29 de julio de 2012

Un Chávez descafeinado y bajo en grasas



Que si a Obama, que si a Lula. Nada de eso. El ex gobernador Capriles copia es a Chávez. Y lo hace mal. 

Evidentemente, sus propagandistas hacen lo posible por vendernos una buena copia: una que reuniría sólo las virtudes de Chávez y carecería de todos sus defectos. Pero eso sólo funciona en el papel. Y el papel aguanta todo.

El problema con la realidad es que suele ser tozuda. ¿Quién dice que eso que la oligarquía pinta como terribles e impresentables defectos del Chávez de carne y hueso no es lo que la mayoría de la población identifica como sus principales virtudes?

El ex gobernador Capriles copia es a Chávez, y eso está claro. Ahora bien, ¿por qué lo hace tan mal? Porque este Chávez descafeinado y bajo en grasas está hecho a la imagen y semejanza de sus enemigos históricos.

Esta mala versión de Chávez que es Capriles es lo que resulta cuando, parada frente al espejo, la oligarquía comienza a sentir todo el peso de la mala conciencia. Flácida, decrépita, le da por ir al gimnasio, es decir, por la filantropía.

Como todo es cuestión de imagen, de visitar lugares para ver y dejarse ver, comienza a alardear de su figura recién adquirida. De allí todo el cuento del Capriles-flaco que compite con un Chávez-gordo que se alejó de las calles para siempre, según repite incansable el ex gobernador.

A primera vista, el simple hecho de que la oligarquía se inclinara por un candidato que imita de tal forma a Chávez, que lo tiene como punto de referencia para todo o casi todo, podría traducirse como un reconocimiento de la fortaleza de su enemigo. Se dice rápido, pero no ha sido tan sencillo.

Ensoberbecida, enceguecida y envilecida por todo el tiempo que transcurrió sin antagonistas que pusieran en serio riesgo su predominio, la primera reacción de la oligarquía fue subestimar a un Chávez que juzgaban como un ídolo con pies de barro.

Fue necesario que, en episodios sucesivos, la fuerza que acompaña a Chávez mostrara rostro y le propinara memorables derrotas, para que la oligarquía comenzara a poner atención.

De hecho, el afán por copiar a Chávez ha llegado a tal extremo que ya se invierten los roles: ahora es Capriles el subestimado, según se desprende de uno de sus publicistas más pertinaces: Roberto Giusti.

Según escribe Giusti, en el chavismo impera una "visión superficial y adocenada" sobre Capriles, y éste sería su principal error. "En principio parecía fácil proyectar el contraste entre el hijo del pueblo… y el hijo de la burguesía… Era un tiro al piso, no podía fallar, el titán de los llanos resultaría invencible ante un impresentable burguesito… que perseguía la destrucción de una Arcadia igualitaria, pacífica, segura y próspera donde todos somos felices".

Esto es, Capriles, ese Chávez light que, con todo, es más chavista que ese "almibarado Chávez (cuando no lo descompone el odio) de la camisa azul" que nos retrata Giusti, es un candidato que se nos cuela por los intersticios de la realidad que nos impuso el régimen.

Hablando de mundos paralelos, es indudable que Giusti reúne méritos como escritor de ciencia-ficción. Sólo basta leer las siguientes líneas: "Por muy férreo que sea el control estatal de la mayoría de los medios y pese al uso indiscriminado del aparato propagandístico, la realidad se impone sobre la ilusión mediática…".

En este punto es donde resulta inevitable comenzar a relativizar aquello del Chávez que dejó de ser subestimado por la oligarquía, a tal punto que le dedican halagos del tipo "titán de los llanos" y cosas por el estilo.

Antes que nada, nunca se ha tratado simplemente de Chávez, como por cierto lo viene repitiendo constantemente el comandante desde que inició la campaña. Se trata, fundamentalmente, de la fuerza que lo mueve y lo acompaña. Una fuerza que no lo trascenderá, sino que lo trasciende desde siempre, que es condición de posibilidad de su irrupción en tanto líder que ha sabido ser, además, portavoz de sus más profundos anhelos.

