31 de agosto de 2011

Por una cerveza popular

César Augusto a la izquierda. The Cavern, Liverpool, Inglaterra, jueves 25 de agosto de 2011. Por: Meresvic Morán

No se apuren a descartar la demanda por considerarla una excentricidad típica de la clase media progre, con pretensiones cosmopolitas: hoy más que nunca estoy convencido de la justeza de nuestra lucha por el derecho a una cerveza popular. Una exigencia, más bien un clamor, como se verá, con profundas implicaciones políticas.

Me ha terminado de convencer mi hermano, César Augusto, buena compañía en un intenso viaje que nos ha llevado por cinco ciudades europeas en poco menos de dos semanas, y pasajero, al mismo tiempo, de su vuelo personal: uno que lo llevará a ingerir la mayor cantidad y variedad de cervezas que le sea posible, siempre según las condiciones que imponen el tiempo y, en especial, el dinero disponibles – poco en ambos casos.

Habiéndolo acompañado en su cruzada personalísima, sin que mediara otro motivo que el estrictamente humanitario, puedo decir que, a estas alturas, he tenido la oportunidad de saborear casi la veintena de cervezas. No es alarde: se ha tratado casi siempre de un sorbo aquí y allá; lo suficiente como para concluir que hay vida más allá de la Polar. No sólo vida, sino una infinitamente más sabrosa.

Sin ceder un ápice a la tentación patriotera de defender el terruño, lo propio, eso que tenemos por la cerveza que representaría la identidad nacional, no sólo nos hemos rendido a la evidencia de la superioridad de buena parte de las marcas que hemos probado; además, le hemos visto todas las costuras al resultado del hábil y sostenido trabajo que desde hace décadas realiza la Polar para establecer una relación entre sus productos y la identidad nacional. Así, cualquier "ataque" contra alguno de estos sería visto como un ataque despiadado a la Nación que este grupo económico habría contribuido a forjar. Mientras se enriquece, claro está. Porque qué tiene de malo ganarse un dinerito y tumbar un gobierno por aquí y otro por allá.

En una sola línea: hay quienes pretenden que la defensa de la Polar equivale a defender a la Patria.

No se trata, por cierto, de que la competencia, esa gran farsa, sea mejor que la marca del oso. Si lo que quieren es competencia – vamos con propuestas concretas – abramos pues el mercado, ¡bendito seas, neoliberalismo!, a todas las marcas del mundo, y veamos si es cierto lo de la mano invisible.

Mucho mejor: creemos fábricas de cerveza en manos del pueblo organizado, y garanticemos el pleno ejercicio del derecho a una cerveza popular. Acabemos con esa dictadura de la levadura que adormece nuestros paladares, que atrofia nuestro sentido del gusto. Multipliquemos los sabores. Superemos a los mejores. Experimentemos. Luego hagamos una gran fiesta para celebrarlo. Salud.

25 de agosto de 2011

Libia: directo al grano


Edinburgo, estación Waverley. Miércoles 24 de agosto de 2011, poco después de las 6 de la tarde. Los "rebeldes" libios, con la pequeña ayuda de sus amigos de la OTAN, hace horas que han logrado entrar en Trípoli, mientras las "fuerzas leales" huyen en desbandada. ("Fuerzas leales" es el equivalente de "oficialismo", aplicado a los gobiernos de los países invadidos por "Occidente", como les gusta llamar por acá). Una pantalla gigante transmite las noticias de lo que hacen "nuestros muchachos" en aquella parte del mundo, pero lo que predomina en el terminal es la indiferencia. Cada quien está dedicado a lo suyo. Yendo y viniendo. Trenes llegan y parten. A Libia, mientras tanto, le ha llegado su hora. Recuerdo al Lucas de Cortázar, y no sé si será por patrioterismo que me conforta saber que en mi país no serán tan pocos los sacudidos por la sangre que hierve ante tanto atropello, tanto cinismo. Sky News, el canal de Rupert Murdoch, en su sección de negocios, se pregunta qué esperar ahora de la economía libia.

What now, ahora qué. La economía.

A veces estos burgueses se dejan de eufemismos y van directamente al grano.




