31 de enero de 2009

Se realizó con éxito consulta universitaria

Sucedió el 22 de octubre de 2008.

Colectivos de estudiantes y profesores de la escuela de sociología de la Universidad Central de Venezuela lograron impulsar un referéndum en el que se consultó a la comunidad de la escuela sobre tres puntos:

- Voto paritario: estudiantes, profesores y trabajadores.
- La posibilidad de que los profesores instructores (que conforman la mayoría de la planta profesoral) puedan postularse como candidatos a la dirección de la escuela.
- Realización de consejos de escuela (instancia de cogobierno) ampliados y de carácter vinculante.

Participó el 60% de la comunidad de la escuela. Cifra sin precedentes en una universidad azotada, desde hace mucho, por la apatía y la desmovilización.

- El 69% de los votantes estuvo de acuerdo con el voto paritario.
- El 62% se expresó a favor de la posibilidad de que los profesores instructores pudieran postularse para el cargo de director.
- El 62% apoyó la figura de los consejos de escuela ampliados y vinculantes.

El referéndum fue avalado por las mismas autoridades que luego desconocieron su validez. El representante de la caduca y anacrónica Federación de Centros Universitarios rechazó el referéndum.

Sucedió el 22 de octubre de 2008. Es una reseña a destiempo, es verdad. Pero actual. Porque aquel día, en la escuela de sociología de la Universidad Central de Venezuela, contra todo pronóstico, triunfó la democracia.

Aunque autoridades y representantes hayan desconocido la voluntad de estudiantes y profesores. Aunque la universidad continúe siendo uno de los espacios más visceralmente antidemocráticos de toda la sociedad venezolana.

29 de enero de 2009

La enmienda y la vida... y algo de beisbol

Estoy haciendo zapping rumbo a Ávila TV, y me tropiezo con el programa Buenas noches, de Globovisión.

Apenas logro entender lo que dicen los cuatro estudiantes invitados, que tienen armado un entusiasta bullicio de argumentos contra la enmienda.

De repente, se impone la voz clara y firme de la única fémina del grupo:

- ¿Tú sabes por qué yo rechazo la enmienda? Porque la enmienda atenta contra el derecho a la vida.

Palabra más, palabras menos.

Separo momentáneamente el dedo del botón que pudo haberme conducido a mejor destino, y me detengo a presenciar aquello.

Continúa la joven estudiante intentando hilvanar sus razones, hasta que irrumpe con aquella frase que va textual, porque me taladró el entendimiento:

- ¿Por qué en 7 años de guerra en Irak ha muerto menos gente que la que muere en Venezuela en un año?

Yo me pregunto, pero sobre todo les pregunto a ustedes, les dejo la interrogante aquí abierta, a manera de interpelación fraterna: ¿tiene algún sentido explicarle a alguien así que no son siete los años de "guerra", que no es una guerra sino una invasión, y que su relación de cifras de muertes es no sólo insostenible, falsa, sino principalmente un insulto a la inteligencia? Peor aún: ¿tiene algún sentido apelar a las cifras de muertes a manos de la delincuencia en Venezuela durante 2008, para luego compararlas con las muertes en Irak a partir de la invasión estadounidense?

Lo que planteo es lo siguiente: si incurrimos en un despropósito de ese tamaño, estaríamos siendo cómplices del envilecimiento del discurso político.

Ahora bien, el problema es éste: lo hacemos. Y bastante. Demasiado, diría yo. Perdemos horas y horas intentando "desmontar" el discurso de la oposición, con sus lugares comunes - muy eficaces, por demás -, sus medias verdades y sus falsedades, a tal punto que el nuestro, el discurso propio, su existencia misma, pasa a depender de aquel discurso que se supone intentamos neutralizar. (Y estoy pensando principalmente en la televisión que se hace de nuestro lado).

No faltará quien, habiendo escuchado a la estudiante, y presa de esa trampa que es la mayoría de las veces la indignación, responda maquillando las cifras de muertes en Caracas y vociferando un par de consignas antiimperialistas.

¿Y el tema no era la enmienda? Pero terminamos hablando de la delincuencia.

Me llego entonces hasta Meridiano TV, y veo que Caracas y Aragua todavía empatan a 6, en el sexto juego de la final del beisbol venezolano.

Bajo de nuevo a Globovisión. Está hablando uno de los estudiantes. Y suelta ésta:

- Casi el único país donde existe la reelección indefinida es en Cuba.

Sí, está bien pues. Pero me conformo pensando que estoy presenciando un verdadero espectáculo, y gratis: ver a Europa desaparecer del mapa.

Inmediatamente salta otro de los estudiantes, complementando la sentencia anterior, casi interrumpiéndola:

- Y en Zimbabue.

Entonces hice un ejercicio de memoria: ¿dónde he escuchado o leído ya esta comparación con Zimbabue? Cierto: aquí, aquí y aquí. Y también aquí. Y no podía faltar: aquí va otra referencia, pero a Mugabe, que para todo efecto equivale a lo mismo.

Cambio de canal nuevamente, divagando, pensando que si en Zimbabue hay "reelección indefinida" debe ser algo muy mal visto, porque estamos hablando no sólo de un país... del Tercer Mundo... sino para colmo de males de África... cuando veo que se fue arriba Aragua.

Robert Mugabe

Chávez visto por una revista peruana

Chávez visto por otra revista peruana (¿Qué le pasa a la oligarquía peruana?)

Chávez visto por el antichavista promedio

Y yo soy fanático de La Guaira. Y por primera vez en mi vida le voy al Caracas en una final, porque fueron los Tigres quienes nos dejaron fuera de la final.

Bajo de nuevo a Globovisión, y escucho a otro de los estudiantes reclamar porque aquí lo que tenemos es...

- ... inseguridad indefinida.

Ya no se trata de "reelección indefinida", sino de inseguridad indefinida, basura indefinida, etc.

Me despego del televisor.

Vuelvo al poco rato y me voy directo a Meridiano TV. Nojoda: Aragua lleva nueve. Le mando un mensaje a Rommel, mi hermano:

- Esto sí es el colmo mi pana, tener que ligarle al Caracas en un séptimo juego de final.

Me responde:

- Fin de mundo.

¿Y el tema no era la enmienda? No. Al final no. Nunca escribí nada sobre la enmienda.

Digo yo ahora, aquí entre nos: eso me pasa por no irme directo a Ávila TV.