Esa fuerza se llama chavismo, y seguirá estando cuando Chávez ya no esté, aunque se llame de otra forma.

Esa fuerza que hoy personifica Chávez, pero también millones de nosotros, en Venezuela y en todo el mundo, sabe perfectamente que estamos lejos de vivir en "una Arcadia igualitaria, pacífica, segura y próspera donde todos somos felices".

Sabemos también que nuestra realidad no es "la antítesis" de la realidad de la que habla Chávez, por la sencilla razón de que el hombre jamás nos ha vendido el espejismo del "todos somos felices". Al contrario, Chávez significa la lucha colectiva por construir esa sociedad, que no nos caerá del cielo.

Pero sobre todo sabemos que la realidad es muy distinta del cuento de hadas que nos escribe Giusti, para quien no se trata "del origen social de un candidato, sino de su sensibilidad, de su honestidad, de su sentido de la justicia, de su entrega a los pobres", lo que bien puede ser cierto, pero jamás aplicable a Capriles, por más que la oligarquía haya redescubierto su vocación por la filantropía.

Sólo sugerir, como lo hace Giusti, que somos incapaces de discernir entre la realidad y la fantasía, entre lo evidente y la vulgar propaganda, es una clara expresión de que siguen considerándonos como idiotas a los que, en caso de urgencia, es preciso tratar con condescendencia.

Recientemente el ex gobernador Capriles ha manifestado su intención de sustituir el símbolo del puño golpeando la palma de la otra mano, propia del chavismo, por el de la mano extendida, que representaría la inclusión, la reconciliación, en contraste con el odio y la violencia.

El detalle es que el puño chavista jamás simbolizó el odio, sino la lucha popular, y fue siempre mano extendida para quien decidiera incorporarse a la causa del pueblo. Es el puño de los invisibilizados históricos, de los explotados, de los menospreciados por las elites, esas que ya quisieran que el chavismo deje de luchar.

Porque la oligarquía necesita un pueblo que deje de luchar, es decir, un pueblo que sea una mala copia de sí mismo. Y cree que puede lograrlo con un candidato como Capriles, una pésima copia de Chávez.

27 de julio de 2012

Bolívar. El rostro de


El rostro de Simón Bolívar ha vuelto a develar el verdadero rostro del antichavismo de elites, su vergonzoso racismo apenas disimulado.

"Afrodescendiente rojo", lo ha llamado un impresentable Nelson Bocaranda, y se supone que tales palabras sean interpretadas como un insulto. 

Nada más dejar constancia. 

Para que nunca olvidemos.

25 de julio de 2012

Chavismo, color y sabor




La leyenda, insidiosa, se detiene en la combinación elegida por María para adornar sus uñas: amarillo y morado. A juicio de la web, se trata de "unas uñas muy sicodélicas e imperialistas", que usan "muchas chicas" en Venezuela "porque ya es una moda... aunque no es una tendencia socialista".

Se lo leí a Sandra Mikele, que está por cumplir los doce. Le mostré las fotografías. Sonrió e hizo un gesto de desaprobación. A su juicio, el asunto "no tiene nada que ver con política" y calificó la leyenda de "pura estupidez". Son "uñas con estilo que puede usar cualquier persona en este mundo", me dijo, y además me explicó que la persona que redactó la nota está completamente desfasada, porque esos colores se están usando "desde el año pasado". Ella misma tiene varios colores: fucsia, verde, azul, morado, anaranjado, rosado claro. Hizo la salvedad de que no tiene amarillo.

Sin duda que una nota tal puede valorarse de muchas maneras, y no sólo como un buen ejemplo de "pura estupidez". Más aún, es mucho lo que pudiera desgranarse sobre las webs venezolanas que deben apelar a Kim Kardashian para atraer público.

