5 de junio de 2008

¿El socialismo del siglo XXI será patriarcal? - Ybelice Briceño

(Excelente artículo de la pana Ybelice, que pone el acento en uno de los temas más escondidos debajo de la alfombra en el transcurso del proceso bolivariano.

Y no me vengan con la vaina de que la situación ha cambiado drásticamente desde el momento en que Chávez decidió incoporar todas las mujeres posibles en el gabinete).

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Sorprende ver cómo a estas alturas -cuando hablamos de socialismo del siglo XXI y cosas así- algunos panas, hombres y mujeres -pero sobre todo hombres- todavía sienten tanta incomodidad, malestar y temor cuando se plantea el tema de la desigualdad de género.

Sorprende escuchar posiciones tan retrógradas, tan abiertas o solapadamente machistas, de la boca de gente que en otros espacios es tan progre y revolucionaria.

Sorprende escuchar los malabarismos retóricos a los que se apela. Los disimulos, los chistes evasivos. Las miradas nerviosas. Los argumentos ingenuos o ramplones.

Plantear que la discriminación laboral, la invisibilización del trabajo doméstico, la imposición de formas masculinas (desde la sexualidad hasta la política), la consideración de la mujer no como sujeto sino como cuerpo, el silenciamiento de discursos y saberes femeninos o la presión que impone el mandato estético, son asuntos menores dentro de la agenda de transformación que nos proponemos, creo yo que, como mínimo, requeriría una justificación bien elaborada.

Sin embargo, los argumentos que se esgrimen para despachar el tema -cuando se esgrimen argumentos, que no es siempre- son bastante básicos. Voy a revisar solo cinco de ellos; los más extendidos y reiterativos.

Argumento 1: Las luchas de género no tienen sentido porque las feministas son muy fastidiosas.

Desde hace muchos años, desde que comencé a estudiar en la universidad, he escuchado descalificar las luchas feministas por las supuestas características de sus propulsoras. En esa época yo creo que ninguno de los que decía eso había visto jamás ni conocido a ninguna feminista. Pero no cabía la menor idea de que eran fastidiosas; todo el mundo lo afirmaba. Esa era la sensación que quedaba.

Este argumento, que aún hoy circula con la misma fuerza, es tan absurdo como potente. Despachar las luchas de género porque existen unas o muchas feministas que son fastidiosas sería como despachar las luchas revolucionarias porque hay revolucionarios fastidiosos, descalificar el movimiento estudiantil porque algunos de sus líderes son fastidiosos, las luchas de los trabajadores porque hay sindicalistas fastidiosos. En fin, no tiene ningún sentido.

Sin embargo, tal planteamiento ha tenido tanta eficacia estigmatizante que el término “feminista” se ha convertido en un adjetivo despectivo, ridiculizador, que espanta a todo el mundo. Con ello se logra ahuyentar a muchas de las potenciales sujetos de ese discurso. Muchas mujeres pueden sentir afinidad con los planteamientos, identificar los problemas, compartir denuncias. Pero casi ninguna quiere ser tildada de feminista. Todas tememos ser vistas como extemporáneas, ridículas o fanáticas.

Argumento 2: El problema con el feminismo es que es europeo.

El argumento de que lo inadecuado del feminismo reside en su carácter “importado” tiene dos posibles interpretaciones. Significa que los problemas que se contemplan e intentan combatir con ese discurso no los vivimos aquí. O que el origen de este movimiento y sus banderas es europeo, y por lo tanto es inadaptable.

¿Que no vivimos aquí las múltiples formas en que se cristaliza la desigualdad de género? Es difícil que alguien pueda sustentar eso. La violencia doméstica, la absoluta desvalorización del trabajo del hogar (limpieza, alimentación, cuidado de niños y ancianos), la doble y triple jornada laboral, la desproporción entre la cantidad de mujeres que participa en organizaciones sociales o que trabajan en la administración pública y la que ocupa posiciones de decisión en las mismas son solo algunas de ellas, las más visibles y extendidas.

Qué el feminismo es un movimiento de origen euronorteamericano es indiscutible. ¿Y qué hay con eso? Es tan importado como el marxismo, el postestructuralismo o el software libre. De ello no se desprende que sea inadaptable a otros contextos o que no haya tenido desarrollos teóricos y políticos en toda América Latina. No creo que la utilidad de la teoría se pierda porque la recuperemos y repensemos desde otras coordenadas. Imagino que lo mismo opinan los foucaultianos, los lacanianos o los seguidores de Negri que conozco.