Qué diría Harry Potter...

Naturalmente, una pequeña porción de la población caraqueña negará a rabiar la verdad perfectamente verificable de que en los vagones del Metro londinense (su equivalente, eso que llaman el Underground) puede leerse una inscripción que advierte a los usuarios sobre la eventualidad de algunos trabajos para mejorar el servicio que pueden afectar sus respectivas jornadas, particularmente durante los fines de semana, por lo que recomiendan hacer el esfuerzo de informarse oportunamente.

No pude evitar reírme cuando leí el aviso. Me imaginé al antichavista promedio sufriendo un traspiés por obra y gracia de alguno de estos trabajos, modificando su agenda intempestivamente, rehaciendo su ruta, padeciendo los rigores de su desencuentro con las paradas obligadas, añorando saber llegar hasta Piccadilly Circus o King's Cross St. Pancras (la obligada peregrinación a la estación de tren que conduce a Hogwarts, la escuela de Potter y compañía) por una vía distinta de la habitual, y nunca, pero nunca, nunca jamás puteando al fulano Underground como sin embargo lo hace puntualmente, con puntualidad inglesa, cada vez que el Metro de Caracas lo deja varado.

Desde entonces, aunque sólo por momentos, le meto cabeza al asunto intentando comprender, y mientras tanto me conformo con la hipótesis de que un comportamiento tal está un paso adelante de esa falla de origen de las elites latinoamericanas que es el discurso autodenigratorio. Es imposible que éste lo explique todo. Tiene que haber más.

Es cierto que es muy básico, predecible, patético hasta la vergüenza ajena: es verdad que para el antichavista promedio es inconcebible comparar el Metro con el Underground, de la misma forma que Londres sólo puede compararse con la capital de algún país civilizado. Pero, ¿qué es lo que hace que cualquier falla de algún servicio prestado por el Estado venezolano sea traducido como una demostración de nuestro "salvajismo", llámesele Chávez o de cualquier otra forma?

A mi juicio, y esto es algo que vale para toda la estrategia de desgaste opositora, hay mucho de política fácil, tanto como de inmadurez política. Fácil, en el sentido de que para ejercer el acto de oponerse, para intervenir, digamos, en el espacio público, no hay que hacer el menor esfuerzo. Inmadurez en tanto que más que la protesta, lo del antichavista promedio es la rabieta. Si se va la luz, si el vagón se retrasa o no funciona el aire acondicionado, la culpa la tiene siempre el salvaje.

En Venezuela, el individualismo posesivo, ese concepto tan caro a la cultura política que nos legara el neoliberalismo, cobra la forma de un individuo malcriado, cómodo y simplón que, a bordo de un vagón londinense sin aire acondicionado, maldice a Chávez-el-monarca, mientras sueña con arrodillarse ante la reina. Qué diría Harry Potter…

10 de agosto de 2011

Cuando la revolución se hace camello

Mantenerse prevenidos contra quienes tienen vocación de Herodes

Recién llegado Chávez de Cuba, un par de semanas después de haber sido sometido a su segunda operación, intenté resumir la postura de muchos compañeros y compañeras, con quienes discutí largamente sobre la huella que había dejado en el campo político la enfermedad del Presidente, en un artículo que intitulé Resteaos con Chávez.

Entonces planteaba algo que considero oportuno reiterar: Chávez enfrenta una batalla más personal que colectiva; inevitablemente personal, pero irrenunciablemente colectiva.

Oportuno porque percibo una cierta tendencia a menospreciar, cuando no simplemente a ignorar, al Chávez reflexivo de las últimas semanas, que mantiene un continuo diálogo consigo mismo, pero que además hace público este ejercicio reflexivo. La razón, a mi juicio, es muy clara: no se trata de un Chávez "místico", metafísico, contemplativo, una suerte de oráculo o líder espiritual de la revolución bolivariana. Todo lo contrario, el Chávez que cita una y otra vez a Nietzsche, es el mismo que, por ejemplo, despliega una reflexión sobre el cuidado de sí, del propio cuerpo ("despreciar el cuerpo es despreciar la vida"), y la militancia política.