La pregunta es: ¿qué tribulaciones de ánimo o cuáles prejuicios son los que llevan a alguien a opinar que la hija del Presidente no puede llevar uñas "sicodélicas e imperialistas"? ¿De cuándo acá los colores vivos o metálicos son atributos o signos distintivos del imperialismo? Rayemos en el absurdo: ¿existen uñas imperialistas o socialistas?

Necedad aparte, lo que parece claro es que no se trata sólo de una cuestión estética. Entre la nota, que también cuestiona la marca del celular que usa María Gabriela, y la improbable intención de denunciar el afán de ostentación de la hija de Chávez, media un abismo.

Lo que se enjuicia, en general, es al chavismo y su "doble discurso". Doble discurso que consistiría en ser portavoces y adalides de la barbarie (de la privación, de la ignorancia, es decir, del socialismo), pero débiles ante los encantos de la civilización, que se asimila con la abundancia, con la distopía del mercado infinito.

Según tal razonamiento, Sandra Mikele, hija de chavista, es por tanto hija de la barbarie, y mal pudiera aspirar no sólo al amarillo que no tiene, sino a cualquier otro color. Tendría que conformarse con la mediocridad grisácea de una vida sin futuro, con malas versiones de lo "bueno".

Después de todo, es difícil no sentir pena por aquellos que, acicateados por la ignorancia y el miedo, con alma esclava de consumidores mucho más que ciudadanos, jamás sabrán cuánto de color hay en el chavismo. Y de sabor.

22 de julio de 2012

Miedo a la democracia


Hubo un tiempo, no muy lejano, en que la todopoderosa maquinaria propagandista antichavista, hoy prácticamente intacta, se dedicó a emplear el miedo como arma que le permitiera aglutinar a su base social. 

El objetivo era reunir masa crítica suficiente como para poner en marcha, en las mejores condiciones posibles, los planes que debían conducir al derrocamiento del gobierno bolivariano.

Entonces, desplegó una encarnizada y sistemática campaña de criminalización del pueblo chavista, que no tiene parangón en nuestra historia. Nunca antes la mayoría de la población venezolana fue sometida de tal manera al escarnio y a la violencia (física y simbólica), al ultraje y a la demonización.

Cuando hablo de este miedo de elites no me refiero a la reacción irracional sin base cierta, que se atribuye a los débiles de carácter. Este miedo de elites es más bien expresión de la perspectiva real de pérdida progresiva de espacios de poder. Es el miedo de los que siempre fueron más fuertes, y en virtud de tal circunstancia llegaron a creerse invencibles.

Hasta que llegó Chávez.

Frente a Chávez, y al pueblo indomable que le acompaña desde entonces, la reacción, más que de miedo, fue de pavor puro y duro. Resultaba inconcebible imaginarse siquiera al pueblo movilizado en las calles, demandando y conquistando derechos, apropiándose de la renta que siempre usufructuaron otros. Frente a la democracia recobrada, lo que se manifestaba, de la manera más transparente, era el miedo de las elites a la democracia.

Como lo ha hecho históricamente, la oligarquía se valió de todos los medios posibles para hacer de su miedo el miedo de otros, y se lanzó a la conquista de la clase media, duramente golpeada durante la década infame de los noventa. Fue cuando se inventó aquello de la "sociedad civil" y se valió de prejuicios de raza y clase y atizó viejos resentimientos contra el pueblo "flojo" e "ignorante".

En retrospectiva, puede afirmarse que la oligarquía tuvo un éxito notable. No es nada despreciable el número de quienes han experimentado una mejoría sustancial de sus condiciones de vida durante estos años de revolución bolivariana, mejoría que guarda relación directa con política impulsadas por el gobierno nacional, y sin embargo se cuentan entre los más acérrimos adversarios de Chávez.

Pero con todo y sus aciertos, la política del miedo practicada por la oligarquía durante los primeros años de revolución no fue suficiente.

