9 de mayo de 2012

Un país en serio

(Esta mañana recibí un correo a través del cual un amigo, militante revolucionario desde los años 60, informaba sobre el fallecimiento de un viejo camarada de luchas. 

Escribía "Carlitos": "Cada vez que veo a algunos, más viejos o más jóvenes, envilecerse, degradarse en el pragmatismo a cambio de banalidades en estuche de cargos, 'buena vida', pequeños poderes, etc., admiro más a gente de su estatura moral y humildad. Su alegría e ilusiones, que nunca envejecieron, se quedan con nosotros y en la lucha. Honor y gloria a 'El Clásico', 'Juancho' Oswaldo Pérez".

Este texto lo terminé de escribir el 11 de abril pasado, pensando en gente como "Carlitos" o como "Juancho". Gente realmente admirable, a la que considero sangre de mi sangre. Gente como mi padre, y como tantos otros, que son muchos, que pelearon antes que nosotros, como muchos pelearán después de nosotros.

Lo comparto con ustedes.

Salud).

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A los asesinados, desaparecidos y torturados por la "democracia" adeco-copeyana

I.-
Tendríamos que hacer todo lo posible porque la reciente aprobación de una Ley para sancionar los crímenes, desapariciones, torturas y otras violaciones de los derechos humanos por razones políticas en el período 1958-1998, no termine convertida en una noticia más, condenada a pasar desapercibida. 

Se trata, sin duda alguna, de una noticia extraordinaria; ella misma, la Ley, un acto de justicia y reparación, al menos un signo que apunta en esa dirección, una ventana que se abre, luego de que fueran cerradas con llave todas las compuertas. Es uno de esos hechos a propósito de los cuales, una vez consumados, uno se pregunta cómo fue posible que no sucediera antes.

Parafraseando a Orlando Araujo, eso que decía sobre la "literatura de la violencia", podría afirmarse que sería monstruoso que en un país donde todo aquello sucedió careciera de una Ley para sancionarlo. Disparaba Araujo, a continuación: "Cierto que hay, en la hora del miedo, mucha pluma silenciosa, mucha sensibilidad apagada, mucha evasión temática. Pero hay, asimismo, una tradición de coraje… que va formando el rojo testimonio de los escritores contra la circunstancia pasajera de los asesinos, que sólo por el conjuro de aquella palabra vivirán en la mierda eterna".

Su palabra vaya por delante, camarada Araujo, contra los silenciosos (tan locuaces y tan dados al griterío, en otras circunstancias), los de la sensibilidad apagada, los que optan por la evasión. Porque ellos son cómplices de quienes asesinaron, torturaron y desaparecieron por miles, en nombre de la "democracia".

II.-
En Venezuela, como debe suceder en la inmensa mayoría de los países con un pasado colonial relativamente reciente, es una verdad indiscutible la irrefrenable tendencia de sus autodenominadas elites (intelectuales, culturales, pero también políticas, económicas) a la adopción del discurso autodenigratorio.

En su Manual de zonceras argentinas, Arturo Jauretche se refería a esa "natural predisposición denigratoria que no es otra que el producto de una formación intelectual dirigida a la detractación de lo nuestro". Formación intelectual que se expresa de innumerables formas, muchas de ellas escatológicas, como aquella tan frecuente: "Este país de mierda".

Uno se las consigue en cualquier parte. Se tropieza con alguna de sus variantes. Recién este domingo 8 de abril, por poner sólo un ejemplo, un articulista de la derecha más rancia escribía en El Nacional: "El día en que el país se enserie… se ponga todo en su sitio… y se establezcan responsabilidades… habrá un solo culpable y muchos cómplices". Por supuesto que la reacción natural es carcajearse (seguramente porque este país de mierda no es un país serio), pero alguna mínima consideración hay que tener con seres tan atribulados y tan golpeados por el infortunio que debe suponer verse desplazado, en tanto integrante del estamento intelectual, por esa cosa que mientan chavismo.