La filosofía simple del Diego


Dijo Diego Armando Maradona, a su paso por Venezuela:
“En todo lo que pase en Suramérica voy a estar con la gente que defiende a la gente, por eso soy amigo de Chávez y de Evo".
Y también:
"... es mi filosofía de vida, es la de su Presidente, es la ustedes".
Así de simple. Más nada.

21 de enero de 2009

Una bandera ensangrentada

Fue en 2002 cuando se pusieron de moda, en las marchas de la oposición. Más tarde, juraron que jamás aceptarían portarla en su versión ocho-estrellas. Luego, la invirtieron.


Pero, ¿cómo no se les había ocurrido antes?

Mancharla de sangre - o de un líquido que hiciera las veces de sangre.

Ocurrió en Valencia, Carabobo, este miércoles 21 de enero de 2009, durante una "marcha contra la inseguridad". ¿El motivo? El asesinato de Orel Sambrano, crimen que condenó la Sociedad Interamericana de Prensa, que a su vez solicitó al gobierno venezolano "una investigación profunda, que además de esclarecer este crimen, sirva de disuasivo para detener otros atropellos a la libertad de expresión y a la seguridad de los periodistas en Venezuela". Por su parte, la mismísima Reporteros Sin Fronteras especuló: "El asesinato de Orel Zambrano podría tener un móvil profesional. El periodista denunció hace poco unos casos de narcotráfico, en uno de los cuales está implicada la poderosa familia Makled, de empresarios de la región".

(Las fotografías son de Édgar Manamá, del diario Notitarde).


El mensaje es claro: este gobierno es el culpable. Tú, chavista, también eres culpable. Éste es un gobierno criminal - y represor, por supuesto. Tú, chavista, también eres un criminal. Para decirlo con las palabras de algún anónimo opositor indignado, que escribió en la página de Cadena Global:

"Este asesinato no fue la delincuencia. Es un asesinato político, las mafias chavistas están cobrando venganza. Es su manera de resolver las cosas, asesinando. Mientras más poder pierdan, más ciudadanos morirán. A mucha gente no le gustaban sus comentarios y opiniones políticas. PATRIA, SOCIALISMO o MUERTE. Están aplicando la muerte a los que no piensan como ellos. Paz a sus restos".

Y por si quedaba alguna duda, el hombre de la camisa amarilla nos aclara qué es lo que hay que hacer en el próximo referéndum.

Cámaras: no se está irrespetando un símbolo patrio, no se está ofendiendo a la patria. Dejémonos de tonterías. Lo que están pisoteando es lo que queda de humanidad en cada uno de nosotros.

16 de enero de 2009

Lo incomprensible, lo intolerable

"... y ahora nos oprime la vergüenza".
Primo Levi

I.- Lo incomprensible.
De La indagación. Oratorio en 11 cantos, el drama de Peter Weiss basado en el juicio de Frankfurt del Main contra los responsables del campo de concentración de Auschwitz, no pude olvidar nunca una de las intervenciones del testigo número 6: "Cuando hablamos hoy de nuestras experiencias con personas que no estuvieron en el campo, todo aquello les parece siempre algo impensable. Y, sin embargo, son personas iguales a las que allí fueron presos y guardianes. El hecho de que fuéramos tantos los que llegábamos al campo y el hecho de que fueran otros quienes nos llevaban allí en tan gran cantidad debería hacer que aquel suceso aún resultase hoy comprensible. Muchos de los que estaban destinados a representar el papel de presos habían sido educados en los mismos conceptos que aquellos que se encontraron en el papel de guardianes. Se habían puesto a disposición de la misma nación, y por un mismo resurgir y un mismo beneficio; de no haber sido nombrados presos hubieran podido hacer igualmente de guardianes. Hemos de abandonar esa postura de arrogancia con la que pretendemos que aquel mundo del campo nos resulte incomprensible. Todos conocíamos la sociedad de la que surgió el régimen que pudo organizar tales campos. El orden entonces vigente nos era familiar en su propio origen, por eso pudimos encontrarnos justificados también en su consecuencia extrema, cuando el explotador podía desarrollar su dominio hasta un grado hasta entonces desconocido".

Puede leerse en el capítulo cuarto del drama, que corresponde al Canto a la posibilidad de sobrevivir, y constituye un punto de inflexión. El asunto es éste: toda la obra de Weiss, desde el principio hasta el final, abunda en detalles sobre los crímenes casi inenarrables de los nazis. Los testigos, con frecuencia, aún casi veinte años después - el juicio se desarrolló entre 1963 y 1965 - hablan con penosa dificultad, con temor y hasta con vergüenza. Sin duda, muchos de nosotros seremos incapaces de entender siquiera parte de lo que significa no ya haber sido víctima de toda clase de privaciones y humillaciones, sino haber sobrevivido al Lager. Algunas cosas sólo se entienden si se las ha experimentado. Seguramente la inmensa mayoría de los lectores se solidarizará con las víctimas, se horrorizará con los relatos de los testigos y sentirá náuseas al saber de las risas de los verdugos en el tribunal, a quienes odiarán en silencio. Y sin embargo, tal vez muy pocos intentarán comprender cómo ha sido posible todo aquello.

De allí la importancia de la intervención del testigo número 6. En primer lugar, es un exhorto a abandonar la arrogancia, la hipocresía y la impostura de la incomprensión: "Todos conocíamos la sociedad de la que surgió el régimen que pudo organizar tales campos". Se precisa de mucha mala conciencia para renunciar a este conocimiento. En segundo lugar, la sentencia más difícil de asimilar: muchos de los presos hubieran podido ser los guardianes.

