29 de julio de 2012

Un Chávez descafeinado y bajo en grasas



Que si a Obama, que si a Lula. Nada de eso. El ex gobernador Capriles copia es a Chávez. Y lo hace mal. 

Evidentemente, sus propagandistas hacen lo posible por vendernos una buena copia: una que reuniría sólo las virtudes de Chávez y carecería de todos sus defectos. Pero eso sólo funciona en el papel. Y el papel aguanta todo.

El problema con la realidad es que suele ser tozuda. ¿Quién dice que eso que la oligarquía pinta como terribles e impresentables defectos del Chávez de carne y hueso no es lo que la mayoría de la población identifica como sus principales virtudes?

El ex gobernador Capriles copia es a Chávez, y eso está claro. Ahora bien, ¿por qué lo hace tan mal? Porque este Chávez descafeinado y bajo en grasas está hecho a la imagen y semejanza de sus enemigos históricos.

Esta mala versión de Chávez que es Capriles es lo que resulta cuando, parada frente al espejo, la oligarquía comienza a sentir todo el peso de la mala conciencia. Flácida, decrépita, le da por ir al gimnasio, es decir, por la filantropía.

Como todo es cuestión de imagen, de visitar lugares para ver y dejarse ver, comienza a alardear de su figura recién adquirida. De allí todo el cuento del Capriles-flaco que compite con un Chávez-gordo que se alejó de las calles para siempre, según repite incansable el ex gobernador.

A primera vista, el simple hecho de que la oligarquía se inclinara por un candidato que imita de tal forma a Chávez, que lo tiene como punto de referencia para todo o casi todo, podría traducirse como un reconocimiento de la fortaleza de su enemigo. Se dice rápido, pero no ha sido tan sencillo.

Ensoberbecida, enceguecida y envilecida por todo el tiempo que transcurrió sin antagonistas que pusieran en serio riesgo su predominio, la primera reacción de la oligarquía fue subestimar a un Chávez que juzgaban como un ídolo con pies de barro.

Fue necesario que, en episodios sucesivos, la fuerza que acompaña a Chávez mostrara rostro y le propinara memorables derrotas, para que la oligarquía comenzara a poner atención.

De hecho, el afán por copiar a Chávez ha llegado a tal extremo que ya se invierten los roles: ahora es Capriles el subestimado, según se desprende de uno de sus publicistas más pertinaces: Roberto Giusti.

Según escribe Giusti, en el chavismo impera una "visión superficial y adocenada" sobre Capriles, y éste sería su principal error. "En principio parecía fácil proyectar el contraste entre el hijo del pueblo… y el hijo de la burguesía… Era un tiro al piso, no podía fallar, el titán de los llanos resultaría invencible ante un impresentable burguesito… que perseguía la destrucción de una Arcadia igualitaria, pacífica, segura y próspera donde todos somos felices".

Esto es, Capriles, ese Chávez light que, con todo, es más chavista que ese "almibarado Chávez (cuando no lo descompone el odio) de la camisa azul" que nos retrata Giusti, es un candidato que se nos cuela por los intersticios de la realidad que nos impuso el régimen.

Hablando de mundos paralelos, es indudable que Giusti reúne méritos como escritor de ciencia-ficción. Sólo basta leer las siguientes líneas: "Por muy férreo que sea el control estatal de la mayoría de los medios y pese al uso indiscriminado del aparato propagandístico, la realidad se impone sobre la ilusión mediática…".

En este punto es donde resulta inevitable comenzar a relativizar aquello del Chávez que dejó de ser subestimado por la oligarquía, a tal punto que le dedican halagos del tipo "titán de los llanos" y cosas por el estilo.

Antes que nada, nunca se ha tratado simplemente de Chávez, como por cierto lo viene repitiendo constantemente el comandante desde que inició la campaña. Se trata, fundamentalmente, de la fuerza que lo mueve y lo acompaña. Una fuerza que no lo trascenderá, sino que lo trasciende desde siempre, que es condición de posibilidad de su irrupción en tanto líder que ha sabido ser, además, portavoz de sus más profundos anhelos.

Esa fuerza se llama chavismo, y seguirá estando cuando Chávez ya no esté, aunque se llame de otra forma.

Esa fuerza que hoy personifica Chávez, pero también millones de nosotros, en Venezuela y en todo el mundo, sabe perfectamente que estamos lejos de vivir en "una Arcadia igualitaria, pacífica, segura y próspera donde todos somos felices".