Derrotadas de manera sucesiva todas las tentativas de derrocamiento violento del gobierno bolivariano, la oligarquía debió reencauzar su estrategia. En ningún momento dejó de emplear el miedo como arma política, pero si al principio lo usó para aglutinar y movilizar a su base social, las cosas cambiaron luego de la derrota que sufriera en las presidenciales de 2006. A partir de entonces, comenzó a usarlo como arma para desmovilizar y desmoralizar a la base social de apoyo a la revolución, concentrando sus esfuerzos en la denuncia de la "mala gestión", mientras seguía invisibilizando, como todavía lo hace, la obra de gobierno.

El mejor ejemplo de cómo se emplea el miedo como arma para desmovilizar al pueblo chavista es el tratamiento absolutamente inescrupuloso que se hace del tema de la criminalidad.

No se trata sólo de la descarada explotación política del dolor de los familiares de las víctimas. Lo que plantean hoy en día los voceros más "calificados" del antichavismo va mucho más allá del amarillismo ramplón del que hace gala la "gran prensa": señalan que la "inseguridad" forma parte de un diabólico plan concebido en Miraflores con fines de control social, para que la sociedad no reaccione y siga siendo presa del abatimiento y la resignación.

Este abuso del tema de la criminalidad, problema serio donde los haya, es una clara señal de impotencia política de la oligarquía: allí donde su sudor no fue suficiente para salir de Chávez, que sea relevado por la sangre de las víctimas. Es una manera horrenda de hacer política.

Es importante notar el desplazamiento que, en cuestión de unos pocos años, ha operado en la estrategia del antichavismo de elites: antes asimilaba al pueblo chavista con el crimen, el odio, la violencia, lo monstruoso. Hoy se trata de un gobierno criminal, violento, monstruoso y lleno de odio que no se ocupa siquiera del pueblo chavista. Se entiende: las elites saben perfectamente que sin el apoyo del pueblo chavista no irá jamás a ninguna parte.

Si se escucha con detenimiento, se notará que el discurso del ex gobernador Capriles está plagado de referencias al miedo. Por citar solo un ejemplo, el domingo 15 de julio, desde la Avenida Lecuna, en Caracas, empleó el vocablo al menos en diez oportunidades. "Nosotros no podemos vivir con miedo", dijo. Es el gobierno de Chávez el que induce la "resignación" del pueblo venezolano, dijo también.

El mensaje es claro: según la estrategia de campaña de la oligarquía, Chávez y el gobierno deben ser sinónimos de miedo y resignación. En consecuencia, ya basta de miedo y de resignación.

Insisto, la criminalidad es un problema serio donde los haya. Un problema que, seamos francos, el ex gobernador Capriles no hizo nada para resolver. Porque su problema es otro. Su problema, y el de la clase cuyos intereses encarna, es que le tiene miedo a la democracia. Le tienen pavor a un pueblo que ha perdido el miedo, que ha dejado atrás la resignación, y se ha dispuesto a hacer una revolución.

18 de julio de 2012

Metafísicamente imposible

Algún canal en Canarias. Nótese lo tendencioso de la línea editorial: "Los mineros incendian Madrid". Miércoles 11 de julio de 2012.

En días recientes estuve participando en el IX Encuentro estatal de solidaridad con la Venezuela bolivariana, celebrado en la ciudad de La Laguna, Tenerife, y organizado por la Plataforma Bolivariana de Canarias, con el apoyo del Comité Canario de Solidaridad con los Pueblos y el Consulado venezolano en las Islas Canarias.

Mi estancia en Tenerife coincidió con el anuncio, por parte del Presidente del gobierno español, Mariano Rajoy, de nuevas medidas de ajuste para sortear la severa crisis económica que sacude al país europeo (más impuestos, menos beneficios laborales); y el arribo a Madrid de los mineros del carbón, luego de casi tres semanas de marcha desde Asturias, en protesta por recortes que significarán el cierre de las minas donde trabajan.

Ambos hechos ocurrieron el miércoles 11 de julio, y nos ilustran cómo comienzan a agitarse los mares profundos de la sociedad española. Se avecinan nuevas tormentas en el océano europeo.

