13 de abril de 2011

Abril

Ahora que lo pienso, la primera vez que experimenté, de manera más o menos conciente, la sensación de fraude asociada a la existencia de Acción Democrática, fue tan temprano como a los siete años.

Corría el año 1981 y mi familia recién se establecía en Los Teques, luego de un intenso periplo que abarcó tres ciudades. Me tocó en suerte estudiar en una escuelita pública, de la que guardo muy gratos recuerdos: la Francisco Espejo, en el barrio El Trigo. De mi maestra de tercer grado, en cambio, recuerdo poco. Supongo que no me quedó de ella la mejor de las impresiones: una señora de mediana edad, tal vez cercana a los cincuenta, de baja estatura, apellido de casada Pérez.

Un buen día, la maestra de Pérez anunció a la clase que le tenía preparada una grata sorpresa. Naturalmente, con tal preámbulo, no le costó gran cosa captar la atención de todo el auditorio de incautos cautivos que éramos. ¿Decretaría el fin de las tareas para la casa, la extensión de la hora de recreo? Nada de eso. Anunció la pronta reincorporación a la escuela de Carlos Andrés, su hijo. Buena parte del salón estalló en un júbilo fingido, condescendiente, y la otra guardó silencio. Yo entre los últimos. No entendía nada. ¿Qué podía tener de especial este Carlos Andrés Pérez, también por los siete, a lo sumo un año mayor que yo, y probablemente concebido en sudoroso polvazo blanco en plena campaña electoral de Carlos Andrés, el Presidente?

No pasó mucho tiempo antes de que confirmara mis sospechas: Carlos Andrés no tenía nada de especial. No era inteligente ni simpático, sino más bien atolondrado. Era simplemente el hijo de la maestra fulana de Pérez, lo que sin embargo le concedía una ventaja sobre el resto, suficiente para obtener ciertas licencias: sabotear la clase sin temor de reprimendas, por ejemplo.

Juro que lo recordé varias veces, a Carlos Andrés, durante el segundo gobierno de Pérez, el hijo atolondrado del Fondo Monetario Internacional, y volví a recordarlo a propósito de, cosa-más-ridícula-caballero, la iniciativa mayamera de crear un día del exiliado venezolano, a celebrarse cada 13 de abril de ahora en adelante y hasta que el régimen caiga, y la creación de una Orden del exilio venezolano Rómulo Betancourt, concedida nada más que a Ileana Ros-Lehtinen.

Así estaba, pensando en mujeres y en nombres, Carlos Andrés, Rómulo, Ileana… hasta que recordé a Abril, la hermosa Abril y sus añitos, Abril la hija de mi pana Manuel Cullen, argentino y chavista, suramericano y revolucionario, y chavista y peronista, y Abril por el ejemplo del pueblo venezolano que barrió con una dictadura en menos de cuarenta y ocho horas, grande abril, hermoso abril, y aquí estoy porque hasta aquí nos trajo abril, convencido de que nuestra generación sí que sabe escoger nombres.

2 comentarios:

  1. Muchas Gracias Pana es muy hermoso que asi lo recuerden ustedes, como bién lo mencionas para nosotros y mas aún para Abril que ahora entiende el origen de su nombre ...Abril por Venezuela Bolivariana nuestro pueblo hermano nos enorgullece recordarlo siempre y tener muy presente que los pueblos unidos jamás seran vencidos!!!

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  2. No, gracias a ustedes por ese homenaje. ¡Viva Abril!

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