Tomar las riendas. Profundizar la revolución.
Audacia. Irreverencia. Crítica. Autocrítica.
Lucha a brazo partido contra el burocratismo, la corrupción, la ineficiencia, enemigos internos de la misma revolución.
Más claro no puede ser. O nos despabilamos y dejamos de mirarnos el ombligo o envejece la revolución.
No se trata simplemente de una cuestión generacional.
Una revolución decrépita es aquella donde incluso los más jóvenes hablan y actúan como si ya todo hubiera sido dicho, como si no hubiera nada nuevo que inventar. Copia, cliché, monserga y soberbia, son capaces de arrancar un bostezo al más despierto. Con sus uniformes y sus cargos, la franelita y el folletico debajo del brazo. Campeones de las tarimas, insuperables cuando hay que mover el pescuezo. El complemento perfecto de aquellos que dijeron, el día cero, revolución, sí, pero no tan lejos, lo que hay es que acomodarse. Y se acomodaron. Impotentes, no conducen a nada sino al despeñadero, y es lo único en lo que se emplean a fondo. Timoratos, obsecuentes, desaparecen en los momentos de las resoluciones, cuando aparece el pueblo que no se deja conducir, administrar, amaestrar.
Pongan cuidado. Para que la revolución no se ponga vieja.
Eso es muy necesario, ojalá despues que pasen las elecciones que es la excusa a la que ahora se apela, se comience ese proceso de audacia, irreverencia, critica, autocrituica; propuestas y ejecutorias que conduzcan a que la revolución no enevejezca. Eso tiene que ser rápido por que las revoluciones pueden envejecer rápido
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