niños bien que no saben lo que es deslizarse en segunda.

Viene Capriles Radonski y abanica: "La industria petrolera es de todos los venezolanos. Todos tenemos que cuidarla y preservarla. Ninguna nación debe unilateralmente generar sanciones a nuestro país". Luego, deja colar, como quien se roba la seña: "El gobierno nacional tiene que ser cuidadoso con los acuerdos internacionales, ya que el manejo de los mismos podrían poner en riesgo nuestro país y las relaciones diplomáticas".

Ajá, el gobierno nacional.

Luego viene Petkoff y le tira con todo: "Las sanciones impuestas por el gobierno de Estados Unidos a Pdvsa con el pretexto de que ésta 'envió (a Irán) al menos dos despachos de compuestos para gasolina entre diciembre de 2010 y marzo de 2011, valorados aproximadamente en 50 millones de dólares', constituyen un acto típico de esa arrogancia imperial de la cual tanto trabajo les cuesta a los gringos desprenderse". Más adelante, suelta: "No compartimos para nada la alianza política que el gobierno nacional mantiene con el de Irán y nuestro rechazo a sanciones que, en definitiva, no son nada, no significa, en modo alguno, un aval a esas relaciones turbias que existen entre ambos gobiernos, que van bastante más allá de los normales vínculos diplomáticos entre países"

Ajá, el gobierno nacional.

Cuando le toca consumir su turno, la MUD, en boca de Julio Montoya, dice más de lo mismo y un poco más: "Somos demócratas. Nosotros apoyamos de manera irrestricta a Pdvsa. Y es que a esa empresa hay que defenderla de medidas arbitrarias y unilaterales como esta de los Estados Unidos, pero también del gobierno de Chávez".

Ajá, el gobierno de Chávez.

"Que el gobierno no vaya a convertir este tema de Pdvsa en una división entre quienes no la quieren y sí la quieren", alerta Montoya. Las sanciones, "vistas ya desde la perspectiva puramente venezolana, constituyen música celestial para los oídos de un Chávez que recibe este inesperado regalo gringo, que le permite refaccionar un poco su ya tan maltrecha imagen internacional", reclama Petkoff. Mientras, Capriles Radonski, el candidato, suda.

En estas circunstancias, cuando llega el momento de las definiciones, es cuando más se aprecia la brutal honestidad de gente como Rayma. Mientras el antichavismo partidista hace malabares intentando en vano quedar bien con dios y con el diablo; mientras intenta, en vano, ubicarse del lado del pueblo, pero contra el gobierno de Chávez, pero contra los gringos, la caricaturista no anda con rodeos: eso que los chavistas llamamos patria, ella lo llama...

puta.

Caricatura de Rayma, publicada por El Universal, el jueves 26 de mayo de 2011.

25 de mayo de 2011

Notas para una militancia no fascista (I)

A la izquierda, megáfono en mano, Michel Foucault

Con motivo de conmemorarse veintisiete años y once meses de la muerte de ese gran pensador de la estrategia que fue Michel Foucault, vale la pena repasar uno de sus textos más hermosos y entrañables, su breve Introducción a la vida no fascista, escrito a modo de prefacio para la edición inglesa del Anti-Edipo, de Delezue-Guattari.

En él, Foucault se refería al fascismo como "el gran enemigo, el adversario estratégico… Y no solamente el fascismo histórico, el fascismo de Hitler y Mussolini – que fue capaz de movilizar y utilizar tan efectivamente el deseo de las masas – sino también el fascismo en todos nosotros, en nuestra cabeza y en nuestra conducta cotidiana, el fascismo que nos hace amar al poder, desear aquello mismo que nos domina y nos explota". Identificaba, también, entre los adversarios, a "los ascetas políticos, los militantes tristes… Burócratas de la revolución y funcionarios civiles de La Verdad".

