Chávez vía Maiquetía, acompañado por su pueblo, viernes 24 de febrero de 2012. Cortesía de Teresa Maniglia, @tmaniglia.
Más
que profundo respeto, siento una gran admiración por el pueblo que acompaña al
comandante Chávez, en este momento de dificultad, a través del rezo. A
diferencia de lo que podría pensar cualquier marxista de librito, no veo en
ello ningún signo de enajenación.
Como lo diría mi amigo argentino Felipe Real, cuando los pueblos creen en sí mismos y luchan por cambiar su realidad terrenal, inventan dioses a su medida. Pero a
despecho de la firme creencia del antichavismo, Chávez nunca ha sido un dios
para el pueblo chavista. Lo que hay que entender es que un pueblo en lucha no
reza por la salud de sus dioses, construye dioses a su imagen y semejanza para
rezarles por la salud de los suyos.
En
el acto de rezar por su salud, el pueblo venezolano no sólo está reafirmando la
humanidad de Chávez, sino expresando su solidaridad con alguien que considera como
propio.
Para
la inmensa mayoría, rezar será la acción más inmediata, más a la mano, para
sumarse a un esfuerzo que, sin embargo, sabe colectivo: en medio de las
dificultades, el aliento siempre es fuerza.
Lo
anterior quiere decir, naturalmente, que es un error concebir la oración popular
como un acto pasivo. Un error inducido por la soberbia característica de
quienes se asumen como los portavoces de la Razón, por encima del pueblo
ignorante, irracional, que vive en la oscuridad, etc.
Lo
que habría que hacer es aprender de nuestro pueblo que reza y sacudirse la
pasividad. No es momento para lamentaciones. Lo que corresponde es
interrogarnos: ¿qué va a hacer cada uno de nosotros para que esta revolución
continúe y se profundice? Cada uno, lo que supone un acto personal. Nosotros,
porque si no lo asumimos como un asunto colectivo, deja de tener sentido.
Nada
de perder tiempo pensando en lo que pudo ser, sino ocuparnos de lo que es y de todo
cuanto puede ser. Una revolución es la multiplicación de lo posible, y aquí hay
y seguirá habiendo revolución bolivariana.
Ocuparnos
colectivamente significa dejar atrás el ombliguismo, es decir, perder la
costumbre de que sea otro, siempre, el responsable del avance o retroceso de la
revolución. Pero nunca nosotros mismos
que, mientras tanto, nos miramos el ombligo. En ocasiones somos ombliguistas
incluso cuando manifestamos estar de acuerdo con la necesidad de construir
dirección colectiva de la revolución: estamos de acuerdo, siempre y cuando sea
Chávez el que la construya.
Para
el antichavismo, Chávez fue siempre Dios o demonio. En el primer caso, porque
no había otra manera de explicarse su arraigo popular. En el segundo, porque
sólo algo tan maligno puede estimular tantos odios. En otras palabras, el
antichavismo nunca ha sido capaz de vencer al Chávez-hombre porque optó por
deshumanizarlo.
Mal
haríamos algunos de nosotros endiosando a Chávez, porque es la vía más expedita
para debilitar a la revolución bolivariana. Al contrario, aprendamos de nuestro
pueblo que reza, el mismo que, cuando sabe que ya no basta con rezar, se lanza
a la calle a pelear por lo que cree. Como ya lo ha hecho muchas veces, como lo
seguirá haciendo.
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