En la edición del viernes 20 de julio de 2007 del diario Últimas Noticias, en su página 16, puede leerse una breve nota titulada: MEP pide dirección política para el PSUV.
Según la nota, la dirigencia del Movimiento Electoral del Pueblo habría manifestado su "preocupación por la ausencia de líneas políticas que supone la desmovilización de las toldas que ingresan al Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), y el hecho de que éste se mantiene en proceso de formación"
"Es necesario que emerja una dirección política transitoria", habría afirmado Eustoquio Contreras, diputado a la Asamblea Nacional, Secretario General del MEP e integrante de la Comisión Promotora del Psuv.
Por su parte, el diario El Universal recoge en otra nota del mismo día, lo que al parecer corresponde a las declaraciones textuales del dirigente del MEP:
"Los partidos están en etapa de transición y no desaparecen hasta que no exista el nuevo partido con personalidad jurídica. Por eso, si están desmontadas en la práctica las direcciones políticas de los que hemos asumido la idea de formación de un partido unido y todavía no ha surgido la estructura de dirección del nuevo partido y, entendiendo que éste es un proceso revolucionario muy dinámico, vemos que hay como un vacío de dirección política que debe ser llenado".
¿Cómo llenar este vacío? El dirigente del MEP propone "que emerja un espacio de conducción política: o se le da atribución de dirección a la Comisión Promotora del PSUV o se crea una instancia, pero eso le correspondería al presidente Chávez como líder del proceso revolucionario que se vive en Venezuela".
Fin de las citas.
Lo significativo de estas declaraciones es que ponen al descubierto un tipo de ejercicio de la política que, por decir lo mínimo, no se corresponde con una democracia revolucionaria. Importa muy poco que el declarante se llame Eustoquio Contreras. Preocupa, en cambio, que esta postura sea la regla, y no la excepción, entre los dirigentes de los partidos políticos que apoyan el proceso bolivariano.
En la Venezuela en la que yo vivo, no sólo la noción de dirigencia política, sino incluso la idea misma de partido político entró en crisis terminal hace varios lustros. El surgimiento y la posterior consolidación del chavismo como fenómeno político, social y cultural, aconteció precisamente en este contexto de severa crisis de la democracia entendida como representación.
El chavismo triunfó en las elecciones presidenciales de 1998 porque el pueblo mayoritario que lo votó se sintió absolutamente identificado con el discurso antipartido del candidato Chávez. Y más, Chávez se hizo presidente no gracias a los partidos políticos de izquierda, sino a pesar de la izquierda partidista. Cualquiera que revise estas páginas no tan lejanas de nuestra historia contemporánea, puede constatar sin mayor dificultad que la candidatura de Chávez fue padecida por la izquierda partidista como una experiencia traumática.
La izquierda tradicional comparte con la derecha del mismo signo, su afición por la idea de representación. Lo que sucede hoy día es que, mientras los viejos partidos de la derecha casi han desaparecido de la escena política, nuestros viejos camaradas de la izquierda se resisten a sentirse aludidos cuando ese chavismo que se les antoja como demasiado tumultuoso, les demuestra una y otra vez que es capaz de movilización política sin necesidad de la línea de ningún partido. De ninguno.
Lo saben ustedes y lo sabemos nosotros, ni es un secreto ni soy el primero que lo afirma: el único capaz de dictar líneas políticas se llama Hugo Chávez. Y si Chávez es capaz de hacerlo, no es por sus dotes de mago o porque sea un maestro de la manipulación, sino por su extraordinaria capacidad para escuchar el rumor de la calle, para asimilar las múltiples demandas populares. El pueblo sigue a Chávez no por su identificación con el poder del Estado, sino porque es un subversivo en Miraflores.
Más reciente aún que aquella historia de la campaña electoral de 1998, están las jornadas de abril de 2002: camaradas, ahí no hizo falta Chávez, y mucho menos los partidos políticos de izquierda, para que el pueblo se movilizara. No hubo partido que dictara la línea. Pero sobre todo, camaradas, no hizo falta. La línea la dictó el pueblo en la calle. Es preciso aprender de las lecciones de la historia.
Por eso, preocuparse por una eventual "ausencia de líneas políticas" como consecuencia de la ausencia de los partidos de izquierda, es un falso problema. Preocupante resulta invocar la necesidad de "una dirección política transitoria" a horas de instalarse las primeras asambleas de batallones socialistas. Preocupante resulta que se invoque un supuesto "vacío de dirección política", justo antes de iniciarse el amplio y profundo debate democrático que suponen estas asambleas.
Camaradas: no hay vacío, no hay ausencia de línea política. Lo que existe es la posibilidad de construcción colectiva de líneas de acción colectivas. Las asambleas de batallones son el germen de este "espacio de conducción política" que no aparece por ningún lado para la "dirigencia", precisamente porque esta dirigencia se acostumbró a arrogarse la conducción política. Y así, camaradas, ya no se hace la política revolucionaria. Así no se construyen partidos revolucionarios.
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