De allí que combatir al fascismo – tal y como lo definía, a grandes rasgos, Foucault – pasaría, entre otras cosas, por no pensar "que uno tiene que estar triste para ser militante, incluso si aquello contra lo que uno está luchando es abominable". Practicar una militancia no fascista implicaría, sobre todo, no olvidar el principio esencial: "No te enamores del poder".

Lo que en otra parte he denominado "oficialismo" – una noción aún esquiva, difusa, y que pertenece, sin duda, al lenguaje de nuestros adversarios – guarda estrecha relación con este "amar al poder" que muchas veces se confunde de manera deliberada con la defensa de la revolución bolivariana. Dicho de otra manera, en nombre de esta "defensa", hay mucho burócrata y funcionario haciendo vulgar apología de la obediencia ciega, de la disciplina mal entendida, del sometimiento, del chantaje, de la soberbia, de la arrogancia. Para mucho burócrata y funcionario, todos los que militamos en la revolución bolivariana debemos entender que el fin justifica los medios: tenemos que aprender, bofetadas mediante si es preciso, a "desear aquello mismo que nos domina y nos explota", mientras decimos pelear contra la dominación y la explotación.

Es completamente falso que todo funcionario – incluso, que cualquier burócrata – integre las filas del oficialismo. Este simplismo interesado es más bien característico del antichavismo. Eso es lo que desean que pensemos – antichavistas y oficialistas – para que nos decidamos a tirar la toalla. Nos quieren tristes, porque así vencernos es tarea sencilla. Lo cierto es que a lo interno del gobierno se libra una lucha a brazo partido entre revolucionarios y oficialistas: unos, tendiendo puentes, estableciendo alianzas con el pueblo en lucha, trabajando sin descanso; otros, bloqueando todas las salidas, para que la revolución se estanque.

Nuestra tarea, como militantes no fascistas, no es lamentarnos por la fuerza ocasional del oficialismo, refugiarnos en el discurso autocompasivo – tan perfectamente funcional a nuestros adversarios – sino reunir cada vez más fuerzas, establecer alianzas entre revolucionarios, con la frente en alto, alegres, siempre alegres, hasta lograr que nuestros adversarios tengan pesadillas con nosotros.

18 de mayo de 2011

Partido/movimiento y agenda popular de luchas

Seguramente habrá quienes se hagan los desentendidos, pero de un tiempo a esta parte ya no es viable políticamente seguir reproduciendo la lógica de funcionamiento del partido/maquinaria. En el caso específico de la relación con el movimiento popular, esto implica dejar de concebirle como simple correa de transmisión de la línea del partido, lo que supone abandonar la prepotencia y la arrogancia, pésimas consejeras a la hora de avanzar en materia de alianzas.

Esto, redefinir, trastocar profundamente la relación entre partido y movimiento popular, más que una exigencia del momento político, viene a ser un mandato de las bases del partido, las cuales, hasta donde es público, no sólo han refrendado, sino enriquecido el contenido de la segunda de las líneas estratégicas propuestas por Chávez en enero de este año.

Según puede leerse en el documento, pasar de la lógica del partido/maquinaria a la del partido/movimiento "implica posicionarse dentro de las masas populares, estableciendo y desplegando una amplia política de alianzas con las diversas formas de organización popular… Es necesario establecer objetivos concretos, sobre el terreno, dentro del proceso real de transformación de la sociedad hacia el socialismo".

El 12 de mayo pasado, varias organizaciones (Corriente Bolívar y Zamora, Movimiento de Pobladores, ANMCLA, Movimiento Campesino Jirajara, Marea Socialista, UNETE) acordaron iniciar una campaña nacional en contra de la impunidad y la criminalización del movimiento popular. Los "puntos de acuerdo" constituyen, de por sí, el primer paso para la definición de una agenda popular de luchas: 1) investigación y procesamiento de autores materiales e intelectuales de asesinatos contra militantes y dirigentes revolucionarios, campesinos y obreros; 2) sobreseimiento de causas penales que involucren a militantes populares procesados por defender sus derechos; 3) reformar instrumentos jurídicos que facilitan la criminalización de luchas populares, específicamente derogación del artículo 471-A del Código Penal; 4) denuncia y combate de cercos mediáticos a luchas populares; 5) consolidación de espacio unitario de fuerzas revolucionarias, que exprese diversidad y que garantice férrea voluntad de defensa del proceso revolucionario junto a Chávez; 6) construcción del Polo Patriótico desde abajo y con los de abajo; 7) profundización de la batalla ideológica y contra el pragmatismo.