Con respecto a lo primero, existe el testimonio de un sobreviviente de Auschwitz, autor de otra obra indispensable: Si esto es un hombre (primera parte de una trilogía que complementan La tregua y Los hundidos y los salvados). Se trata de Primo Levi, un partisano judío italiano capturado por los fascistas en diciembre de 1943, y que fuera trasladado al Lager en febrero de 1944, junto a centenares de los suyos. En el Apéndice de 1976, donde Levi intentó resumir las respuestas a las preguntas que con más frecuencia le hacían, escribió: es cierto, el régimen nazi fue extremadamente hábil al sustituir la información por propaganda. "Sin embargo, esconder del pueblo alemán el enorme aparato de los campos de concentración no era posible, y además (desde el punto de vista de los nazis) no era deseable. Crear y mantener en el país una atmósfera de indefinido terror formaba parte de los fines del nazismo: era bueno que el pueblo supiese que oponerse a Hitler era extremadamente peligroso". Pero sobre todo, concluye Levi, "la mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber más: porque quería no saber... En la Alemania de Hitler se había difundido una singular forma de urbanidad: quien sabía no hablaba, quien no sabía no preguntaba, quien preguntaba no obtenía respuestas. De esta manera el ciudadano alemán típico conquistaba y defendía su ignorancia, que le parecía suficiente justificación de su adhesión al nazismo: cerrando el pico, los ojos y las orejas, se construía la ilusión de no estar al corriente de nada, y por consiguiente de no ser cómplice, de todo lo que ocurría ante su puerta". Y sin embargo, la inmensa mayoría tenía conocimiento de lo que ocurría.

Luego, la segunda cuestión, el espinoso tema de los guardianes y los presos. Dice el testigo número 6: muchos de nosotros recibimos la misma educación que ustedes y estuvimos al servicio de la misma nación. Es cierto que fuimos nosotros y no ustedes los que fuimos primero apartados, y luego execrados y encerrados. Pero éramos iguales a ustedes. Bien ha podido sucederle a ustedes.

Pero más allá de todo esto, ¿qué puede decirse de los prisioneros que transigieron con sus guardianes? Aunque están presentes durante todo el relato, Primo Levi les ha dedicado un capítulo entero: Los hundidos y los salvados. Para Levi, el Lager funcionó como "una gigantesca experiencia biológica y social. Enciérrese tras la alambrada de púas a millares de individuos diferentes en edades, estado, origen, lengua, cultura y costumbres y sean sometidos aquí a un régimen de vida constante, controlable, idéntico para todos y por debajo de todas las necesidades: es cuanto de más riguroso habría podido organizar un estudioso para establecer qué es esencial y qué es accesorio en el comportamiento del animal-hombre frente a la lucha por la vida". Están, observa Levi, de una parte los hundidos, catalogados por los veteranos del campo - y vaya qué ironía - "musulmanes" (muselmänner): "Una vez en el campo, debido a su esencial incapacidad, o por desgracia, o por culpa de cualquier incidente trivial, se han visto arrollados antes de haber podido adaptarse; han sido vencidos antes de empezar, no se ponen a aprender alemán y a discernir nada en el infernal enredo de leyes y de prohibiciones, sino cuando su cuerpo es una ruina, y nada podría salvarlos de la selección o de la muerte por agotamiento. Su vida es breve pero su número es desmesurado; son ellos, los Muselmänner, los hundidos, los cimientos del campo, ellos, la masa anónima, continuamente renovada y siempre idéntica, de no hombres que marchan y trabajan en silencio, apagada en ellos la llama divina, demasiado vacíos ya para sufrir verdaderamente. Se duda en llamarlos vivos: se duda en llamar muerte a su muerte, ante la que no temen porque están demasiado cansados para comprenderla". Los hundidos son seres sin historia, "no tienen historia", afirma Levi. Pero si es "una sola y ancha la vía de la perdición, las vías de la salvación son, en cambio, muchas, ásperas e impensadas". Entre los salvados sobresalen, literalmente, aquellos que pertenecen a la Prominenz, y son los funcionarios judíos del Lager, desde el director-Häftling (Lagerälstester), pasando por "los Kapos, los cocineros, los enfermeros, los guardias nocturnos, hasta los barrenderos de las barracas y los Scheissminister y Bademeister (encargados de letrinas y duchas)", títulos rimbombantes que apenas logran disimular una realidad atroz. La prominenz judía es "un triste y notable fenómeno humano", afirma Levi, "son el típico producto de la estructura del Lager alemán: ofrézcase a algunos individuos en estado de esclavitud una posición privilegiada, cierta comodidad y una buena probabilidad de sobrevivir, exigiéndoles a cambio la traición a la solidaridad natural de sus compañeros, y seguro que habrá quien acepte. Éste será sustraído a la ley común y se convertirá en intangible; será por ello tanto más odiado cuanto mayor poder le haya sido conferido. Cuando le sea confiado el mando de una cuadrilla de desgraciados, con derecho de vida y muerte sobre ellos, será cruel y tiránico porque entenderá que si no lo fuese bastante, otro, considerado más idóneo, ocuparía su puesto. Sucederá además que su capacidad de odiar, que se mantenía viva en dirección a sus opresores, se volverá, irracionalmente, contra los oprimidos, y él se sentirá satisfecho cuando haya descargado en sus subordinados la ofensa recibida de los de arriba".

Por último, están los salvados que no han sido favorecidos con ningún cargo, los salvados sin títulos: son los que "luchan tan sólo con sus fuerzas para sobrevivir". Son los que han optado por "remontar la corriente; dar la batalla todos los días al hambre, al frío y a la consiguiente inercia; resistirse a los enemigos y no apiadarse de los rivales; aguzar el ingenio, ejercitar la paciencia, fortalecer la voluntad. O, también, acallar la dignidad y apagar la luz de la conciencia, bajar al campo como brutos contra otros brutos, dejarse guiar por las insospechadas fuerza subterráneas que sostienen a las estirpes y a los individuos en los tiempos crueles". En fin, todos los caminos elegidos para salvarse "suponen una lucha extenuadora de cada uno contra todos, y muchos, una suma no pequeña de aberraciones y compromisos".

Muchas veces hubo de enfrentarse Levi a la pregunta: ¿por qué no rebelarse? Hubiera podido responder: sólo a los hombres les está dado el don de la rebelión. En el Lager no habitan hombres, y ese es su propósito fundamental. Lo afirma, en efecto, Levi: "Los personajes de estas páginas no son hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismos la han sepultado, bajo la ofensa sufrida o infligida a los demás". El Lager es una máquina que aniquila todo vestigio de humanidad: "Destruir al hombre es difícil, casi tanto como crearlo: no ha sido fácil, no ha sido breve, pero lo habéis conseguido, alemanes. Henos aquí dóciles bajo nuestras miradas: de nuestra parte nada tenéis que temer: ni actos de rebeldía, ni palabras de desafío, ni siquiera una mirada que juzgue... Porque también nosotros estamos destrozados, vencidos: aunque hayamos sabido adaptarnos, aunque hayamos, al fin, aprendido a encontrar nuestra comida y a resistir el cansancio y el frío, aunque regresemos. Hemos puesto la menaschka en la litera, hemos hecho el reparto, hemos satisfecho la rabia cotidiana del hambre, y ahora nos oprime la vergüenza".

