(El cámara Guillermo Cieza nos envía este texto del historiador argentino Miguel Mazzeo, militante, como Cieza, del Frente Popular Darío Santillán.
Mazzeo es el autor, entre otros libros, de El sueño de una cosa (Introducción al poder popular), ¿Qué (no) hacer? Apuntes para una crítica de los regímenes emancipatorios y Volver a Mariátegui, cuya lectura recomendamos.
En cuanto al artículo en cuestión, leerlo en clave: modos de no entender al chavismo.
Guardando las distancias, claro está.)
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"Lo más elevado del hombre carece de forma, pero se debe evitar configurarlo de otra manera que no sea mediante acciones nobles"
Goethe
"Cuando no se está muy seguro de nada, lo mejor es crearse deberes a la manera de flotadores"
Julio Cortázar
La izquierda de antes y el peronismo de antes.
Es bien sabido que la izquierda argentina no supo comprender al peronismo histórico, salvo escasas (y no siempre honrosas) excepciones. Nos referimos a ese peronismo que va de 1945 a 1973, de la movilización del 17 octubre a la de Ezeiza, estableciendo una delimitación a partir de hechos muy significativos. Creemos que es indispensable identificar las inflexiones históricas más intensas para advertir el instante exacto de la coherencia y la incoherencia, la contradicción o las "afinidades electivas" (o la ausencia de las mismas).
Sin dudas, el peronismo fue uno de los acontecimientos que volvió a muchos marxistas argentinos menos marxistas y, por qué no decirlo, menos argentinos. Los paradigmas eurocéntricos, la impronta de la más rancia tradición liberal, el iluminismo, el positivismo y sus secuelas, hicieron imposible una aproximación sensible y lúcida a tan complejo movimiento político-social y sobre todo a tan compleja realidad de masas.
A la hora de abordar el fenómeno peronista, la izquierda se quedó en la superestructura, exageró y deificó lo parcial y lo coyuntural. En lugar de hacer la crítica radical de todo lo que existe, hizo una crítica de una parte de lo real. No vio lo que bullía por abajo, no vio potencialidades populares, itinerarios posibles y latentes, o lo que es peor, si lo percibió, lo consideró "bárbaro", "inculto" e improductivo en función de la fidelidad platónica a ciertas ideas y esquemas prefabricados.
No vio, por ejemplo, que en el marco del primer gobierno peronista, a medida que se consolidaba una estrategia de crecimiento "hacia adentro", el capital extranjero se reducía a un 5% del capital fijo total, y que el desarrollo económico y la prosperidad social que beneficiaba especialmente a las clases subalternas, se sostenía en el ahorro interno y en el bienestar popular y no en un "derrame" acrecentador de las desigualdades. Todo esto, en un país de la periferia capitalista que venía de ser una factoría dependiente. Era, sin dudas, un gobierno "nacional", pero como la izquierda no entendía la "cuestión nacional", en consecuencia tampoco podía entender al peronismo.
La izquierda desconocía la dignidad adquirida por las clases subalternas. Veía "demagogia" en cada conquista popular. Un dato fundamental se le escapaba: el peronismo era el componente político-cultural esencial de una identidad popular o por lo menos "plebeya", que, como tal, poseía varias caras, algunas disruptivas. La izquierda tampoco percibió la calidad de las mediaciones políticas y sociales desplegadas por el peronismo que, más allá de sus niveles de subordinación política al Estado, proponían nexos donde era posible un espacio de autonomía y resistencia de la clase trabajadora frente al capital.
La izquierda no tuvo en cuenta la experiencia que la clase trabajadora estaba realizando en ese marco político-institucional, un marco que no se apartaba de las coordenadas burguesas (siempre estuvo claro el objetivo de garantizar la tasa de ganancia de la burguesía nacional), pero que, en la situación de la Argentina peronista y posperonista, sería rebasado una y otra vez, para terminar siendo cuestionado abiertamente, en los años 70.