Unas y otras medidas (y las que le precedieron y las que habrán de venir) son acompañadas de una retórica que, en Venezuela, aprendimos a oír a de boca de la vieja clase política. Uno escucha a Rajoy decir: "Hacemos lo que no nos queda más remedio que hacer, tanto si nos gusta como si no", y es imposible no recordar a Carlos Andrés Pérez anunciando la inminente aplicación del paquete neoliberal, hace veintitrés largos años.

Lo mismo sucede cuando se leen las declaraciones de José Manuel Soria, ministro de Industria, Energía y Turismo, a propósito de las protestas de los mineros: "Es metafísicamente imposible aumentar las ayudas al sector". ¿Quiso decir que es físicamente posible, aunque no deseable por su gobierno? Quién sabe. Como sucedía en tiempos de partidocracia, uno nunca terminaba de entender a estos señores, pero bastaba escucharles para saber que gobernaban de espaldas al pueblo.

De regreso a Venezuela, he percibido una enorme similitud entre la clase política que gobierna España y la que aquí pretende volver por sus fueros: hay algo que hermana aquel discurso de Rajoy, Soria y compañía sobre la fatalidad o la supuesta inevitabilidad de las medidas antipopulares, con el Capriles que luego de publicar un documento probadamente forjado de la FANB, se lava las manos y acusa al gobierno de ser el responsable.

No logro explicármelo. Tendré que seguir indagando. Pero tengo claro que los une algo más que el cinismo. Tal vez sea que Capriles está realmente convencido de que no hace falta asumir la responsabilidad de nada, porque al fin y al cabo su derrota es "metafísicamente imposible". Su triunfo, una fatalidad. Como si el pueblo venezolano no hubiera decidido labrarse su propio destino.

16 de julio de 2012

Reconfiguraciones del mundo popular: 16 al 19 de julio, Caracas


La plataforma de investigación Juventudes Otras junto al colectivo Tiuna el fuerte invitan a:

Jornadas de Investigación
RECONFIGURACIONES DEL MUNDO POPULAR:
Conflictos, prácticas y subjetividades emergentes

con la participación de

Gabriel KesslerArgentina

Phillippe BourgoisEstados Unidos

Estas jornadas promoverán un espacio de reflexión entre experiencias de investigación que centran su atención en las transformaciones sociales y sus efectos en dinámicas y actores sociales del mundo popular. Tendrán lugar del 16 al 19 de julio, en los espacios 
de la Universidad Central de Venezuela y el Hotel Alba Caracas (pinchar la imagen para mayores detalles).

Junto a investigadores sociales como Gabriel Kessler (sociólogo) y Philippe Bourgois (antropólogo), compartiremos textos capitales de sus respectivas obras, mesas redondas y un foro-debate, en torno a las interrogantes: ¿Podemos hablar de reconfiguraciones del mundo popular? ¿Podemos pensar en nuevas formas de la pobreza y la desigualdad? ¿Cómo se manifiestan? ¿Cuáles serían las relaciones de tales cambios con la violencia urbana y las políticas de seguridad ciudadana? ¿Cuáles son sus efectos en las sociedades latinoamericanas, y en particular en Venezuela? Las políticas públicas en materia de seguridad en nuestro país, ¿están leyendo estas reconfiguraciones?

Esperando que las actividades que organizamos se sumen a las múltiples iniciativas que intentan revitalizar y estimular el debate sobre la pertinencia de trabajar en la producción de un conocimiento que aporte a la comprensión de los cambios que vivimos en la sociedad venezolana.

Atentamente,
Equipo Coordinador y Plataforma de Investigación Juventudes Otras

10 de julio de 2012

Malas compañías y peores intenciones


Iniciada la campaña electoral, es oportuno detenerse en la consideración de un enigma que la encuestología, esa disciplina a medio camino entre la prestidigitación y la ciencia, aún no logra despejar: ¿el electorado termina apostándole a ganador o se inclina por quien percibe como el candidato más débil? 