Si es que acaso esto es un hombre, he allí lo que significa sentir la vergüenza de ser hombres.

II.- Lo intolerable.
Destrozados, vencidos. Ha sido inevitable incurrir en aberraciones y establecer compromisos con los guardianes, con los verdugos, para sobrevivir. ¿Cómo pudo llegar a ser posible? ¿Es que acaso la humanidad es un rebaño sin remedio que se dirige ciegamente al matadero? ¿Cómo puede llegar a ser pensable, comprensible? ¿Acaso somos todos culpables? ¿Cómo comprender que los presos pudieran comprometerse con sus guardianes?

Preguntas sin sentido, nos dice Gilles Deleuze. Citando a Primo Levi, afirma: "no conseguirán que tomemos a las víctimas por verdugos". Vergüenza de ser hombres, pero no "porque todos seamos responsables del nazismo, como se nos intenta hacer creer, sino porque hemos sido mancillados por él: incluso los supervivientes de los campos se vieron obligados a aceptar compromisos, aunque sólo fuera por sobrevivir. Vergüenza de que hayan existido hombres capaces de ser nazis, vergüenza de no haber sabido o de no haber podido impedirlo, vergüenza de haber aceptado compromisos".

¿Somos todos culpables? ¿Acaso no sentimos, con frecuencia, cada uno de nosotros, vergüenza de ser hombres? ¿Acaso estamos exentos de establecer compromisos con nuestros verdugos? ¿Acaso no experimentamos, se pregunta Deleuze, "la vergüenza de ser hombres en circunstancias ridículas: ante un pensamiento demasiado vulgar, un programa de variedades, el discurso de un ministro o las declaraciones de los 'vividores'"? Y escribe en otra parte: "la vergüenza de ser un hombre no sólo la experimentamos en las situaciones extremas descritas por Primo Levi, sino en condiciones insignificantes, ante la vileza y la vulgaridad de la existencia que acecha a las democracias, ante la propagación de estos modos de existencia y de pensamiento-para-el-mercado, ante los valores, los ideales y las opiniones de nuestra época. La ignominia de las posibilidades de vida que se nos ofrecen surge de dentro. No nos sentimos ajenos a nuestra época, por el contrario contraemos continuamente compromisos vergonzosos. Este sentimiento de vergüenza es uno de los temas más poderosos de la filosofía. No somos responsables de las víctimas, sino ante las víctimas".

De allí que para Deleuze, la filosofía, así como la obra de arte, y pudieran agregarse la escritura, la militancia política, están llamadas no por la raza superior, por los blancos anglosajones protestantes que se pretenden modelo de toda civilización, por las democracias liberales occidentales que se pretenden modelo universal de sistema político ("¿Qué socialdemocracia no ha dado la orden de disparar cuando la miseria sale de su territorio o gueto?"), por Occidente y sus valores, por los hombres y mujeres que reclaman para sí derechos que no reconocen en quienes-no-han estudiado-y-no-trabajan, por los Estudiantes que luchan por la Libertad porque-esto-es-una-dictadura, por los palangristas que denuncian los-crímenes-del-régimen en nombre de la Verdad, por los funcionarios para quienes la revolución ha ido demasiado lejos, por los burócratas y vividores que moran a las sombras de la Revolución; la filosofía y la obra de arte están llamadas "por una raza oprimida, bastarda, inferior y anárquica, nómada, irremediablemente menor".

La filosofía y la obra de arte son responsables ante las víctimas: "son del todo incapaces de crear un pueblo, sólo pueden llamarlo con todas sus fuerzas. Un pueblo sólo puede crearse con sufrimientos abominables, y ya no puede ocuparse más de arte o de filosofía. Pero los libros de filosofía y las obras de arte también contienen su suma inimaginable de sufrimiento que hace presentir el advenimiento de un pueblo. Tienen en común la resistencia a la muerte, a la servidumbre, a lo intolerable, a la vergüenza, al presente".

Escribir no en nombre de la Verdad o la Revolución, sino porque algo nos resulta profundamente intolerable. Aunque nos oprima la vergüenza de ser hombres y nos veamos obligados a establecer compromisos con nuestros verdugos, propios y ajenos. Escribir porque a tantos les resulte incomprensible, porque tantos pretendan no ver lo que sin embargo todos comprenden y conocen. Escribir no porque seamos responsables de, sino ante las víctimas, los postergados, los oprimidos.

III.- Lo que hay de intolerable en el presente.
Ante todo, es realmente intolerable que para tantos resulte tan radicalmente incomprensible, tan impensable la extraordinaria cantidad de corrientes políticas y culturales que desembocan en ese agitado mar que se ha dado en llamar chavismo. Resulta intolerable tanta arrogancia, tanta hipocresía de aquellos que hoy se jactan de desconocer las condiciones históricas y de existencia que le han hecho posible. Resulta intolerable que tantos, durante tanto tiempo, pretendieran desconocer lo que, sin embargo, todos sabían: que muchos, durante demasiado tiempo, morían de hambre; que a muchos, demasiados, les fuera negada la educación o la salud, y en general todo aquello que, justamente por ser lo más básico, hace de la vida una experiencia tolerable, vivible; que durante tanto tiempo, tantos seres humanos fueran relegados a vivir en los márgenes, y que fueran tratados como invasores cuando se atrevían a traspasar esos límites territoriales que se consideraban inmutables; que tantos hubieran sido considerados seres humanos impresentables, incapaces para la política; que tantos, durante tanto tiempo, optaran por renunciar a hablar a pesar de saber, o a no preguntar a pesar de no saber. Todos conocíamos la sociedad que ha visto aparecer estas corrientes que hoy impugnan esta misma sociedad que les negó a tantos seres no digamos ya el estatus de ciudadanos, sino, en muchos casos, la vida misma.

Pero por sobre todas las cosas resulta intolerable esa laboriosa empresa que avanza constante, y al parecer indetenible, y que persigue el propósito de asimilar al chavismo con la muerte. Los mismos que ayer cerraron sus ojos y su boca y taparon sus orejas, para vivir en la ilusión de no ser cómplices de una sociedad que aniquilaba a sus iguales, hoy tienen los ojos desorbitados por la rabia, hace muecas grotescas con sus bocas y prestan sus orejas para escuchar todo cuanto les convoque a creer que están gobernados por el mal y por la muerte.