De cara a los puntos de esta agenda popular, todos los cuales absolutamente compatibles con la estrategia de repolarización, ¿qué posición habrá de asumir la dirección del partido? Hasta ahora prevalece el silencio. Un silencio que ojalá no sea expresión de viejos vicios y prejuicios, sino la antesala de un gesto fraterno y solidario para con un movimiento popular que bien se lo ha ganado.

13 de mayo de 2011

Vernos a la cara

Hace una semana señalaba que había sido un error que la mayoría de los medios públicos guardaran un silencio de días a propósito del caso Pérez Becerra, y destacaba como una honorable excepción la cobertura ofrecida por La Radio del Sur. Cuatro días después, Cristina González fue separada de la presidencia de la emisora sin que mediara explicación alguna, según se desprende de comunicado suscrito por veinticinco trabajadores y trabajadoras de la radio.

Más allá de las singularidades del caso Pérez Becerra, siempre he estado en desacuerdo con el silencio oficial sobre temas de interés público, convencido de que el terreno que conceden nuestros medios es ocupado por los oportunistas y los demagogos. Así lo expresé, por ejemplo, en un artículo de octubre pasado, Repolitizar los medios públicos, en el que comenzaba por ilustrar dos situaciones muy frecuentes: en un caso, el medio da voz al pueblo, pero éste se ve forzado a traducir la línea oficial, cuando tendría que ser a la inversa; en el otro, simplemente desaparece la voz popular, los sujetos populares son invisibilizados.

No ha pasado mucho tiempo desde la última vez que el propio Chávez cuestionara duramente, y de manera reiterada, estas prácticas. Por ejemplo, el pasado 3 de diciembre ofreció una intensa y memorable clase magistral del papel que deben jugar los medios públicos: "El pueblo que denuncie... Nosotros no podemos dejarle a la burguesía y sus canales la denuncia del pueblo… El canal 8, Telesur, que proteste el pueblo… Que nos interpelen delante del país. Y nosotros aquí estamos, para ser interpelados y para dar la cara".

Guardando las distancias, La Radio del Sur no hizo más que darle voz a quienes manifestaban su descontento o su desacuerdo con la medida gubernamental, con razón o sin ella; a quienes demandaban alguna explicación, a los que solicitaban alguna mínima información, todos juntos superando con creces el reducido universo de la izquierda marxista-leninista y sus derivados. Todo lo cual, debo insistir, en un contexto de silencio oficial.

Ahora, al silencio oficial de aquellos días se le suma la ausencia de explicaciones sobre las razones que motivaron la salida de Cristina González. Una espiral de silencio que no le conviene a nadie.

Estoy convencido de que aún estamos a tiempo de enderezar entuertos. Ya esto no se trata de Pérez Becerra. Se trata de discutir sobre qué medios públicos necesita la revolución bolivariana. Hemos perdido demasiado tiempo en mezquindades y ruindades. La medida contra Cristina González puede ser reconsiderada. No es sólo darle la cara al país, como decía Chávez en diciembre pasado. Seamos capaces de vernos a la cara nosotros mismos, y discutir como revolucionarios. Sin sectarismos. Es tiempo de unidad en la diversidad.

4 de mayo de 2011

Lo que el oficialismo no quiere ver

Alejado desde hace mucho del agua mansa de Maneiro, esto es, del lugar de la política; incapaz de percibir cuándo se agitan las aguas del océano popular, el oficialismo ha recuperado el habla. Siente que ha pasado la tormenta. Bastó que Chávez entrompara el asunto Pérez Becerra para inferir que el sol había salido y escondieran los paraguas. Ahora todos tienen algo que decir. Frente al cielo encapotado, el oficialismo es siempre ciego.