A primera vista, parece uno de esos dilemas del tipo: ¿qué fue primero, el huevo o la gallina? Evidencia de lo anterior sería que la mayoría de los encuestólogos prefiere escurrir el bulto, y responde con un lacónico "todo depende", porque después de todo puede suceder cualquier cosa, de acuerdo a las circunstancias, etc.

Visto más de cerca, el asunto se nos revela como lo que realmente es: como un falso dilema, una trampa lógica dirigida a sumar la voluntad de los distraídos. El detalle es que estos últimos suelen escasear en una sociedad tan politizada como la venezolana, lo que por cierto, y a despecho del antichavismo, se enuncia aquí como una virtud y no como un defecto.

¿A quién conviene la despolitización? Exactamente a los mismos que, en tiempos de campaña electoral, eluden el debate programático a fondo y lo sustituyen por un discurso plagado de clichés, promesas vanas, medias verdades y falsos dilemas.

Si la omnipresente maquinaria propagandística a disposición del ex gobernador Capriles promueve la imagen del candidato que compite en condiciones desventajosas, víctima constante del abuso de poder, del insulto y la vejación oficial, es porque le interesa hacer todo lo posible por despolitizar el debate público y desviarlo hacia el tema de la imagen de los respectivos candidatos.

De acuerdo a esta estrategia, lo sabemos de sobra, el comandante Chávez sería el candidato "ganador", pero uno que no es capaz de ganar en buena lid (por eso el ex gobernador Capriles jamás reconocerá al árbitro electoral); un candidato "poderoso", pero sólo en lo atinente a su "autoritarismo"; un hombre "enfermo", pero fundamentalmente de poder, que ya quisiera perpetuarse en Miraflores, donde ha decidido encerrarse, perdiendo todo contacto con la realidad.

Se trata, como puede verse, no sólo del falso dilema entre el ganador y el débil, una reedición del mítico David y Goliat, sino de un deliberado desconocimiento de la verdadera naturaleza de la lucha que tiene lugar en este tiempo, entre dos fuerzas antagónicas, entre dos proyectos históricos.

De allí, insisto, la importancia de no caer en la trampa de la atención excesiva en la imagen de los candidatos. Puesto que es eso, una trampa.

¿Quién puede dudar, a estas alturas, de que el ex gobernador Capriles ha hecho un admirable esfuerzo por labrarse la imagen de candidato gafo? Puede que incluso no se trate de un asunto de imagen, y que efectivamente Capriles sea tan gafo como aparenta ser. Pero como diría un amigo, lo único peor que un muchacho gafo, es un gafo con malas intenciones y peores compañías.

En el caso de Capriles ni siquiera cabe decir que está mal acompañado, como hubiera podido decirse de un Pablo Pérez o un Manuel Rosales, por sólo citar dos ejemplos. En su caso específico, sería más preciso afirmar que él pertenece a la clase que mal acompañó a los peores politiqueros de este país.

Capriles, por más que intente disimularlo con su gafedad, real o aparente, encarna a la misma burguesía que, luego de valerse durante décadas de adecos y copeyanos, para enriquecerse groseramente, hoy hace todo lo posible por no retratarse junto a ellos. Cada vez que se lo emplaza al respecto, dice cosas como ésta: "Yo creo en los partidos políticos, pero también creo en una unidad que trascienda, pero eso no significa que no trabajemos juntos".

¿Cómo reacciona la vieja clase política frente a esto? Acusándolo de candidato insípido, entre otras linduras. Pero si sabe o no sabe, si sabe mal o quién sabe, si presume de "dulcito" aunque no sepa a nada, no es lo central de la historia.

El asunto, de nuevo, es que la clase a la que pertenece el ex gobernador Capriles siempre ha sido mala compañía y nunca ha tenido buenas intenciones. Son lobos disfrazados de mansos corderos.

4 de julio de 2012

De magos, recetas y listas


Seguramente Sandra Mikele se reirá, pero no puedo evitar sentirme un poco viejo al confesar que me produce coraje el desparpajo total con el que tanto imberbe actúa como si todas las preguntas sobraran porque ya están dadas todas las respuestas. 