Vergüenza ante el silencio cómplice de tantos venezolanos con el genocidio contra el pueblo palestino. Hoy vuelven a resonar las palabras de Primo Levi, partisano judío italiano, sobreviviente de Auschwitz: "Si desde el interior del campo algún mensaje hubiese podido dirigirse a los hombres libres, habría sido éste: no hagáis nunca lo que nos están haciendo aquí". De seguir vivo, hoy Primo Levi volvería a sentir vergüenza. Vergüenza de ser judío.

También, vergüenza de ser venezolano. Vergüenza de tanta estupidez ciega, de tanta miseria humana, de tanto cretinismo en los diarios, la prensa, la radio, las calles. Vergüenza de muchos de mis coetáneos, de muchos de los que habitan esta misma tierra. Vergüenza de quienes nos reclaman neutralidad, de quienes nos acusan de terroristas. Vergüenza de quienes llaman "regalos" a nuestra ayuda a otros pueblos. Pero sobre todo, vergüenza de quienes comparan nuestros muertos con los niños asesinados y luego devorados por los perros del Ejército israelí. Vergüenza de quienes hablan de genocidio en Venezuela.

Nada ni nadie puede justificar la inmensa deuda que acumula el gobierno venezolano con respecto a la seguridad de sus ciudadanos. Léase bien: nada ni nadie. Demasiados planes fracasados o postergados, demasiados funcionarios incapaces o indolentes. Vergüenza que nos producen los discursos de algunos ministros. De paso, nadie puede justificar tampoco el deplorable estado en que se encuentran las cárceles, diez años después.

Lo intolerable, ya lo he dicho, lo constituye la tenaz empresa que pretende asimilar, permanentemente, al chavismo con la muerte, de lo que se deduce que todo chavista es, por lo tanto, culpable. Doblemente culpable: por apoyar al gobierno de Chávez y, dado que Chávez es el culpable de la muerte de cualquier venezolano a manos de la delincuencia, es también, por consiguiente, culpable de estas muertes. Ni una sola palabra sobre el tipo de sociedad que ha engendrado a los delincuentes, a los asesinos. De nuevo, se trata de aquellos que optaron por renunciar a hablar a pesar de saber, o a no preguntar a pesar de no saber. Una vez más, todos conocemos la sociedad que ha hecho posible estas muertes: una sociedad fundada sobre los cimientos de la violencia, una de cuyas expresiones es la violencia delincuencial, y una de cuyas partes, un segmento mayoritario de seres humanos, fue apartada y echada al olvido, donde aún hoy yace, al menos parcialmente, y aunque cada vez sean menos. Si nada excusa a la burocracia indolente, tanto o más intolerable resulta la impostura cómplice de los que no dicen nada sobre esta violencia primigenia.

Así, como no es concebible que exista algo más importante que expulsar al mal de la Tierra, y como Chávez es el mal (el innombrable, el maligno, etc.), Chávez debe ser aniquilado, y sus seguidores, cuales ríos desbordados, deben volver a sus respectivos cauces, a donde pertenecen. Chávez es la muerte, y su derrota será la victoria de la Vida sobre la muerte. De esta forma, ningún acontecimiento, ninguna tragedia ocurrida en cualquier lugar del mundo será más importante o, en dado caso, equiparable a la tragedia que significa vivir en la Venezuela gobernada, codo a codo, por Chávez y el hampa. Pero al mismo tiempo, y aunque parezca paradójico, cualquier acontecimiento, cualquier tragedia será asimilable, "comprensible", única y exclusivamente a condición de que se emplee como punto de referencia insoslayable la tragedia venezolana. En otras palabras, la singularidad de cualquier acontecimiento será, así, sometida a la regularidad de la tragedia venezolana.

Ejemplos sobran: el genocidio contra el pueblo palestino asentado en la franja de Gaza será equiparado con los muertos que reposan en la Morgue de Bello Monte; las víctimas de un terremoto en China será equivalente a los muertos a manos del hampa en Venezuela; las muertes en Vietnam, el Golfo Pérsico e Irak serán equiparables a las muertes a manos de la delincuencia en Venezuela; los inmigrantes africanos preferirán las costas de la más segura "Europa fascista", antes que Venezuela, donde los índices de criminalidad están por los cielos. Palestina, China, Vietnam, Irak o África son referencias geográficas casi accesorias. No importa que se trate de un terremoto, de una más de las tantas agresiones imperialistas estadounidenses - con su secuela de millones de asesinados - o de la infame directiva de retorno europea. Nada se compara con la tragedia venezolana.

Hay más -siempre hay más: el Festival de San Fermín (en Pamplona, España) será comparado con la Parroquia San Agustín, en Caracas, y mientras en el primero los participantes de la fiesta evitarán ser alcanzados por los toros, en San Agustín se corre para evitar ser alcanzados por los delincuentes; la alfombra roja del Festival de Venecia (Italia) será equiparada con las cifras rojas que produce el hampa; las expropiaciones serán equivalentes a un atraco a mano armada; las tensiones diplomáticas con Estados Unidos serán representadas con un cuadro que identifica al Tío Sam con el "enemigo" y a los delincuentes con "amigos"; la corona del Rey Chávez, que pretendería mantenerse "indefinidamente" en el poder, será equivalente a las coronas mortuorias de las víctimas del hampa; las evidencias de planes de magnicidio contra Chávez serán desestimadas con la pregunta: "¿Cuántos venezolanos mueren asesinados?"; y los anuncios gubernamentales de renovación de su parque de armas, serán respondidos con la frase: "Queremos misiles pero contra el hampa".

Multiplicadas estas imágenes ad infinitum, repetidas hasta el hartazgo, de todas las formas posibles, a través de todos los medios disponibles, ellas constituyen uno de los pilares que soportan el discurso de la oposición venezolana. Un discurso cuya premisa podría ser, para decirlo con Eneko: "No tocar. No ver. No oír. No gritar". A menos, claro está, que se trate de otro "crimen" cometido por Chávez y los suyos. Un discurso impasible, una risa ruin disfrazada de "humor inteligente"; un discurso que vence cada vez que logra inocular en alguno de nosotros la culpa, y frente al cual, sin embargo, no nos queda otra opción que sentir vergüenza, y combatirlo como sólo puede combatirse contra lo intolerable.