Sabemos también que nuestra realidad no es "la antítesis" de la realidad de la que habla Chávez, por la sencilla razón de que el hombre jamás nos ha vendido el espejismo del "todos somos felices". Al contrario, Chávez significa la lucha colectiva por construir esa sociedad, que no nos caerá del cielo.

Pero sobre todo sabemos que la realidad es muy distinta del cuento de hadas que nos escribe Giusti, para quien no se trata "del origen social de un candidato, sino de su sensibilidad, de su honestidad, de su sentido de la justicia, de su entrega a los pobres", lo que bien puede ser cierto, pero jamás aplicable a Capriles, por más que la oligarquía haya redescubierto su vocación por la filantropía.

Sólo sugerir, como lo hace Giusti, que somos incapaces de discernir entre la realidad y la fantasía, entre lo evidente y la vulgar propaganda, es una clara expresión de que siguen considerándonos como idiotas a los que, en caso de urgencia, es preciso tratar con condescendencia.

Recientemente el ex gobernador Capriles ha manifestado su intención de sustituir el símbolo del puño golpeando la palma de la otra mano, propia del chavismo, por el de la mano extendida, que representaría la inclusión, la reconciliación, en contraste con el odio y la violencia.

El detalle es que el puño chavista jamás simbolizó el odio, sino la lucha popular, y fue siempre mano extendida para quien decidiera incorporarse a la causa del pueblo. Es el puño de los invisibilizados históricos, de los explotados, de los menospreciados por las elites, esas que ya quisieran que el chavismo deje de luchar.

Porque la oligarquía necesita un pueblo que deje de luchar, es decir, un pueblo que sea una mala copia de sí mismo. Y cree que puede lograrlo con un candidato como Capriles, una pésima copia de Chávez.

2 comentarios:

  1. Excelente artículo, de antología.

    Se puede copiar/imitar/remedar a la imagen de un individuo, nunca al espíritu de un pueblo.

    En cuanto a Giusti, lo que practica no es ciencia-ficción, es simple voodooism: se construye un muñeco-caricatura del enemigo y se le ataca con alfileres y embrujos, con la esperanza de que el maltrato que sufre el muñeco "dañe" al enemigo real. Como toda magia, sólo surte efecto si se cree en ella.

    Chávez somos todos.

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  2. Sea como sea, la campaña de #hayuncaprino es un negocio; mientras haya mercado para ese producto seguirá generándose más variedad de enfoques de "target" para que al llegar al 7O las arcas de las agencias de publicidad estén suficientemente llenas.

    Tratar de vender un antiproducto es, ese sí, un tiro al piso. No votarán POR él, sino en contra de Hugo Rafael. Para eso no hacen falta ni ideas ni debate. Pero... fíjate, Reinaldo: uno se pregunta si el monstruo del cual huímos va a ser tan decente como para resignarse a aceptar otra victoria electoral de la revolución y quedarse de brazos cruzados. La respuesta es "Sí", porque es más o menos claro que el nuestro tiene más pueblo, pero es improbable que el asunto se quede así. Al hombre (y a nosotros con él) van a tratar de sacarlo de Miraflores de la forma que sea, sin importar los métodos ni los derechos humanos que se vulneren por las consecuencias de ello.

    Yo le pondría más cuidado a la campaña nuestra. Hay una población de centro comercial que va a comprar inexorablemente lo de #hayuncaprino. Hay un grueso sector de estudiantes universitarios que marcarán inevitablemente los óvalos de las filas inferiores del tarjetón. Pero, peor aún, hay sólidos segmentos de las clases C, D y E que harán otro tanto o que NO votarán.

    La campaña nuestra tiene que ponerse realmente la meta de los diez palos Y PICO. Hay mucha, demasiada gente que no ve lo que está en juego. Yo, que me considero un tipo más o menos instruído, no lograba ver lo que Chávez me reveló de mi propio país, la realidad que Chávez develó sobre la historia que yo mismo viví, y en el mismo lugar, pero que me era invisible gracias al manto mediático del capital, ¿Cuántas personas en Venezuela se encuentran aún subyugadas por la versión occidental burguesa del progreso?

    El capitalismo global nos tiene ganas. Yo no estoy tranquilo. Hay que hablar de ello.

    Franco Munini. muninifranco@gmail.com

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