Sin embargo, mire usted, a ese inmortal que es José Martí no le dio la gana de ser tan considerado, y en ese texto maravilloso que es Nuestra América, y que deberían leerse nuestros hijos en la primaria para evitar que se formen en el desprecio por lo nuestro, les dedicó uno que otro piropo: "sietemesinos" que "no tienen fe en su tierra"; los que tienen "la pluma fácil o la palabra de colores" y acusan "de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso".

En el muy específico campo de la sociología, el que conozco muy bien porque por allí pasé, ningún "concepto" es tan recurrido por quienes padecen de tal predisposición denigratoria como aquel de "anomia". No tiene idea Emile Durkheim de cuántas payasadas revestidas de "ciencia" se han dicho abusando del concepto por él creado.

El argumento no es sólo predecible, esto es decir poco. Es sobre todo pueril: Venezuela no es un país en serio porque no se respetan las normas. Porque vivimos en el caos permanente. Porque nada está puesto en su sitio. (Hay quienes afirman, incluso, que vivimos en un no-país). Pero no crea usted que al portador de semejante discurso le pasa por la cabeza la imagen de aquel representante de los terratenientes rompiendo la recién promulgada Ley de Tierras, o la imagen de los señorones de la oligarquía decretando o suscribiendo la derogación de la Constitución, aquel nefasto 12 de abril de 2002. No. Siempre son otros los que violan las normas, los que propician la "anomia" generalizada. El desorden. La violencia. Ya sabemos quién es el culpable.

Pero dejemos que sea un sociólogo el que nos dé su autorizado diagnóstico: "En medio de esta realidad, el venezolano se ha confundido con sus agresores, terminó siendo órgano destructor de la propia sociedad. El venezolano promedio de hoy es un agresor y un potencial asesino. Lo digo con dolor. Cualquier transeúnte de hoy alienta la agresión, es reactivo, sectario, se convierte en instrumento de agresión, siempre para sacar ventaja. Estamos hablando de la extinción de la vida societaria, de un primitivismo visceral. El venezolano, en medio de su desesperanza, concilió con el mal y la rutina anómica. Se perturbó la condición del individuo que ya no es tocado por la nobleza".

Si usted no se siente identificado con tal cuadro; si acaso no puede percibir que por sus venas corre la sangre de un "potencial asesino"; si no se asume como "reactivo, sectario", como "instrumento de agresión", como copartícipe del "primitivismo visceral" que se llevó todo al mismísimo carajo, será precisamente porque usted está abandonado a la "rutina anómica", que es más o menos como afirmar que usted es una persona poco seria que vive en un país poco serio, en el que ya se produjo la "extinción de la vida societaria".

Usted sufre de "anomia" y ni siquiera lo sabe. Animal.

Limitémonos a anotar que el sociólogo de marras se llama Miguel Ángel Campos, pero no porque el referido sea poseedor de algún atributo que lo haga descollar en medio del montón, sino simplemente porque un par de textos suyos nos permiten hacer visible cómo aquel diagnóstico tan escandaloso y sombrío al mismo tiempo, tiene su correlato en el campo de la política.

El primer ejemplo son sus opiniones (en entrevista que data de 2010) sobre el 27 de febrero de 1989, y cómo estos hechos retumban en la Venezuela de hoy: "Yo podría demostrar sociológicamente que el venezolano de hoy es menos solidario, menos piadoso, más cruel, que hace 10 ó 15 años. Me dan 3 meses y lo demuestro. Eso es un espanto. ¿Por qué reaparece este mal en un país que vive el esplendor de la modernidad en los años 50, que expulsa el caudillismo que parece enrumbarse hacia un futuro? En 1989 aparecen los saqueos. Los planes del Fondo Monetario Internacional en la época de Carlos Andrés Pérez es un asunto de economistas, lo importante es cuestionar que esta sociedad saquea a pesar del florecimiento de las décadas anteriores. Uno de los países más pobres del mundo -moral y materialmente- es la India y allá no hay saqueos nunca. Es grave la perturbación nuestra. ¡Gravísima! Y esta sociedad va a volver a saquear, en cualquier descuido, saquea".