Gaza: la muerte del mundo - Erik Del Búfalo

Parece una paradoja, pero los argumentos oficiales de Israel para aniquilar a los habitantes de Gaza justifican de retruque la existencia del ghetto de Varsovia. Alguien en la Knéset debería darse cuenta de esta verdad auto evidente ¿Los nazis, acaso, no se defendían "preventivamente" del peligro que "representaba" la resistencia judía? ¿Puedo yo caerle a patadas a un parapléjico postrado en su silla de ruedas, so pretexto de que éste "haría lo mismo" si no fuese parapléjico? Estas son las aberraciones lógicas y éticas que la propaganda sionista nos obliga a pensar. Ya sólo por estas "explicaciones", la situación palestina es insoportable e indigna para cualquier tipo de inteligencia. Cada vez que el Estado de Israel "explica" sus "razones" el mundo entero es insultado en lo que le queda de su facultad de pensar.

Pero como si esto fuera poco, en medio de esta inacción mundial ante lo obvio, aparece por todas partes el murmullo de una extraña pregunta: "¿cómo puede ser tan inicua la víctima perpetua?". El cálculo del mal es imposible, pero el sionismo hace tiempo que lo resolvió con un ingenioso silogismo: "nosotros fuimos la víctimas del mal absoluto (el Holocausto), por más daño que infrinjamos a un pueblo inocente nunca será tan horrible como lo que sufrimos nosotros; luego, tenemos el legítimo derecho de arrasar con los palestinos (la Nakba)". Según estas cuentas, dignas de un personaje shakespeariano como Shylock, el mundo entero no puede reclamarle la "módica" cuenta de la Nakba a Israel ya que le adeuda la cuenta infinita del Holocausto.

De allí la culpa impagable. O, más bien, una doble culpa que no se puede expiar y que impide tomar una decisión justa. La triste moral del liberalismo romántico de nuestros tiempos es que todo se hace para que nada digno pueda crearse. Tampoco una carreta se mueve si es tirada por dos caballos que miran en sentido contrario: "me siento culpable por los judíos como me siento culpable por los palestinos, por ello no puedo hacer nada, sino un llamado a las partes en conflicto", concluye el atribulado espíritu "comprometido" de la supuesta comunidad internacional. No se entiende otra explicación, pues, como observa Jean Bricmont en un excelente artículo, no existe ninguna razón táctica ni estratégica de este orden mundial capitalista que deba ceder por fines geopolíticos o económicos al atroz castigo de Israel a la población civil de Gaza. De hecho, al capitalismo mundial le conviene más venderle hamburguesas a los niños palestinos que dejar al sionismo hacer de ellos carne molida.

Entonces, ¿qué chocante secreto encubre esta inacción del mundo ante el dolor de Gaza? ¿Por qué todas las cadenas trasnacionales de la información nos muestran este horror con tanto entusiasmo? ¿Qué se nos está queriendo vender? Para no darle la razón a todos aquellos paranoicos que defienden la autenticidad de Los protocolos de los sabios de Sión, los gobernantes de Israel nos obligan a tratar de explicar por ellos lo inexplicable.

Postrados, vemos el bombardeo inclemente del mayor campo de exterminio del planeta. Mientras, debemos escuchar al cinismo, ya fuera de sus goznes, perorar incansable sobre el "derecho a la autodefensa" y la "lucha contra el terrorismo". Estos argumentos son irrefutables. Son los dogmas de fe de un tiempo cuya única certeza es la estupidez. Nada tan imbécilmente argumentado tiene una respuesta lógica. Por ello no perderemos el tiempo con el "debatismo", tan inútil como maldito, de las maneras "políticamente correctas" de esta época oscura. La masacre de Gaza, la matanza de niños y mujeres, el castigo inclemente a las escuelas, hospitales y hasta los centros de refugiados amparados por la cómplice ONU, sobrepasa cualquier ámbito moral del discurso. Israel ha caído fuera de toda esfera moral y hablar de lo que este Estado - supuesto obsequio de la humanidad al pueblo judío - realiza impunemente implica también el uso de un entendimiento que sobrepase todo chantaje moralista.

Se nos quiere vender el horror. Así se compra luego a buen precio la pasividad del orbe. Es un juego especulativo más fraudulento que los negocios de Madoff. Asistimos al negocio sucio entre dos clases de infames. Por un lado la matanza en Gaza y por otro el desfile de muertos vivientes, zombis inanes, esperpentos cretinos, autómatas movidos por una mano invisible en que se han convertido los líderes políticos y la gran prensa del mundo "desarrollado". El estado actual del discurso mediático y político supone un nivel de embrutecimiento y languidez que presagia a corto plazo el advenimiento del más horrible de los despotismos que haya hasta ahora conocido la humanidad: el reino de la impotencia total.

Lo que demuestra Gaza, después de Irak, es esencialmente que las democracias capitalistas han llegado a la apoteosis de su proyecto secular: asimilar la libertad humana a la impotencia liberal. Mientras, sólo cinco o seis malparidos disfrutan de un poder de decisión que ni faraón ni rey persa ni soberano absolutista alguno se imaginó capaz de tener para sí.

Ernst Jünger decía que al hombre había que dejarle siempre una salida. El marasmo asesino se ha consolidado en un orden mundial absolutamente asfixiante y sin salidas. Todo se ha vuelto mentira, inacción, retórica maldiciente y burocracia. La política ha muerto en Occidente y sólo queda la administración de los restos de una civilización que ha perdido todo sentido vital de justicia. La crueldad llegó a su nivel máximo de abstracción y la mortificación humana ha encontrado en este siglo que comienza zonas seguras, bien administradas, de aniquilamiento. En Gaza, la destrucción de los cuerpos; en el resto del mundo, la pérdida del alma: una y otra muerte son complementarias, una se hace en favor de la otra. Por ello, a diferencia de los nazis, las barbaridades que cometen hoy los sionistas no son secretas, pero se difunden por todos los medios posibles. Los nazis mataban en cámaras oscuras, casi clandestinas, esperando que su imagen de hombre superior no fuera manchada por la ignominia. Los sionistas matan a propósito ante las cámaras de televisión, para que todos veamos y nos sintamos inferiores. ¡Hasta se ufanan de ello y proponen en público lanzar bombas atómicas!