Tampoco creo que ello ocurra con las banderas de lucha. Hace poco conmemoramos por estos lados el aniversario del Mayo Francés. No hubo necesidad de justificar demasiado que en un país del Caribe rescatáramos cuarenta años después las consignas de estudiantes parisinos.

Argumento 3: Contradicción principal y contradicción secundaria.

Circula también un argumento según el cual la cuestión es de estrategia. No es que no se vivan esos problemas, sino que no son la prioridad. La principal contradicción que vivimos en Latinoamérica sería la de clase. Lo demás no es adecuado plantearlo por ahora.

Con este discurso los amigos se insertan en una extraña línea de pensamiento etapista. Se les sale una especie de ortodoxia marxista -de la que normalmente se desmarcarían tajantemente- según la cual imagino entonces que tampoco importa por ahora la discriminación racial, la defensa de los pueblos indígenas o las luchas más “culturales” que el marxismo inicialmente no contempló.

Ante semejante razonamiento político no queda más que preguntarse: si no es éste el momento, ¿cuándo es? ¿Cuando esté la derecha en el poder? ¿Cuando la correlación de fuerzas nos sea desfavorable? ¿Cuánto tiempo habrá que esperar? ¿Meses, años, décadas? Y lo que es más importante aún, ¿qué hacemos mientras tanto? ¿Miramos para otro lado?

Los últimos dos argumentos que quiero revisar suelen salir a colación, entre otras cosas, cuando se debate el tema del mandato estético que pesa sobre la mujer venezolana. En relación con ello, es extraño, pero se apela simultáneamente a dos planteamientos contradictorios: el de que es un asunto de elección individual, y el contrario; el de que no podemos hacer nada porque es algo cultural.

Argumento 4: Es un asunto de decisión individual.

Cuando se dice que es un asunto de elección individual se plantea, por un lado, que es una cuestión personal, subjetiva y sin mayores repercusiones. Algo así como una cuestión de gusto. Y por otro, que se trata de decisiones que toma la gente autónoma y soberanamente. “Me dio la gana de ponerme tetas”, “me provocó ser flaca, alta y rubia”.

Así, todas las prácticas y decisiones que tomamos para ajustar nuestra imagen a los parámetros hegemónicos serían espontáneas y casuales, “cosas que se le ocurren a uno”. Desde esta perspectiva, las mujeres estaríamos, en relación con ese tema, exentas de condicionamientos externos.

Tal planteamiento es como mínimo, bastante ingenuo. La decisión de ajustarse al patrón estético es para las mujeres tan decisión, tan autónoma y tan soberana como para la clase media ver Globovisión, comer en McDonalds o comprar en el Sambil. ¿Cómo hacen quienes plantean eso para no ver todo el entramado de poder que atraviesa el cuerpo femenino? ¿Para ignorar el papel del poder mediático y del mercado detrás de esas “decisiones individuales”? ¿Cómo hacen para ver gustos personales donde hay patrones tan rígidos y homogéneos?

Argumento 5: Es una cuestión cultural.

El argumento de lo cultural es a mi juicio el más complejo. De hecho creo que requeriría ser revisado con más detalle en otra ocasión. Pero veamos. Cuando se dice que el imperativo de la belleza que cae sobre las mujeres venezolanas es ya algo cultural se quiere decir, primero, que está tan extendido y arraigado que es imposible o muy difícil cambiarlo. Por tanto, que las mujeres no decidimos a voluntad en esta materia, sino que seguimos lo que los patrones culturales nos dictan (evidente contradicción con el punto anterior).

Y segundo, que como ya es cultural, ya forma parte de nuestra identidad o modos de ser. Por ello de alguna manera ya es valorable, ya forma parte de nuestra idiosincrasia, ya es bueno en sí mismo. Es decir, podemos verlo con simpatía y reconocernos en ello, es casi pintoresco.

Ante estos razonamientos argumentaría lo siguiente. En primer lugar, el hecho de que sea una cuestión cultural quiere decir que no es natural (obvio). Es decir, que no es inherente a la condición femenina, no forma parte de su esencia, no es ontológico: por tanto se puede transformar, aunque no digo que sea fácil.