El historiador Daniel James, en una de sus principales obras, recupera el testimonio de un trabajador que decía: "con Perón éramos todos machos". Aunque el peronismo no se propuso alterar sustancialmente las relaciones sociales capitalistas, generó un marco político que modificaba las relaciones de fuerza en la sociedad. Esto se podía apreciar en las fábricas, en los barrios, en el campo (tengamos en cuenta, por ejemplo, los alcances del Estatuto del Peón), en los lugares públicos, en algunas instituciones, etc. Sin eliminarla, el peronismo había desvirtuado la coacción económica. El peronismo era el hecho maldito del país burgués, como decía John William Cooke. El peronismo era un torrente. Por eso el golpe de 1955 pudo asumir un carácter de revancha clasista... y también la Dictadura Militar de 1976-1983.
La izquierda de antes no entendió al peronismo. No reconoció su condición de albergue de la lucha de clases. Por eso, fue históricamente necesaria la aparición de una "izquierda peronista", expresión de las potencialidades transformadoras del peronismo y también de un "peronismo oficial" y una "derecha peronista", expresión de sus limitaciones históricas.
Los nacionales, populares y progresistas de ahora y el peronismo de ahora: ¿y llora, llora la puta oligarquía porque se vienen Grobocapatel y Urquía?
En la actualidad existen sectores usualmente denominados nacionales, populares y progresistas que habitan dentro y fuera del Partido Justicialista o dentro y fuera del más extenso "Peronismo", sectores que, de alguna manera, también tienen algunas taras gnoseológicas frente al peronismo (actual). Nos referimos a aquellos que, padeciendo de cierta anomia de los sentidos, plantean que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, como antes el de Néstor Kirchner, expresan una opción nacional, popular y progresista. Claro, como cultores de cierto realismo político hostil a las "ideas" jamás lo reconocen. Siempre son otros los que no entienden, los intelectuales y los militantes cuyos sistemas límbicos están excitados por las teorías o las utopías.
Sin dudas, el peronismo de ahora es uno de los acontecimientos que ha vuelto a muchos nacionales, populares y progresistas argentinos, menos nacionales, menos populares y menos progresistas.
Y así, como en el seno de aquella izquierda de antes que no entendía el peronismo de antes había compañeros honestos y luchadores, en el espacio nacional, popular y progresista kirchnerista (K) de ahora que no entiende al peronismo de ahora, hay compañeros del mismo tenor, muy valiosos y de seguro bien dispuestos para cuando llegue la hora de las batallas fundamentales. Claro, están los que poco a poco se fueron vaciando de esperanzas y se acostumbraron a no producir hechos y se predispusieron a recibir cada vez menos. Finalmente, están aquellos que se parecen a John Falstaff, el personaje de Shakespeare, que, corrompido por su aburguesamiento, se torna oportunista y cínico. Aquellos que habitan la casa de los ciegos, se hacen pasar por ciegos, pero ven.
El peso del paradigma populista como ideología (a pesar de haber desaparecido hace mucho tiempo sus basamentos materiales y políticos), la impronta de una tradición nacionalista "culturalista", un nacionalismo retórico, de peña folklórica, y en muchos casos el cargo público, hacen imposible una aproximación lúcida a tan transparente y aceitado aparato de poder de las clases dominantes. Es de una enorme candidez suponer que peronismo se ha "regenerado" y ha retomado "la senda histórica", dejando atrás las mutaciones de los años 80 y 90, y el "accidente" menemista. Es injustificable sostener que el peronismo se ha recuperado de su "final inglorioso", como decía Cooke. El peronismo es hoy, de arriba a abajo, una realidad de "elites" autorreferenciales y competitivas; una realidad de opresión, desposesión y alienación que padecen las clases subalternas; una realidad caracterizada por la fragmentación, la falta de identidades liberadoras y de proyectos que les asignen protagonismo histórico.
Existe todo un modo de decir y actuar anquilosado, que se refleja en producciones, acciones y discursos (castrados y ornamentales) y que deriva en el ensañamiento con espantajos y con enemigos inexistentes. Un modo que reemplaza el pensamiento por los rituales y la iconografía del peronismo (ahora están de moda sus versiones más "setentistas").