Estamos en presencia del más funesto de los terrores: el miedo proyectado siempre en el rostro del otro, el peligro sin causas aparentes, la amenaza que nunca termina de cruzar la puerta de nuestras casas. Vivimos tranquilos esperando no toparnos con la imagen del horror sobre el semblante del prójimo. Lahcen Ikassrien, ex prisionero de Guantánamo, confesaba que la peor de las torturas que sufrió fue presenciar el suplicio de algún compañero, aguardando con impotencia su eventual tortura; la cual a veces no llegaba porque ya no hacía falta. Este es el nuevo imperativo del poder: "anonado a tu amigo ante ti para que tú te paralices de terror, y te sometas a mi máquina infame de dominación, sin necesidad de que pierdas la salud". A los palestinos los torturan para someter al resto del mundo. Ese y no otro es el summun del terrorismo. Este es el nuevo despotismo nihilista que emerge en el horizonte de la nueva era. Ante esto, el fascismo histórico queda, como lo afirmaba Deleuze, como un simple hecho del folklore europeo. El orden actual de las cosas prefiere la muerte del mundo antes que su propia muerte. Y esa muerte nos atormentará por mucho tiempo antes de que le toque a cualquiera de nosotros. Es la cercanía del cadáver descuartizado de un niño que vive lejos.

Un nuevo orden de gobierno ha comenzado a develarse. Es un orden que se revela implacable si prendes un cigarrillo en un aeropuerto, mas aplaude la acción impúdica de todos los genocidas de la democracia liberal. El proyecto para matarnos a todos está en marcha. Pero no moriremos de una manera cualquiera. Se trata de una forma de muerte muy específica en la cual no necesariamente perderemos la "salud": la muerte de la voluntad, la muerte en vida, la muerte de la dignidad humana, mientras, saludables, presenciamos impotentes el triste devenir de las cosas en un televisor y tomamos el asqueroso café de
Starbucks, después de hacer nuestras compras de rebajas, en sitios "libre de humo".

Adorno esperaba que después del 45 la poesía muriera para siempre. Pero los palestinos aún hacen sus poemas. Por eso quizá también destrozan sus cuerpos, pues ellos, a diferencia de gran parte del mundo, no conocen la muerte moral. La verdadera muerte es permanecer impasible ante el espectáculo de ver sufrir al otro sólo porque existe. Quizá el camino hacia esta muerte ha cruzado un umbral irreversible, o quizá aún podemos liberarnos de un temor sin límites y de la esclavitud perpetua. Quizá todavía quede un punto de hombre en todos nosotros. Quizá sí exista el juicio final. Quizá hay otro mundo posible después de este mundo enfermo y caduco. Quizá las campanas del Apocalipsis sean de fósforo blanco.

14 de enero de 2009

¿Réquiem por Israel? - Boaventura de Sousa Santos

Está ocurriendo en Palestina la más reciente y brutal masacre del pueblo palestino cometida por las fuerzas ocupantes de Israel con la complicidad de Occidente, una complicidad hecha de silencio, hipocresía y manipulación grotesca de la información, que trivializa el horror y el sufrimiento injusto y transforma a los ocupantes en ocupados, a los agresores en víctimas, la provocación ofensiva en legítima defensa.

Las razones próximas, a pesar de omitidas por los medios de comunicación occidentales, son conocidas. En noviembre pasado la aviación israelí bombardeó la franja de Gaza en violación de las treguas, Hamas propuso la renegociación de los controles de acceso a la franja de Gaza, Israel lo rechazó y todo comenzó. Esta provocación premeditada tiene objetivos de política interna e internacional bien definidos: recuperación electoral de una coalición en riesgo; un ejército sediento de vengar la derrota del Líbano; vacío de la transición política en Estados Unidos y la necesidad de crear un hecho consumado antes de la investidura del presidente Obama. Todo esto es obvio, pero no nos permite entender lo ininteligible: el sacrificio de una población civil inocente mediante la práctica de crímenes de guerra y de crímenes contra la humanidad cometidos con la certeza de la impunidad.

Es preciso retroceder en el tiempo. No a los tiempos remotos de la Biblia hebrea, el más violento y sangriento libro alguna vez escrito. Basta retroceder sesenta años, a la fecha de la creación del Estado de Israel. En las condiciones en que fue creado y después apoyado por Occidente, el Estado de Israel es el más reciente (ciertamente no el último) acto colonial de Europa. De un día para otro, 750.000 palestinos fueron expulsados de sus tierras ancestrales y condenados a una ocupación sangrienta y racista para que Europa expiase el crimen hediondo del Holocausto contra el pueblo judío.

Una lectura atenta de los textos de los sionistas fundadores del Estado de Israel revela todo aquello que el Occidente hipócritamente todavía hoy finge desconocer: la creación de Israel es un acto de ocupación y como tal tendrá que enfrentar para siempre la resistencia de los ocupados; no habrá nunca paz, cualquier apaciguamiento será siempre aparente, una armadija a ser desarmada (de ahí que a cada tratado de paz tenga que seguirle un acto de violación que lo desmienta); para consolidar la ocupación, el pueblo judío tiene que afirmarse como un pueblo superior condenado a vivir rodeado de pueblos racialmente inferiores, aunque eso contradiga la evidencia de que árabes y judíos son todos pueblos semitas; con razas inferiores sólo es posible una relación de tipo colonial, por lo que la solución de los dos Estados es impensable; en su lugar, la solución es la del apartheid, tanto en la región, como en el interior de Israel (de ahí los colonatos y el tratamiento de los árabes israelíes como ciudadanos de segunda clase); la guerra es infinita y la solución final podrá implicar el exterminio de una de las partes, ciertamente la más débil.

Lo ocurrido durante los últimos sesenta años confirma todo esto, pero va mucho más allá. En las dos últimas décadas, Israel procuró, con éxito, secuestrar la política norteamericana en la región, sirviéndose para ello del lobby judío, de los neoconservadores y, como siempre, de la corrupción de los líderes políticos árabes, rehenes del petróleo y de la ayuda financiera norteamericana. La guerra de Irak fue una anticipación de Gaza: la lógica es la misma, las operaciones son las mismas, la desproporción de la violencia es la misma; hasta las imágenes son las mismas, siendo también de prever que el resultado será el mismo. Y no se fue más lejos porque Bush, mientras tanto, se debilitó. ¿No pidieron los israelíes autorización a los Estados Unidos para bombardear las instalaciones nucleares de Irán?

