7 de octubre de 2009

La geología del dolor

Durante su discurso inaugural del Primer Encuentro Internacional de Memoria Histórica, celebrado el año pasado en la Universidad de Salamanca, España, el periodista y poeta argentino Juan Gelman pronunció estas palabras:

“¿Cada recuerdo trae un dolor que se amontona, capa sobre capa, y se convierte en una geología del dolor? ¿Es posible dialogar con el dolor, fingir que tiene rostro y que no es una potencia que viene y va y protesta contra la muerte del ser querido y le da cuerpo y la afirma negándola? ¿La locura sería la última puerta del dolor, una manera de convertirse en dolor para no padecerlo y desaparecer en el dolor? ¿No será esa una forma de fundirse con la víctima y así morir con ella?”.

Cuando Gelman se interrogaba sobre el dolor, el duelo y la locura, no hacía un simple ejercicio de retórica. Su hijo, Marcelo, fue secuestrado en agosto de 1976, a sus veinte años, y luego desaparecido; su nuera, María Claudia, fue secuestrada a sus diecinueve años, con siete meses de embarazo, también desaparecida. Cortesía de la dictadura argentina. Los restos de Marcelo fueron encontrados en 1990. Diez años después, y tras larga búsqueda, pudo dar con la identidad y el paradero de su nieta, que había nacido en cautiverio, en Montevideo. Sigue buscando los restos de María Claudia.

Sí. Cada recuerdo trae un dolor que se amontona, capa sobre capa, y se convierte en una geología del dolor. Si todavía no lo cree, vaya y pregúntele a cualquier familiar de tan siquiera uno de los cientos – o miles – de desaparecidos durante febrero o marzo de 1989 en Venezuela. La geología del dolor puede ubicarse en el subsuelo de La Peste. Pero es también tierra sin nombre. Nadie sabe en qué lugar yacen todos los que fueron. Nadie sabe, siquiera, cuántos fueron. Sólo sabemos que se hacía llamar democracia, aunque no le hiciera falta apellidarse Videla.

Detalle de los nichos de La Peste, lugar de reposo de más de un centenar de víctimas del 27F de 1989.

“Los familiares de los desaparecidos no tienen dónde hablarles y ellos son fantasmas inciertos que vuelven a doler en la memoria”, explicaba Gelman. De allí el hondo significado del proceso de exhumación de las víctimas del 27F de 1989, que recién adelantó la Fiscalía. Es un acto de justicia que aún no alcanzamos a valorar en sus justas dimensiones. Son capas y años de olvido y dolor. Saludamos esta hora. Porque una revolución digna de llamarse tal, está obligada a excavar en la indolencia para que las víctimas dejen de ser fantasmas. Y hay que decirlo: está obligada, en suma, a evitar nuevas víctimas, las que siguen cayendo en manos de los asesinos de siempre.

3 comentarios:

  1. Muy bueno y muy sobrio, Reinaldo—como debe tratarse lo fúnebre.

    Si queremos saber hacia donde vamos no podemos olvidar de donde venimos.

    ResponderBorrar
  2. Estoy totalmente de acuerdo contigo, creo que no debemos olvidar y creo que debe hacerse justicia.

    Quiero agregar para variar, que hoy siguen ocurriendo violaciones no tan sonoras, pero igualmente graves a los derechos de los venezolanos, éstas tampoco deben olvidarse, hay mucha gente con mucho dolor, no debe ser olvidado tampoco.

    EL MISMO ANÓNIMO,

    ResponderBorrar