Reconozco que el pasado domingo por la noche, a diferencia de la mayoría del país, no seguí las incidencias del Miss Universo. Poco antes del desenlace, escuchaba el conciertazo de Las Manos de Filippi en Tegucigalpa, Honduras. En el televisor tenía puesto el juego Yankees-Medias Rojas. Simultáneamente, estaba conectado al Facebook y chateaba con Rommel, el mayor de mis hermanos, con quien comentaba tanto el concierto como el juego de beisbol.
Fue Rommel el que me informó, entre tenso y emocionado, que la venezolana había quedado entre las finalistas. (No digas que no). En adelante, y a pedido mío, fue contándome en tiempo real cómo iban quedando en el camino, una por una, las representantes de Puerto Rico, Australia, Kosovo... hasta quedar sólo las representantes de República Dominicana y Venezuela.
Cuando me decidí a cambiar el canal, el sonido que venía de la calle era el de una estruendosa celebración. Es verdad que a estas alturas uno está bastante acostumbrado a expresiones de júbilo popular, por motivos más nobles, pero la euforia no dejó de sorprenderme. Y estoy seguro de que por donde ustedes viven debe haber sucedido algo semejante. Cuando di con el canal, Stefanía Fernández pegaba los ya famosos brinquitos abrazada con Dayana Mendoza.
Pero lo realmente digno de comentarse es lo que sucedió inmediatamente después. El júbilo en la calle se expresó de inmediato en el Facebook. Sí, en el mismo Facebook sobre el que ha opinado Omar Rincón: "Esta red colectiviza, democratiza y crea otras esferas públicas de información. Eso está bien. Pero, a su vez, se ha convertido en un sitio de odiar a gente... ¡Odio + derecha = Facebook!". (Vale la pena que le echen un vistazo al artículo de Rincón). Sí, el mismo Facebook que, con demasiada frecuencia, no tiene absolutamente nada que envidiarle a cloacas digitales del tipo Noticias 24, Noticiero Digital y similares. Con el aliciente de que en el Facebook, al menos en la mayoría de los casos, uno es capaz de identificar a los voceros del odio, el resentimiento y el supremacismo con nombre y apellido.
Fue así: un cámara cuyo nombre me reservo, respetable y muy seria figura pública del chavismo comunicacional, fue el primero en advertir lo que muchos señalarían luego: el vestido rojo de la triunfadora. Lo que siguió a continuación fue una buena muestra de alegría y buen humor, mezclado con política. Que, dicho sea de paso, es como conviene asumir la política: con alegría y buen humor. Y mucho más si se trata, como se supone que sea, de política revolucionaria. Incontables fueron las referencias al color del vestido de Stefanía, al que muchos atribuyeron la verdadera causa de la victoria. Alguien incluso llegó al extremo de opinar que el vestido era más bello que la ganadora. Por supuesto, muchos parodiaron la conducta típica de los perdedores, a la que tanto estamos habituados:
- Chávez compró el concurso.
- Sí, y obligó a la chama a usar un vestido rojo rojito, qué bolas.
- ¡Fraude, fraude, fraude! Chávez compró esa elección, como siempre, hasta cuándo este rrrrrégimen.
- Venevisión vendió su alma al diablo.
Juro por este puñado de cruces que alguien aseguró que la recién electa era militante del PSUV. Alguien más señaló la curiosa coincidencia: Stefanía nació en Barinas, vestía de rojo cuando triunfó y Venezuela resultó reelecta. ¿Cierto o falso? El que se haga esta pregunta no ha entendido nada. Poco importa si es cierto esto o falso aquello cuando se trata de un concurso de ocurrencias entre una parranda de jodedores.
Hacía una hora que había pasado el clímax de la celebración cuando leí el primer mensaje escrito por algún antichavista. Hasta entonces no había aparecido ninguno. Lo escribió un querido amigo, con falsa ecuanimidad y con cierto tufillo a hipocresía: se lamentaba amargamente porque ya los venezolanos no podíamos celebrar nada sin pensar en la política. Que estábamos obsesionados, decía. Alguien le respondió, como el tono de quien acaba de descifrar lo indescifrable: sí, ya verás que van a venir a joder con lo del vestido rojo. Hacía más de una hora ese era ya un chiste viejo.
Pensé entonces que tal era la conducta típica ni siquiera del antichavismo, sino en general de los perdedores. De los malos perdedores. Pensé que el chavismo también los tenía. Es decir, que aquel fenómeno trascendía la contienda política y se expresaba en ámbitos diversos de nuestra vida. Pensé que era una conducta que se expresaba universalmente: que los malos perdedores, aquí y en cualquier parte, son tales por su incapacidad para asimilar la victoria del contrincante. Pensé que en este caso aquello era absurdo, porque había triunfado la representante de Venezuela. Finalmente, zanjé la cuestión con esta conclusión: lo que el antichavismo pretendidamente ecuánime rumiaba y padecía, era el hecho de que una vez más el chavismo le hubiera ganado la partida del ingenio a punta de buen humor. Una cosa es parodiar la conducta típica de los perdedores y otra muy distinta disgustarse por la manera como el otro celebra, limpiamente, una victoria.
Resuelta así la cuestión, lo siguiente fue toparme con una expresión particular de aquel fenómeno universal: me sucedió un par de días después, el martes 26 de agosto. Si esto no es expresión de la obsesión casi enfermiza por la política que azota a ciertas almas, pues no puedo imaginarme qué puede serlo:
Para concluir: con respecto a Stefanía Fernández y la política, yo me conformo con que no siga los pasos de Dayana en Guatánamo.
amigos venezolanos: no dejen que el triunfo de la bella miss venezuela sea opacado por el color de un vestido. En Colombia dejamos muchas veces que eso pase y olvidamos que debemos estar orgullosos de nuestros triunfos, espero que esto no les pase: tiene las mejores mujeres del mundo y un concurso bien organizado del cual estar orgullosos.
ResponderBorrarMe da risa que en medio de todo lo que pasa en venezuela la gente se dedique a esto... No hay nada extraño en que Miss Venezuela gane un año más, o el color de su vestido.. persigan el verdadero fin: defender los medios de comunicación.
ResponderBorrarReinaldo, varios de los comentarios que viste en Facebook eran míos o de amigos míos chavistas, y todos tenían una dosis de ironía y jodedera contra escuálidos que ya, en NoticieroDigital y otros medios, estaban atribuyendo la victoria a una supuesta intervención de Chávez.
ResponderBorrarMi opinión sobre los concursos de belleza es que, tras el atractivo visual y la belleza del cuerpo de unas muchachas de 18 años a las que operan y maquillan para hacerlas ver de 28 años, los concursos son un vestigio de nuestro machismo. En particular sabemos quienes están detrás de la Organización Miss Venezuela y del "Miss Universe": organizaciones interesadas en nuestro consumismo y en propagar la imagen de que las mujeres sólo deben servir de adornos para intereses comerciales.
Ahora, tampoco soy tan amargado como para no alegrarme un poco por la victoria de Venezuela, pero eso sí: lo llené de ironía y del "qué dirán" de los escuálidos.
Santiago:
ResponderBorrarNo, no, no. El color del vestido no opacó el triunfo. Le dio más brillo.
Anónimo del 28 de agosto:
A mí me da risa que tú escribas que "el verdadero fin" es "defender los medios de comunicación".
Tú te ríes, yo me río, ¿todos contentos?
Luigino, panita, "respetable y muy seria figura pública del chavismo comunicacional":
Yo tampoco soy tan amargado.
Un abrazo.
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