Es hoy evidente que el verdadero objetivo de Israel, la solución final, es el exterminio del pueblo palestino. ¿Tendrán los israelíes noción de que la shoah* con que su vice-ministro de defensa amenazó a los palestinos podría también convertirlos en víctimas? (poderá vir a vitimá-los também?) ** ¿No temerán que muchos de los que defendieran la creación del Estado de Israel hoy se pregunten si en estas condiciones - y repito, en estas condiciones - el Estado de Israel tiene derecho de existir?

* Nota del traductor: catástrofe, holocausto.
** Nota del traductor: en un artículo del mismo Boaventura, pero publicado ayer martes, 13 de enero, por el diario argentino Página 12, intitulado Continuidades, escribe en el último párrafo: "¿Habrán olvidado que las 'soluciones finales' terminan siempre con la eliminación de quienes intentan realizarlas?".

Traducción
: Reinaldo Iturriza López

Publicado originalmente el 12 de enero de 2009 en:
Carta Maior

2 de enero de 2009

Cuba. Sensaciones a 50 años de revolución - Guillermo Cieza

Hace algunas semanas me pidieron una opinión sobre Cuba y los 50 años de la revolución, que se condensaba en tres preguntas: cómo había recibido el impacto de la revolución cubana, su influencia sobre mi generación y mi opinión sobre Cuba hoy.

Supongo se han vencido los plazos para mandar esas respuestas, pero las preguntas me han seguido dando vueltas en la cabeza, quizás atizada por los brulotes del Canal C5N, que me bombardearon los últimos días de diciembre y el 1 de enero en casa de personas muy queridas, que dejan entrar basura televisiva a su hogar. Y no por eso dejan de ser muy queridas.

Estuve una sola vez en Cuba, en 1993, en pleno período especial. Demasiado poco tiempo para opinar y en un momento donde en Miami estaban las valijas hechas para un nunca cumplido retorno de la gusanería. Por eso voy a expresar sensaciones, más que opiniones.

La primera imagen de la revolución cubana es la de una noche estival en el campo donde mis padres y mis tíos comentaban entusiasmados las noticias que traía una radio valvular. Con el correr de los años sentí curiosidad por aquella unanimidad de quienes adherían a distintas versiones del radicalismo o al Partido Comunista. Sospecho que el punto de encuentro era el antiperonismo. Para ellos Batista era Perón e identificaban a los jóvenes barbudos cubanos cada cual con sus referentes de "la Libertadora".

La segunda irrupción de Cuba me vino, paradójicamente, de mano del peronismo y del cristianismo en 1970. A nuestras cabezas de esponja de privilegiados adolescentes sesentistas, nos llegó Cristianismo y Revolución, aquella publicación de García Elorrio y Casiana Ahumada que rebalsando de Camilo y el Che, no podía menos que ubicar a Cuba en el lugar de las utopías. Y esa imagen me acompañó en los primeros años de militancia a la sombra de aquel enorme ombú, generoso y solitario padre ideológico, que fue el gordo Cooke, el hombre del Che en la Argentina.

He dado una primera respuesta, pero creo que la pregunta que permite encontrar la punta del ovillo es la segunda: la influencia de la revolucion cubana sobre mi generación. Y lo primero que se me ocurre es que nos pegó, según cómo vivíamos. Y desde esa certeza, creo que podemos mirar a Cuba hoy, expresar nuestras sensaciones. Depende mucho de lo que estamos haciendo, de nuestro cotidiano. Por eso decía que allí está la punta del ovillo.

A mi generación la revolucion cubana nos llegó encuadernada en un libro de Regis Debray, que explicaba cómo teníamos que hacer una revolución, con el criterio de autoridad que imponían Fidel, el Che y una revolución en las barbas mismas de Estados Unidos.

Algunos compraron todo el paquete. Otros pudieron hacer una lectura crítica o, mejor dicho, una praxis crítica. Yo tuve la suerte de compartir militancia con compañeros que venían peleando desde hacía mucho tiempo y que ya en 1971 estaban rescatando la idea de organización de la lucha armada, se cagaban soberanamente en el foco, la idea de vanguardias iluminadas, etc.

Muchos después nos pudimos enterar un poco mejor de cómo se había hecho la revolución cubana y nos fortaleció en una premisa: la tarea de contar lo que estamos haciendo es parte vital de nuestra construcción política. Es una tarea que corresponde hacer a quienes son protagonistas; no debe ser delegada en quienes son testigos, aún a los más bienintencionados intelectuales.

Las sensaciones que viví en Cuba en el 93, aquella noche que no había una gota de aceite en La Habana para abastecer a sus guaguas, los días con las prostitutas golpeándonos la cara en las puertas de los hoteles y los lúmpenes asediándonos en las calles para conseguir dólares, las voy a resumir en una sola imagen: en la puerta de una casa humilde de una calle de la que no recuerdo el nombre, un hombre flaco nos mostró una foto de cuando era gordo, pocos años antes, y nos convidó con la única cerveza que tenía por el solo placer de hablar de esa Cuba que amaba y le dolía. Como sólo puede doler lo que nos pertenece y es parte de nuestra historia de vida.

Si queremos tirar mierda sobre Cuba vamos a encontrar argumentos. Hay burócratas, buscas, prostitutas, conservadores con la cobertura de frases revolucionarias, jóvenes ansiosos de rajarse para el capitalismo y más. Podría decir incluso que durante muchísimos años he participado en proyectos políticos que no pudieron empalmar con la política exterior cubana. Pero quienes desde hace años venimos luchando por transformar nuestra sociedad, no podemos desconocer que en los años más duros, en el colapso ideológico de fines de los 80 y principio de los 90, en Cuba pudimos encontrar un nivel más alto de la dimensión humana, un lugar que le hacía el aguante a las esperanzas de la humanidad. Y la revolución, la revolución que voy a poder ver, quizás se trate solamente de eso, de una posta en el camino de los pueblos, que nos ayude a recobrar fuerzas, para seguir adelante hacia un futuro que hicimos, haremos, harán revolucionario.

Desde ese lugar, mi agradecimiento a Cuba, a su pueblo y sus dirigentes, y mi convicción de que la revolución no fue traicionada.