«Alerta, alerta, el mono que camina… ya tú sabes, guarden todos sus celulares, sus Blackberry, cuidao en la Bolívar, cuidao en la Miranda, cuidao en la autopista, suban los vidrios del carro».
Palabras más que menos, entre carcajadas (me los imagino dándose palmadas en la espalda, como niñitos malos de escuela, como adolescentes acomplejados y malcriados que sólo salieron de las cuatro paredes de su urbanización para ir al centro comercial, la playa de moda o Miami), así cerraban su programa radial un par de locutores de la 92.9 FM, una tarde de miércoles, hace un par de semanas. Si la idiotez (disfrazada de "humor negro") de este par de individuos tiene límites o no, es algo que no viene al caso.
Si algún valor tienen sus palabras, es que nos ilustran la manera como parte de la población experimenta la ciudad de Caracas. Aquella declaración, entre racista y facha, no es una simple "opinión": es el retrato (o una pincelada, si se quiere) de una cierta geografía interior que los habita, que los predispone a odiarla y padecerla en lugar de amarla.
Hostil, caótica, brutal, sórdida… violenta. ¿Quién duda que Caracas sea eso y más? Amigos entrañables han dejado atrás Caracas huyendo de algún recuerdo insoportable. Cuántos sueños triturados, cuántas voluntades doblegadas. ¿Quién no ha sido asaltado por esa insuperable sensación de alivio, de aliento recobrado, cuando agarra carretera Venezuela adentro para reconfortarse con la infinita belleza de su gente?
Sin embargo, y en lo que a mí respecta, no puedo conformarme con esa manera de narrar la ciudad que, más que retratar la violencia, la recrea, porque como la "carne" (de allí que la "urbe" se vista de bikini), la violencia vende. La violencia es un bien simbólico que no sólo produce dividendos económicos, sino también políticos: recrearla es una manera de perpetuarla.
Ceder al chantaje de quienes recrean la violencia no hace más que asegurarles su lugar en el mundo a los que hablan de "monos" para referirse a seres humanos. Equivale a autoexcluirnos.
Bien vale la pena narrar la otra historia de Caracas, comenzando por la de esa "gente del barrio"que "sí quiere vivir", como dice la canción de Área 23. Esa Caracas con su tumbao, sus ritmos, sus gestos, que está harta de la violencia, pero sobre todo de aquella que nace del desprecio. Una Caracas que todos los días se empecina, remonta la cuesta, supera adversidades, porque desea vivir mejor. Una Caracas que cuando se va a la calle a pelear es una fiesta. Una Caracas que ama apasionadamente, con alegría, con furor, como las amantes que lo entregan todo porque se juegan la vida en el acto de amar.
Por eso, Caracas, te amo.
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