"Así concluía el largo debate, según la tradición argentina, que fija a la ciencia social un plazo de un cuarto o medio siglo, para admitir como cierto aquello que los iletrados del común evaluaban certeramente el mismo día del acontecimiento".
Estas palabras, mordaces, severas, pero también una señal indiscutible de buen humor, pueden leerse en un libro extraordinario, La era del peronismo, escrito por Jorge Abelardo Ramos, uno de los principales artífices del pensamiento nacional-popular en Argentina y, me atrevería a decirlo, un texto que aporta claves inestimables para "entender" al chavismo, con todo y las distancias que haya que guardar.
Se refería Ramos, de manera concreta, a la forma como fue interpretada la política económica del primer peronismo por los "partidos del sistema oligárquico", por la "izquierda cosmopolita de todos los matices" y por el propio peronismo. "Apologistas y críticos dejan de lado, generalmente, las formidables dificultades de un país semicolonial para adoptar un camino independiente. En el peronismo se manifestaban varias clases sociales y el representante de todas ellas era un jefe militar que le imprimió a todo el proceso revolucionario su propio carácter, sus debilidades tanto como sus aciertos. Lo que queda fuera de toda discusión fue el carácter nacional de toda esta política".
Este último punto, plantea Ramos, estaba "fuera de toda discusión" para la clase trabajadora argentina. De allí, en buena medida, su resuelto apoyo a Perón.
Pero más allá de las circunstancias históricas concretas a las que refiere el párrafo inicial, está un asunto que Ramos aborda de manera recurrente en su libro: la tirante, y casi siempre antagónica, relación entre la intelectualidad argentina, proveniente en su mayoría de la pequeña burguesía, y el fenómeno del peronismo, de fuerte raigambre obrera, popular.
Algunas de las páginas más lúcidas de La era del peronismo son precisamente aquellas en las que se detiene a explicar las razones detrás de semejante postura de la intelectualidad: su penosa adicción al "europeísmo", al "librecambismo", a las modas intelectuales, y su desprecio por lo popular.
Pero no está implícito en el análisis de Ramos un anti-intelectualismo demagógico. Todo lo contrario, su apuesta es por una intelectualidad con una "visión singular de la Argentina, nacida y acariciada en el latido del subsuelo, formada en el aire, sabor y perfil del cielo hispanocriollo, sustancia única que no puede encontrarse, fuera de aquí, en el ancho universo".
En otras palabras, una intelectualidad con vocación político-estratégica, que no se limita a hacer propaganda en apoyo al gobierno (y que no aporta nada nuevo), pero también distinta de aquella que se mantiene al margen deliberadamente, esperando el desenlace de los acontecimientos, para después, dentro de uno, cinco años o un cuarto de siglo, venir a contarnos aquello que, para los "iletrados" de hoy, está tan claro como el sol.
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