Segundo, el hecho de que estas prácticas y discursos sean culturales, estén muy extendidos y arraigados, no quiere decir que no tengan orígenes o que las instancias que los promueven no sean identificables. Del mismo modo que puede identificarse otra veta, también cultural, del machismo venezolano; la matriz discursiva de la mujer como inferior, casta, sumisa y sacrificada, impuesta hace más de cinco siglos en la región por la iglesia católica, podría rastrearse la impronta de la industria del Miss Venezuela en el país desde hace más de cincuenta años, o el reforzamiento permanente de mercado, la publicidad y los mass media en general en torno a la belleza de “nuestras mujeres”.

Por último, el hecho de que sea cultural no quiere decir que no sea opresivo y que no podamos cuestionarlo. Para eso estamos en una revolución, ¿no? Para tratar de transformar lo que haya que transformar en el terreno político, social y también en el mundo de lo simbólico, de las representaciones sociales, de los marcos de significación. De hecho, el combate en el campo cultural creo que es de los más necesarios, aunque de los más difíciles.

Entiendo que a los hombres les cuesta mucho ver el peso brutal que el mandato de la belleza tiene sobre la cotidianidad de las mujeres -lo que para nosotras debería ser más visible. Es un peso que va desde la cantidad de tiempo que hay que dedicarle a embellecerse, hasta la naturalización de formas más fuertes de violencia sobre el cuerpo como intervenciones quirúrgicas (implantarse tetas, quitarse costillas, perfilarse la nariz), pasando por males más “leves” como todas las prácticas, incomodidades y privaciones a las que una mujer común se somete normalmente (dietas, tacones, fajas, gimnasios, planchas alisadoras, cremas embellecedoras, masajes reductores, depilaciones y un larguísimo etcétera). Esto por no mencionar las burlas y descalificaciones dirigidas a las niñas, jóvenes y mujeres que, por uno u otro motivo, no encajan en el patrón estético del momento, o que por lo menos no hace esfuerzos por encajar en él (de allí el conmovedor lema “no hay mujer fea sino mal arreglada”).

Lo que me cuesta un poco creer es que no vean todo el despliegue de tecnologías destinadas a amansar y encauzar los cuerpos femeninos. Que se despache el poder de la biotecnología de la belleza. Que la mirada microfísica se abandone súbitamente cuando entramos en este campo.

Y lo que es más evidente; que no vean el lugar que el mercado y los medios tienen en la difusión y hegemonía de ese discurso y sus prácticas. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que la belleza femenina es un negocio y un espectáculo al que se le saca el máximo provecho. Por eso es tan extraño ver que en esta lucha los panas no solo muchas veces se queden callados, sino incluso, a veces, se cuadren torpemente del otro lado. Del lado de la Revlon, la Clinique y otras trasnacionales de la belleza; del lado de Portadas, Venevisión y de Osmel Sousa; del lado del Dr. Krulig y otros negociantes de la medicina.

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Creo que la revolución se está quedando corta si no implica el combate o como mínimo el cuestionamiento de todo tipo de relación de opresión, subordinación o desigualdad. No creo que haya formas de opresión principales y secundarias. Todas las prácticas discriminatorias y de desvalorización son condenables.

Algo parecido dice la frase esa del Che que todos asumimos alguna vez como bandera. “Si usted es capaz de temblar cada vez que se comete una injusticia…” y por ahí seguía. Considerar la invisibilización de las mujeres en la historia oficial, la desvalorización del trabajo femenino, la violencia doméstica o las descalificaciones hacia las mujeres que transgreden la norma estética como formas de injusticia, no creo que sea un acto político tan audaz. ¿O sí?

