Supongo se han vencido los plazos para mandar esas respuestas, pero las preguntas me han seguido dando vueltas en la cabeza, quizás atizada por los brulotes del Canal C5N, que me bombardearon los últimos días de diciembre y el 1 de enero en casa de personas muy queridas, que dejan entrar basura televisiva a su hogar. Y no por eso dejan de ser muy queridas.
Estuve una sola vez en Cuba, en 1993, en pleno período especial. Demasiado poco tiempo para opinar y en un momento donde en Miami estaban las valijas hechas para un nunca cumplido retorno de la gusanería. Por eso voy a expresar sensaciones, más que opiniones.
La primera imagen de la revolución cubana es la de una noche estival en el campo donde mis padres y mis tíos comentaban entusiasmados las noticias que traía una radio valvular. Con el correr de los años sentí curiosidad por aquella unanimidad de quienes adherían a distintas versiones del radicalismo o al Partido Comunista. Sospecho que el punto de encuentro era el antiperonismo. Para ellos Batista era Perón e identificaban a los jóvenes barbudos cubanos cada cual con sus referentes de "la Libertadora".
La segunda irrupción de Cuba me vino, paradójicamente, de mano del peronismo y del cristianismo en 1970. A nuestras cabezas de esponja de privilegiados adolescentes sesentistas, nos llegó Cristianismo y Revolución, aquella publicación de García Elorrio y Casiana Ahumada que rebalsando de Camilo y el Che, no podía menos que ubicar a Cuba en el lugar de las utopías. Y esa imagen me acompañó en los primeros años de militancia a la sombra de aquel enorme ombú, generoso y solitario padre ideológico, que fue el gordo Cooke, el hombre del Che en la Argentina.
He dado una primera respuesta, pero creo que la pregunta que permite encontrar la punta del ovillo es la segunda: la influencia de la revolucion cubana sobre mi generación. Y lo primero que se me ocurre es que nos pegó, según cómo vivíamos. Y desde esa certeza, creo que podemos mirar a Cuba hoy, expresar nuestras sensaciones. Depende mucho de lo que estamos haciendo, de nuestro cotidiano. Por eso decía que allí está la punta del ovillo.
A mi generación la revolucion cubana nos llegó encuadernada en un libro de Regis Debray, que explicaba cómo teníamos que hacer una revolución, con el criterio de autoridad que imponían Fidel, el Che y una revolución en las barbas mismas de Estados Unidos.
Algunos compraron todo el paquete. Otros pudieron hacer una lectura crítica o, mejor dicho, una praxis crítica. Yo tuve la suerte de compartir militancia con compañeros que venían peleando desde hacía mucho tiempo y que ya en 1971 estaban rescatando la idea de organización de la lucha armada, se cagaban soberanamente en el foco, la idea de vanguardias iluminadas, etc.
Muchos después nos pudimos enterar un poco mejor de cómo se había hecho la revolución cubana y nos fortaleció en una premisa: la tarea de contar lo que estamos haciendo es parte vital de nuestra construcción política. Es una tarea que corresponde hacer a quienes son protagonistas; no debe ser delegada en quienes son testigos, aún a los más bienintencionados intelectuales.
Las sensaciones que viví en Cuba en el 93, aquella noche que no había una gota de aceite en La Habana para abastecer a sus guaguas, los días con las prostitutas golpeándonos la cara en las puertas de los hoteles y los lúmpenes asediándonos en las calles para conseguir dólares, las voy a resumir en una sola imagen: en la puerta de una casa humilde de una calle de la que no recuerdo el nombre, un hombre flaco nos mostró una foto de cuando era gordo, pocos años antes, y nos convidó con la única cerveza que tenía por el solo placer de hablar de esa Cuba que amaba y le dolía. Como sólo puede doler lo que nos pertenece y es parte de nuestra historia de vida.
Si queremos tirar mierda sobre Cuba vamos a encontrar argumentos. Hay burócratas, buscas, prostitutas, conservadores con la cobertura de frases revolucionarias, jóvenes ansiosos de rajarse para el capitalismo y más. Podría decir incluso que durante muchísimos años he participado en proyectos políticos que no pudieron empalmar con la política exterior cubana. Pero quienes desde hace años venimos luchando por transformar nuestra sociedad, no podemos desconocer que en los años más duros, en el colapso ideológico de fines de los 80 y principio de los 90, en Cuba pudimos encontrar un nivel más alto de la dimensión humana, un lugar que le hacía el aguante a las esperanzas de la humanidad. Y la revolución, la revolución que voy a poder ver, quizás se trate solamente de eso, de una posta en el camino de los pueblos, que nos ayude a recobrar fuerzas, para seguir adelante hacia un futuro que hicimos, haremos, harán revolucionario.
Desde ese lugar, mi agradecimiento a Cuba, a su pueblo y sus dirigentes, y mi convicción de que la revolución no fue traicionada.
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