Algo similar puede decirse de su referencia constante a la parábola De las tres transformaciones, en Así habló Zaratustra, también de Nietzsche. Hace falta ser muy cínico, o estar muy ciego, o sencillamente no tener ninguna voluntad de retar al pensamiento, para no darse cuenta de que no se trata de una simple fábula, sino de una reflexión que atañe, por ejemplo, al tipo de liderazgo que ejerce el Presidente, pero también al destino, al devenir, digamos, de la revolución bolivariana.

Camello, león, niño. Del camello, cargar las "cosas pesadas para el espíritu… incluso las más pesadas de todas", acarreador de los valores. Del león, "crearse libertad para un nuevo crear… Crearse libertad y un no santo incluso frente al deber", león iconoclasta, subversivo. Del niño: "Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí".

Una revolución, puede decirse, es camello, león y niño. Es el camello (la vieja sociedad con sus viejos valores) dando paso al león que subvierte al viejo orden y que, a su vez, abre paso al niño que crea la nueva sociedad. Pero no es así de sencillo, de lineal: toda revolución corre siempre el riesgo de convertirse en camello: ya sea porque fue incapaz de saldar cuentas con lo caduco, y repite errores del pasado: el nuevo socialismo copiando al viejo socialismo; el nuevo partido copiando al viejo partido; la burocracia haciendo el papel de Herodes, el asesino de niños.

Chávez y sus circunstancias: reflexiones inevitablemente personales, pero irrenunciablemente colectivas. Porque la pregunta sobre todo lo que prevalece de camello en la revolución bolivariana, es una que compete a todos. Sobre esto tendríamos que estar discutiendo en todas partes, y actuando en consecuencia.

3 de agosto de 2011

Chino, Nacho y la delincuencia

Nacho y Chino

Según entiendo, las circunstancias son conocidas por todos – soy yo el que llega tarde: el pasado 21 de julio, en Miami, previo a su presentación con motivo de la entrega de algún premio equis, al término de lo que parece una sesión fotográfica, uno de los integrantes del dúo se larga las líneas: "Bueno, nosotros venimos de Venezuela, esto es un atraco, todo el mundo entregando las cámaras".

Revuelo posterior, posiciones a favor y en contra, respectivas disculpas.

No tengo intenciones de hacer leña del árbol caído. Tampoco tengo, y seguramente jamás tendré, algún disco de ellos, pero si el escenario es una rumba, los bailo sin complejos. Hace un tiempo fui con mis hermanos a un concierto de Calle 13, en Maracay, y los fulanos "mackediches" se presentaron de teloneros. Uno de mis hermanos brindó un espectáculo aparte, quitándose la camisa y contoneándose en medio del vacilón, mientras un puñado de niñas y adolescentes frente a la tarima les cantaba su aprobación.

Sin embargo, las preguntas siguen quedando en el aire: ¿qué pudo haber motivado a Nacho, el veinteañero blanquito de la partida, a ensayar aquella parodia de atraco a mano armada? ¿Qué estaría pasando por su cabeza? ¿Era su forma de congraciarse con el público "hispano", un gesto de picardía para metérselo en el bolsillo? ¿Fue una apuesta calculada por el escándalo? ¿Una denuncia pertinente, necesaria, en el momento menos oportuno? ¿Quiso enviar el mensaje de que Venezuela es un país que no sólo exporta petróleo, sino también delincuencia?

Tal vez no fue nada de eso. Quizá se trate, simplemente, de un acto reflejo del "tercermundista" que, dicen, todos llevamos por dentro, el mismo que nos impele a la autodenigración como forma de ser y estar en el mundo.

Debo decir que la primera vez que reproduje el video del episodio, no sentí indignación. Recordé, eso sí, a los personajes que van por la vida intentando aparentar lo que no son. En el caso de Nacho, el fraude consiste en tirársela de malandro: Mami, vengo de Venezuela y lo que soy es malo.

Es como el que aparenta que es revolucionario porque usa medias rojas e interiores rojos, o como el que simula que cree en la unidad y pelea por la unidad porque milita "en la Unidad" y jura que se la está comiendo porque nadie se da cuenta.

Qué malo nada. Gafo es lo que es.