5 comentarios:

  1. reinaldis, se gradece que pusieras a rodar este artículo de Ibe por tu blog; y a ibe, por tan buen jalón de orejas para dejar de mirar(tan cómodamente) para el otro lado. Abrazo para los dos

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  3. Pertinente y necesaria la reflexión que nos ofrece Ibelice. Ciertamente, como lo introduce el propio Reinaldo, la discusión de género y, más particularmente, la discusión sobre la condición de la mujer dentro del marco del capitalismo que, necesariamente, debe ir acompañado de su adjetivo aliado: patriarcal.
    Una de las falsas controversias es aquella que pretende ubicar la lucha feminista divorciada de la lucha por la superación del capitalismo. Realmente, y como bien acuña Ibelice, esta falsa diatriba responde, por un lado, a cierta visión etapista y dogmática del marxismo, y por el otro, a cierto sector dentro del feminismo que prefiere no contaminarse con postulados marxistas o de izquierda. De este modo, pretenden hacer ver que el carácter de clase de las luchas es distinto al carácter de género de otras.
    Ciertamente, no todo feminismo contempla ni plantea el carácter de clase, pues consideran que la luchas de género nada tienen que ver con la lucha por la superación del orden burgués. Sin embargo, y ello lo contemplaron tanto Marx, como Engels, Lenin, Trotsky y otros marxistas, la lucha por la superaicón del capital debe ir de la mano de la lucha por la emancipación de la mujer. Solo basta echar una mirada al propio Manifiesto del Partido Comunista. Lamentablemente, y como lo desarrolla Ibelice, nuestra tradicional impronta de izquierda, muy cargada de la herencia obtenida de los PC's, ha hecho ver que las luchas feministas son "pequeño-burguesas", locales, entre otros descalificativos. Sin embargo, ni intentan acercarse a la discusión de por qué sí o no debe asumirse la lucha por la emancipación de la mujer, para ellos, con el descalificativo basta, cosa muy propia de una pobre tradición de izquierda, que pareciera no tener más recursos para el debate.
    Frente a la falsa diatriba, habría que proponer en primer lugar que, es difícil plantearse la lucha por la emancipación de la mujer si ella no supera los límites del orden burgués y patriarcal. La opresión de la mujer en el capitalismo tiene un carácter de clase. La doble y triple jornada laboral no solo obedece a la cultural patriarcal, sino que responde, fundamentalmente, a las formas de explotación del capital, que se hace del patriarcado para garantizar, en primer lugar, una vasta reproducción de la fuerza de trabajo, en segundo, la garantía de que su fuerza de trabajo masculina esté dispuesta y liberada solo para la explotación, en tercer lugar, obtener mayor plusvalía a través de la pauperización del salario femenino, en cuarto lugar, la posibilidad de explotar el cuerpo femenino asumiéndolo como mercancía.
    El carácter de clase con que debe mirarse la cuestión femenina también obedece a la necesidad de ubicar que la sola lucha feminista no conlleva a la supresión de las relaciones de opresión. Hay quienes piensan que, solo por ser mujeres, tenemos la capacidad de constituir sociedades no opresoras, algo así como cierta facultad "genérica" que nos ubica como mejor capacitadas porque "somos" el sexo-género no violento. Muy por el contrario, es posible ver cómo algunos sectores del género femenino pueden legitimar relaciones de opresión. A mi modo de ver, esto responde, fundamentalmente, al carácter de clase del que provienen ciertos sectores del género femenino. Si me preguntan por ejemplo si debí apoyar la candidatura de Cecilia García Arocha porque es mujer y porque las feministas debemos apoyar el género -cosa que plantearon algunas feministas de los predios universitarios en su momento-, pues digo que no. De acuerdo a la condición de clase una mujer levantará tal o cual programa político; la sola participación política de la mujer no garantiza que levante las demandas de la mayoría de las mujeres explotadas y oprimidas. Ni a Condolleza, ni a la Tatcher, ni a García Arocha les interesa eliminar y suprimir los niveles de explotación a los que son sometidas miles y cientos de mujeres, simplemente porque por su condición de clase se los impide.
    De otra parte, habrá que tener una fuerte ceguera si no se comprende que, de los explotados, somos las mujeres las que más. El 70% de la población más empobrecida corresponde a las mujeres.
    Hay varios artículos que podrían aportar al debate y que sugiero para este blog.
    Uno es un artìculo publicado por Mariátegui en 1924, cuyo título reza: "Reivindicaciones feministas". Se encuentra en el siguiente enlace:http://www.marxists.org/espanol/mariateg/1924/dic/19.htm
    Luego, están otros dos que discuten desde la cuestión planteada por Ibelice. Los enlaces son:

    http://www.aporrea.org/ideologia/a31009.html
    y
    http://www.aporrea.org/ideologia/a52845.html

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