Lo que el oficialismo no quiere ver es que fue un error el silencio que duró días, porque no despertó más que suspicacias (La Radio del Sur destaca como una honorable excepción); fue un error el comunicado oficial, suscrito por Interiores y Justicia, que apenas interrumpió el silencio: hubiera sido preferible callar, antes que expresar nuestro "compromiso inquebrantable" con una supuesta "lucha contra el terrorismo", convalidando así la jerga propia de la "guerra permanente e ilimitada" del capitalismo mundializado. El mismo Chávez, uno de cuyos méritos ha sido saber marcar distancia del oficialismo, sólo se refirió a la deportación de Pérez Becerra de manera implícita, cuando, durante la reunión de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y del Caribe (Celac), ratificó que el Presidente colombiano seguía siendo su "nuevo mejor amigo".

Si bien es cierto que se equivoca la izquierda desaforada que corrió a acusar al zambo de traidor; si se equivocaron los compas que hicieron lo propio con un par de ministros de Chávez, a quienes también calificaron de "perros" falderos de Santos; en fin, si parte de la izquierda respondió con torpeza a las torpezas del gobierno, no es menos cierto que el zambo tampoco resuelve nada emprendiéndola contra los ultrosos o los "infiltrados". Esa no es manera de recoger los vidrios.

Pancarta durante manifestación en rechazo a la deportación de Joaquín Pérez Becerra. Frente a Cancillería, 28 de abril de 2011. Alude al Ministro de Relaciones Exteriores, Nicolás Maduro, y al Ministro de Comunicación e Información, Andrés Izarra. Sin duda alguna, una torpeza política. Por: Luigino Bracci.

Puede que resulte relativamente sencillo lanzarle un par de dardos a la izquierda aparatera y ciertamente es lo que provoca. Pero el problema central no es, como han argumentado algunos compas, que la izquierda pequebú sólo se desgarra las vestiduras a conveniencia. El problema, sospecho, es el talante profundamente antidemocrático del oficialismo, su oportunismo, su silencio cómplice, su tendencia a exculpar siempre, en todo momento, al zambo, como si el tipo no se equivocara jamás o como si jamás tuviera que reconocer sus errores. El problema es que todavía haya quien pretenda, en el oficialismo, que nadie tiene derecho a cuestionar o exigir explicaciones sobre las negociaciones hechas con el gobierno fascista de Colombia.

No es respecto de la izquierda, sino del chavismo en su conjunto, que el oficialismo asume que no tiene ninguna explicación que ofrecer, puesto que el chavismo estaría allí sólo para recibir la línea política, es decir, instrucciones. De allí parte de lo que hoy se expresa como hastío por la política. Eso explica que el chavismo cada vez crea menos en el oficialismo. Bien podría considerarse un axioma: en la medida que Chávez asume las formas, el estilacho del oficialismo, su credibilidad se ve afectada. Basta que escuche y hable al chavismo popular: entonces luce invencible.

Si no queda esperar nada del oficialismo, y si es muy poco lo que tiene que aportar la izquierda aparatera y anti-popular (la misma que, hecha gobierno, se rinde a las mieles del oficialismo), en cambio es mucho lo que el movimiento popular puede ofrecer, a pesar de su debilidad (y precisamente para remontar la cuesta). Más allá de la definición de una postura unitaria a propósito del caso Pérez Becerra, el esfuerzo de articulación tendría que apuntar a la imposición de una agenda popular, que visibilice y promueva las luchas que el oficialismo menosprecia. Luchas concretas protagonizadas por sujetos concretos. Para que la lucha contra el oficialismo y, por supuesto, contra todo el conjunto de fuerzas antidemocráticas (antichavismo incluido), tenga eficacia política. Para que aquello de la interpelación popular y la radicalización democrática de la revolución bolivariana no sean consignas vacías.