He de aclarar que no se trata de un asunto generacional, aunque mi hija insista en que es inútil cualquier intento por disimular mis canas y mis achaques: me refiero a la clase de inmadurez política que no distingue edades ni jerarquías, con todo y que ella sea más frecuente entre quienes jamás tuvieron que comerse las verdes.

El punto es que en algún momento tendremos que tomarnos en serio el esquivo tema de los estilos de militancia, que es lo mismo que decir nuestras prácticas corrientes, nuestra manera de entender la política, nada más y nada menos. 

Mientras tanto, de manera simultánea al intento por reducir la "autocrítica" a puro convencionalismo, actúa a sus anchas un tipo de militante que hace tiempo dejó de ser impetuoso, cual veinteañero que desea devorarse el mundo, para convertirse en soberbio, lo que nos indica una cierta tendencia a la decrepitud que deberíamos interpretar como una advertencia.

La figura del militante abnegado que lo sacrifica todo para guiar, día tras día, a las masas ignorantes; la pobreza de análisis de los opinólogos (es decir, los expertos en nada); la competencia entre ególatras; la virulencia de algunas diatribas entre "camaradas", son sólo algunos signos de estos tiempos, tan distantes de aquellos días en que no existían las redes sociales, ni clubs de fans de programas televisivos, porque estábamos ocupados en las calles, participando y protagonizando.

Sí, aquellos días en que todos, o casi todos, éramos iguales en nuestra ignorancia sobre los modos de hacer una revolución, porque entendíamos perfectamente que no había recetas ni fórmulas mágicas.

Pero vaya, con qué facilidad se tropieza uno, de un tiempo a esta parte, con los magos más inverosímiles, gente obsesionada con recetas y listas. Siguen siendo, por fortuna, minoría, pero una que ha desarrollado cierta habilidad para hacer ruido, porque al fin y al cabo se trata de destacar, no importa cómo.

Algunos dirán que escribo con nostalgia por los viejos buenos años, que se trata de adaptarse a las nuevas circunstancias. Pero algo así sólo puede ser dicho por quienes se sienten derrotados, y no es mi caso.

Sandra Mikele dirá que mi problema es que estoy padeciendo eso que llaman crisis de la mediana edad. Es posible. En todo caso, procuro no dar nada por sobreentendido. Sigo haciéndome preguntas, como la mayoría de quienes apoyan esta revolución, y apostándole a las respuestas colectivas. Es eso o morir prematuramente.

1 de julio de 2012

Comienza la campaña. Por una política realista

Por una política realista.
Hoy comienza la campaña electoral. Faltan noventa y siete días para las presidenciales. Como viene sucediendo desde 1998, vuelven a confrontarse dos proyectos históricos.

Cuando se ha instalado un proceso de cambios revolucionarios y las fuerzas que lo impulsan antagonizan con las fuerzas del pasado, no cabe hablar de continuismo, a menos que la intención sea falsificar la historia. En cada contienda decisoria, electoral o de calle, lo que está en juego es la continuidad de ese proceso o el retorno de las fuerzas del continuismo, de la vieja política.

Pero ningún proceso de cambios supone una ruptura definitiva con el pasado. Mucho de la vieja sociedad persiste, se niega a desaparecer, se aferra desesperadamente a las que considera sus tablas de salvación, y suele hacerlo con violencia. Sucede con frecuencia que los rasgos de la vieja sociedad están más presentes de lo deseable.

Reafirmar la vigencia del proceso de cambios bolivariano, garantizar su continuidad, dependerá en mucho de nuestra capacidad para practicar lo que Arturo Jauretche llamaba la "política realista".

Habría que distinguir la "política realista" de la realpolitik, esa palabreja tan rumiada por el "político practicón" para legitimar sus severas limitaciones y su ausencia de escrúpulos. Tampoco es lo opuesto de la "política idealista".