A la hora de abordar el fenómeno peronista, los nacionales, populares y progresistas (K) se quedan en la superestructura, exageran y deifican lo parcial y lo coyuntural. En lugar de hacer la crítica radical de todo lo que existe, hacen una crítica de una parte de lo real. No ven la realidad opresiva y denigrante padecida por millones, no ven lo que sufre por abajo, o lo que es peor, si lo perciben, lo consideran "normal", herencia del pasado[i] a superar gradualmente con "gestión". No consideran lo crítico e insostenible de la situación de sus paisanos o la contemplan como humanistas florentinos del siglo XV. Cuando insisten en la mejora de la situación social general respecto de la de 2002, no toman en cuenta la ampliación de la brecha entre los ricos y pobres, un proceso que inició la ultima Dictadura y que este gobierno no revirtió, como correspondería a uno verdaderamente nacional, popular y progresista. Así, terminan justificando los postulados de la "teoría del derrame". Asimismo se desentienden del proceso de desnacionalización imparable de la economía. ¿O acaso se plantea hoy la vuelta de las empresas privatizadas al patrimonio nacional-público y la firme regulación estatal del comercio exterior? ¿La deuda externa dejó de ser un factor determinante en la distribución de la riqueza?
Una mirada más profunda, por ejemplo, les presentaría a los nacionales, populares y progresistas (K) un retorno a un patrón económico pre-peronista, primario-exportador y dependiente, más parecido al de la Argentina del período 1880-1930 que al del peronismo histórico. Éste es un gobierno "antinacional" en aspectos determinantes, pero como los nacionales, populares y progresistas manejan un concepto retórico y burgués de "lo nacional", en consecuencia no pueden entender al peronismo de ahora.
Respecto de la dignidad de los trabajadores y los pobres, sólo basta una simple referencia a la precarización laboral (y a la legislación que la sustenta), al estado de las escuelas, hospitales, etc. Por su parte, el sindicalismo que apoya al gobierno es heredero de lo peor tradición burocrática y del proceso de transformismo de la década del 90. Los sindicatos son pilares de la estructura de dominación, poderosos aparatos de poder articulados con el Estado y las corporaciones. Son, además, garantes del control social, verticalistas, autoritarios, sin fisuras, incluso fascistoides. El sindicalismo que encuentra su espacio en la CTA, en líneas generales (hay excepciones que fundan esperanzas), expresa el punto de vista de los nacionales, populares y progresistas que no ven. De hecho apoyan a un gobierno que les niega reconocimiento oficial.
Un aspecto notorio en cualquier barrio es el tipo de mediación que el peronismo de ahora propone con la sociedad, un tipo de mediación que se consolidó en tiempos del peronismo de Carlos Menem y Eduardo Duhalde. Se basa en las lógicas de los punteros, lógicas de control y subordinación, que conforman un vínculo perverso y paralizante para los "de abajo". La miseria de las clases populares es la condición de la reproducción del poder de los mediadores (jefes y punteros políticos de todo país). ¿Qué tipo de experiencia política puede realizar el pueblo en el marco de esas lógicas (las de los burócratas sindicales y las de los punteros)? A diferencia del trabajador del que habla James, ningún trabajador puede decir que con el peronismo actual se siente fuerte (frente al capital). Hay que utilizar un criterio muy distendido de lo popular para adjudicarle esta condición a este gobierno y al anterior.
Los nacionales, populares y progresistas (K) desconocen la indignidad en que están sumidas las clases subalternas. O lo que es peor, la conocen y no militan en pos de su modificación, contribuyen a reproducirla o se aprovechan de ella. Pero el asistencialismo no "dignifica". Y el gobierno no modifica su naturaleza (y mucho menos el Estado la suya) porque algunas organizaciones "nacionales, populares y progresistas" lo apoyen.
Entro otros datos, uno fundamental se les escapa: el peronismo de ahora no es parte de una identidad popular plebeya que favorece la politización, la participación de las bases y la herejía, sino que es un componente de una identidad "lumpen", una identidad definida en términos negativos: "precarizados", "en negro", "carecientes", "necesitados", etc., que profundiza la dispersión, la despolitización, la subordinación de las clases subalternas a un aparato político y al Estado.