Diagnóstico: el venezolano de la revolución bolivariana es más cruel. Esto se puede "demostrar sociológicamente". Las medidas neoliberales son "asunto de economistas". En India nunca hay saqueos. Brevísimo contrapunteo: falta demostrarlo; lo de las medidas es algo como para sostener una animada polémica con el pueblo insurrecto; si aquello sobre la India llega a las manos de Ranajit Guha o algún otro integrante del Grupo de Estudios Subalternos, es capaz de morir de un ataque incontenible de risa.

III.-
El segundo ejemplo es lo que Campos tiene que decir (en reciente artículo, titulado Clasificadores de infamias) a propósito de la Ley para sancionar los crímenes, desapariciones, torturas y otras violaciones de los derechos humanos por razones políticas en el período 1958-1998, tanto como de quienes están haciendo esfuerzos para darle concreción.

Comencemos por la Ley: ésta es calificada como el resultado del "divertimento de historiografía forense de sus autores", como un ejercicio de "bastarda arqueología". A quienes organizan actos para que ésta no se convierta en letra muerta, los acusa de "sociólogos metidos a propagandistas". Por si no bastara con ello, habla de las propias víctimas: "Habrá también, como corresponde, testimonios de los mártires, gente que relatará compungida aquellos días en los que su alma y psique quedaron hechos pedazos".

El argumento central de Campos es el siguiente: el problema con la Ley es que "establece que unos crímenes lo son menos que otros" y que tal circunstancia no sería una aberración "si no tuviera como telón de fondo una realidad fúnebre sobre la cual se levanta la farsa, para ocultarla y sobre todo para autorizar otros crímenes".

Es decir, según Campos, una Ley que persigue sancionar incontable cantidad de crímenes y atrocidades perpetrados por las "democracias" adecas y copeyanas contra miles de militantes de izquierda, práctica que no las distingue de las férreas dictaduras que debió padecer el continente durante las mismas décadas; Ley que no considera estos crímenes "peores" o "mejores" que otros, sino que los distingue; según el sociólogo, lo que el gobierno pretende ocultar es, por supuesto, "el espectáculo aterrador de las tasas de homicidios que exhibe Venezuela en los últimos años".

Pero va más allá, mucho más allá, hasta llegar al lugar que ocupan todos los "insegurólogos" de este país: "el estado general de miedo, angustia, zozobra que pesa sobre la población actúa como un agente de contención civil, es un eficaz desmovilizador". Este gobierno no hace nada, pero no por ineficiente, sino que se trata de "una decisión deliberada, un acto calculado".

IV.-
No existe, claro está, tal macabro plan, así como no es cierto que el venezolano promedio sea un potencial asesino. Es falso que se haya extinguido la vida en sociedad y que seamos víctimas del primitivismo. Es falso que el venezolano sea hoy más cruel y que el neoliberalismo sea un asunto de tecnócratas o economistas. Existen, eso sí, problemas de todo tipo, problemas graves y menores, deudas históricas que saldar, asuntos cotidianos que atender.

Pero existen también los que jamás atinarán en el diagnóstico del problema, porque son extranjeros en su propia tierra. Porque la desprecian a ella y a sus gentes. Actúan como si todos los días maldijeran el día en que tuvieron la mala fortuna de nacer aquí.

No les importa cuánto hagamos para que esta tierra, este mundo, sea un lugar digno de ser habitado y vivido por nuestros hijos. No les importa cuántas victorias logremos arrancarle a la muerte, al silencio, al olvido. No les importa todo nuestro esfuerzo. No les importan nuestros anhelos. No les importan todos esos motivos que nos hacen sentir alegres. No les importan nuestras fiestas, a las que consideran cosa bárbara. Estos personajes están condenados a vivir en el lugar que ya señalara Orlando Araujo. Porque para ellos, pase lo que pase, éste jamás será un país en serio.

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