Escribía Jauretche que "es frecuente el error de oponer la política realista a la política idealista, como una alternativa". Según planteaba, "el error proviene de confundir al político practicón con el realista, lo que es un absurdo, ya que el realismo consiste en la correcta interpretación de la realidad… Así, el político realista, es decir, sustancialmente el político, ni escapa al círculo de los hechos concretos por la tangente del sueño o de la imaginación, ni está tan atado al hecho concreto que se deja cerrar por el círculo de lo cotidiano al margen del futuro y el pasado, diferenciándose bien del practicón, que es un simple colector de votos o fuerzas materiales".

¿De qué está construida la realidad? Jauretche respondía: "de ayer y de mañana, de fines y de medios, de antecedentes y de consecuentes", y de esto "la importancia política del conocimiento de una historia auténtica; sin ella no es posible el conocimiento del presente, y el desconocimiento del presente lleva implícita la imposibilidad de calcular el futuro".

¿A qué propósito responde la falsificación de la historia? Al de "impedir, a través de la desfiguración del pasado, que… poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional… obligándonos a la alternativa de las abstracciones idealistas o la chapucería de los practicones".

Así resumía Jauretche su planteamiento: "Se ha querido que ignoremos cómo se construye una nación, y cómo se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se le conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional".

Objetivos históricos.
El próximo 7 de octubre se confrontarán dos proyectos históricos: uno que hace abuso del discurso demagógico sobre el "futuro" y el "progreso", y en torno al cual se nuclean las fuerzas de la vieja política; y un proyecto que, para lograr prevalecer, está llamado a practicar una política hecha de "ayer y mañana", y que presupone tanto el "conocimiento de una historia auténtica" como el "conocimiento del presente".

Que nadie se engañe: no se trata en lo absoluto de un juego de palabras: "futuro" versus "ayer y mañana". Ni siquiera son sinónimos. Son maneras de enunciar proyectos antagónicos. El que hoy encarna el ex gobernador Capriles es un proyecto de naturaleza anti-nacional, que persigue retrotraernos a los tiempos en que parecíamos condenados a ser un pueblo vasallo; un proyecto fundado, para decirlo con Jauretche, en la "desfiguración del pasado", puesto que se trata de evitar que seamos capaces de "realizar una política nacional", no sólo para las grandes mayorías populares, sino sobre todo protagonizada por ellas.

En contraste, el proyecto bolivariano es la apuesta histórica por seguir aprendiendo cómo se construye colectivamente la nación venezolana, para que sepamos cómo se conduce, cómo se gobierna.

No en balde, la propuesta de programa de gobierno que ha hecho el comandante Chávez contempla cinco "objetivos históricos" con sus respectivos "objetivos nacionales". El conocimiento de nuestra historia y la construcción de una política nacional van de la mano.

Tratándose de una propuesta concebida de acuerdo a los criterios de la "política realista", lo peor que podríamos hacer es darle el tratamiento de un catecismo que tendríamos que aprendernos de memoria para luego repetirlo, bajo el pretexto de que el pueblo venezolano no está preparado para discutirlo y enriquecerlo. Esta mentalidad, característica de practicones, colectores de votos o chapuceros, es la que distingue a la vieja política. Combatirla férreamente abona a la continuidad del proceso bolivariano.

De hecho, en la presentación del documento, escrita por el mismo Chávez, puede leerse: "Al presentar este programa, lo hago con el convencimiento de que sólo con la participación protagónica del pueblo, con su más amplia discusión en las bases populares, podremos perfeccionarlo, desatando toda su potencia creadora y liberadora".

Que sean, por tanto, los representantes de la vieja política quienes continúen haciendo fraude programático, proponiendo versiones desmejoradas de políticas del gobierno bolivariano y disimulando el carácter profundamente anti-popular de sus propuestas.

El programa del comandante Chávez, en cambio, es un poderoso instrumento de campaña, que nos debe servir como "carta estratégica" para profundizar en nuestro conocimiento del presente y, en general, de la realidad.

Seamos "realistas" para que la revolución bolivariana siga siendo posible.