El peronismo de hoy es una realidad que les permite a las clases populares experimentar directamente una "inferioridad colectiva", a la vez les ofrece "protección". Esto se puede ver y padecer en las fábricas y otros lugares de trabajo, en los barrios, etc. Un supuesto golpe de la derecha, eventualidad tan aborrecible como inviable en estas condiciones, sin ninguna duda podría empeorar muchas cosas, podría dar marcha atrás respecto de cambios destacables, pero jamás podrá asumir el carácter de revancha clasista.
Los nacionales, populares y progresistas (K) no entienden que cambió el sentido de la rebeldía y la provocación, incluso el sentido de lo obsceno. Y es que, como militantes, muchos de ellos ya no buscan su materia política, dramática y épica en el pueblo, sino que la buscan en el Estado. El hereje de antaño es ahora un renegado, aunque no se asuma como tal. El peronismo sigue siendo un hecho maldito, pero no para el "país burgués". El peronismo es hoy una compuerta.
La presidenta, hace unos día, recordaba a "un señor" (se refería a Carlos Marx) que decía que la historia se repite: lo que primero acontece como tragedia, reaparece históricamente bajo la forma de la comedia o la farsa. Tenía razón la presidenta, mucha razón. Ahí están los beligerantes militantes (K), con sus identidades esquizofrénicas, con su fijación libidinosa al pasado, "luchando" (¿?) contra la oligarquía y el imperialismo, armados con sus fetiches y sus devaluadas estampitas milagreras, montando imágenes y discursos discontinuos, momificando las mejores tradiciones de lucha del pueblo.
Los nacionales, populares y progresistas (K) no entienden (o no quieren entender) al peronismo actual. Por eso es necesaria la aparición de una fuerza auténticamente popular, nacional y progresista (mil perdones por el término), una fuerza "orgánica" que indefectiblemente tendrá que plantearse cambios económicos, sociales, políticos y culturales, radicales y profundos.
Lanús Oeste, 24 de junio de 2008
[i] Por cierto, el peronismo de antes no recurrió a la Década Infame para justificar inoperancia a la hora de modificar la situación de las clases populares. La modificó y punto.
Amigos:
ResponderBorrar"El peronismo desconfía de la palabra socialismo y el Socialismo descree del peronismo, sin embargo, la más grande experiencia socialista sudamericana la forjó el peronismo".
Cito al poeta socialista argentino (no peronista), Vicente Zito Lema, en vez de citar al poeta alemán; nada más alejado del barro donde germinó este movimiento que es como nosotros: noble e innoble a la vez.
No sin sus dosis de razón, creo que el autor se equivoca: al combate se va con lo que se tiene. Y hoy hay combate: la derecha por todos y contra todos, incluso, los no alineados con los K.
Según nuestra visión, el kirchnerismo lejos de ser una compuerta, es una puerta que queda entornada.
No es compuerta pues no existe (por ahora) un río torrentoso que quiera romperla y avanzar. En todo caso, somos (los argentinos) un arroyo, que nos estamos encausando, gota a gota, litro tras litro. Fijarse simplemente como es la correlación de fuerzas, como han sonado las cacerolas en Lanús Este con el canto de las sirenas mediáticas.
El kirchnerismo es una puerta porque los que sí queremos seguir más allá tenemos la posibilidad de hacerlo, en el futuro. De no ser barridos por la ideología hegemónica, la supervivencia diaria, la tristeza. Al contrario, creo que la era K es cierta alegría por el no haber sido destruídos y por poder quedar en latencia.
Saludos a todo Lanús Oeste y a todos los pibes de la calle Madariaga.
La democracia consiste en poner bajo control el poder político. Es esta su característica esencial. En una democracia no debería existir ningún poder no controlado. Ahora bien, sucede que la televisión se ha convertido en un poder político colosal, se podía decir que potencialmente, el más importante de todos, como si fuera Dios mismo quien habla. Y así será si continuamos consintiendo el abuso. Se ha convertido en un poder demasiado grande para la democracia. Ninguna democracia sobrevivirá si no pone fin al abuso de ese poder... Creo que un nuevo Hitler tendría, con la televisión, un poder infinito. Karl Popper 1996
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